Luis F. Colmenárez | LA PRENSA DE LARA.- «Cuando uno es pobre, es pobre». Esta es la frase con la que Socorro Alvarado, una mujer de 56 años, describe cómo viven 138 familias del sector La Independencia 4 de Febrero de Portachuelo, al norte de Barquisimeto.
Allí la falta de servicios públicos es el pan de cada día, pero lo más grave, es que quienes residen en este sector no cuentan con viviendas dignas y les ha tocado levantar ranchitos con los pocos materiales que tienen.
Socorro, es la prueba de ello. Desde hace 10 meses, se mudó a una modesta habitación en dicha comunidad. Allí estuvo en compañía de dos de sus cuatro hijos durante seis meses, pero las fuertes precipitaciones que se presentaron en Lara arrasaron con todo a su paso dejando a la mujer y sus hijas sin techo.
Su voz se quiebra y sus ojos se humedecen al relatar lo duro que la ha golpeado la vida. Con sus manos visiblemente lastimadas, ásperas y llenas de tierra, le tocó cortar trozos de palos de maguey para construir junto a su hija Neisy un pequeño refugio de tan solo 2 metros por 2. Día y noche estuvieron mezclando agua con tierra para obtener el barro que hoy dan forma a las paredes de su casa.
Todo lo que las rodea son objetos prestados, y es que dado al nivel económico en el que se encuentran, no tienen la posibilidad de siquiera costear un colchón que les permita descansar de sus largas jornadas de trabajo.
Las tres duermen en una pequeña cama individual prestada por un vecino. En ocasiones Socorro se ha visto en la necesidad de dormir en el piso de tierra, corriendo el riesgo de que alguna serpiente, alacrán o ciempiés la pique, pero su amor de madre la hace correr el riesgo solo para darle a sus hijas la posibilidad de tener un mejor descanso.
«Hasta una pipa para el agua nos prestó un vecino. El techo también, nos prestaron las tapas de zinc mientras logramos resolver y comprar el de nosotras» cuenta Neisy.
Lo mismo ocurre con la luz, un vecino le extendió un cableado desde su casa para que este trío de mujeres pudiese conectar dos bombillos que les ayude a no quedar a oscuras cuando llega la noche.
Así como ellas están varias familias de este sector, donde la solidaridad se ha convertido en refugio. Algunas personas regalan tobos de agua a quienes no tienen, para que puedan cocinar y bañarse.
Los mismo ocurre con el gas, en el caso de Socorro y sus hijas han colocado frente a su ranchito varios trozos de leña que ellas mismas salen a cortar para preparar sus comidas en un fogón, pero es poco lo que cocinan porque no tienen muchos ingresos para cubrir sus necesidades.
«Yo trabajo limpiando en casas de familia, pero hace un mes el perro de uno de los señores que me contrata me dio tres mordiscos en la pierna y los doctores me recomendaron guardar reposo», comenta la señora que en medio de la aflicción declara que durante las últimas semanas han estado viviendo con los bonos que distribuye el gobierno a través del Carnet de la Patria, pues su hija de 26 años tampoco ha podido salir a buscar trabajo ya que ha estado ayudándola de lleno a levantar el rancho; mientras que la menor, de 14 años, aún se encuentra estudiando.
Sus otros dos hijos no le pueden ayudar, pues uno trabaja en San Felipe cociendo zapatos a un dólar, esto apenas le alcanza para comprar sus batas y utensilios para comenzar su carrera de medicina. «Cuando le va bien me pasa algo de dinero para ayudarme. Mi otra hija cuida niños y le pagan 1 dólar por día pero eso es muy poco», relata Socorro.
8 años de penurias
El sector fue fundado en el año 2013, desde sus inicios las 138 familias han tenido que buscar la mejor forma de sobrevivir por su propia cuenta. Comentan que son ignoradas por los entes gubernamentales, pues a pesar de solicitar servicio de gas y agua estos poco llegan.
El asfaltado no existe para ellos, sus calles son conformadas por extensos caminos de tierra que levantan polvo a cada minuto.
«Debemos limpiar todos los días porque los corotos se nos viven ensuciando a cada rato» expuso Luis Alberto Serrano, uno de los afectados.
Por si fuera poco también se encuentran incomunicados, pues no cuentan con buena señal telefónica, ni servicio de Cantv, internet o televisión por cable.
«Aquí no hay como entretenernos, toca salir y conversar entre nosotros mismos mientras los niños juegan, pero ahora con el Covid eso» dijo la señora Yuby Cordero.
Otro de los problemas que agobia a los vecinos de esta zona es la falta del servicio de aseo, algo que aseguran que nunca han visto.
Para evitar colapsar el sector con bolsas de basura les toca caminar kilómetros para buscar vertederos improvisados y deshacerse de todos los desechos que pueden generarles enfermedades respiratorias e incluso de la piel.
«Aquí de verdad pasamos mucha roncha. Hemos pensado en mudarnos y dejar mi ranchito, pero me da sentimiento porque esta es una comunidad humilde pero donde abunda la gente buena», dijo Loreibis Nelo, habitante del sector.
La mujer cuenta que otro de los problemas que presentan es la falta de agua, desde que la comunidad fue fundada hace 8 años están obligados a comprar el vital líquido a camiones cisternas que les ofrecen un pipa por 1 dólar, pues no tienen sistema de tubería que les permita contar con el servicio.
Pocos son los que pueden comprar pues los ingresos que perciben se quedan cortos y no tienen como cancelar esa suma varias veces al mes. Y es que en este sector la mayoría son personas de la tercera edad que dependen de las pensiones o bonos que el gobierno otorga a través del sistema patria.
Las 138 familias están urgidas de atención gubernamental, pues dicen que no pueden soportar más tiempo viviendo en medio de las fallas en servicios públicos que ser incrementan con el paso de los días.
Educación en caos
La llegada de pandemia de la COVID-19 y las modificaciones a la cotidianidad es otro de los factores que ha golpeado a esta comunidad. Y es que para que los más pequeños de casa puedan cumplir con las actividades escolares, deben hacer maromas para garantizar que los niños puedan realizar las asignaciones diarias.
El proceso de educación a distancia les ha generado mayores trabas, pues ante la falta de conectividad en el sector les toca enviar a los niños a casa de familiares, vecinos o movilizarse a lugares donde pueden encontrar aunque sea un poco de conexión.
Algunos han optado por mantener a los niños con actividades en casa, pero sin la guía de un docente. Es decir, cumplen con horas de lectura o escritura para que los niños no pierdan el hábito.
«Todas las madres del sector vivimos una completa tortura para lograr que nuestros hijos tengan un futuro y cumplan con las tareas», dijo Yuby Cordero.