Agencias | LA PRENSA DE LARA.- Ligia Taglia debe apoyarse en una andadera para caminar. Lo hace lento y sin quejas. Hace cuatro meses, daba pasos firmes, sin esfuerzo, pero esto cambió cuando un joven desconocido entró a su casa a robar, reseña Voz de América.& ;
«De inmediato lo tenía encima con un machete y me dijo: no hables, porque te voy a cortar la cabeza si lo haces. Yo pensé: hasta aquí llegué», relató la mujer de 79 años a la Voz de América. Tras la amenaza, siguieron los golpes repetidos en las manos, en las piernas y en la cabeza. Una tortura que no sabe cuánto duró, explica.
El delincuente le exigía abrir una caja fuerte que permanecía cerrada por años, pues nadie tenía la combinación. Enseguida, vino la arremetida. «Me amarró, me tiró en la cama y me dio un machetazo. Con eso, me fracturó la mano y la muñeca».
Aunque hoy puede contar su historia, otros no corrieron la misma fortuna. Durante el primer semestre de 2020, 185 ancianos murieron en circunstancias como las que ella atravesó. La cifra forma parte de un informe de la organización Convite. Desde 2016, la ONG, comenzó a notar un incremento en los casos de adultos mayores víctimas de robos y homicidios.
«El proceso de migración forzada que se ha producido en Venezuela ha dejado atrás a una cantidad importante de personas mayores, eso hace que estén expuestas, porque viven solas», explicó a la Voz de América el director de Convite, Luis Francisco Cabezas, una asociación civil que desde hace 14 años trabaja por los derechos de los ancianos.
En su opinión, otro elemento que aprovechan los criminales, es la información que esta población da a personas de su entorno sobre pertenencias o las remesas que reciben.
«Por lo general, el adulto mayor conoce a su victimario, siempre hay un vínculo, puede ser un jardinero, un plomero. De hecho, en el estudio, pudimos constatar, que los victimarios fueron personas – incluso- familiares, sobrinos, nietos, vecinos (…) No se produce un forcejeo. Por lo general, se les da acceso a la vivienda y ocurren estos incidentes», relató.
Ligia no tenía ningún nexo con quien la atacaba y estaba convencida de que esa mañana de septiembre sería asesinada. El delincuente la mantenía atada y amordazada, pero salió de la habitación donde la había confinado en busca de más objetos de valor.
«Cuando me di cuenta, me pude sacar los cables de la mano. Me incliné y pedí: Dios mío, ayúdame, Señor, a salir de esto. A que me pueda lanzar por la ventana y morir de otra manera. Yo solo pedía morir de otra forma, porque sabía que me iba a destrozar a machetazos», cuenta.
Desgastada y sangrando, caminó hasta el balcón, se apoyó de una mesa, trepó el ventanal, puso sus manos sobre el marco del cristal y se dejó caer unos cuatro metros. «Cuando caí, era un milagro. Mi hijo pensaba que había intentado suicidarme y no entendía nada», dice.
El impacto le dejó ocho fracturas en todo el cuerpo y la forzó a estar en cama, inmóvil por semanas. Aunque Ligia vive en Venezuela, en compañía de sus hijos, sabe que es de las pocas en esa condición.
«Yo creo que hay una desprotección para los adultos mayores, porque están solos. Porque los hijos se han ido», señala.
Precisamente, los datos de la ONG Convite, revelan que en Venezuela alrededor de 900.000 personas de la tercera edad viven completamente solas, sin un familiar que los asista.
Con información de: Voz de América