La vida del doctor José Gregorio Hernández fue un ejemplo muy especial de cómo la vocación científica y la aspiración a la vida religiosa podían coexistir en un mismo espíritu. A pesar de su extraordinario éxito como médico pionero en Venezuela y docente universitario, su vida estuvo marcada por un persistente anhelo de entrega total a Dios a través del claustro.
Este profundo llamado lo llevó a intentar ingresar a la vida consagrada en Italia en dos ocasiones, revelando una lucha interna entre el servicio al prójimo desde la ciencia y la búsqueda de la perfección del espíritu en el retiro. El abandono su exitosa carrera en el país por la búsqueda de una conexión más íntima con Dios revela una de las facetas más íntimas y conmovedoras de su vida.


Primer intento de la vida religiosa para José Gregorio Hernández
La primera y más decidida ocasión en la que casi se dedica por completo a la vida religiosa ocurrió en 1907. Tras meditar su vocación, José Gregorio Hernández consultó con el Arzobispo de Caracas, Monseñor Juan Bautista Castro, y envió una carta al prior de la Orden de San Bruno, en la Cartuja de Farneta, cerca de Lucca (Italia).
Gracias a la recomendación favorable del arzobispo, fue admitido en 1908, ingresando en el monasterio de estricta clausura y adoptando el nombre de Hermano Marcelo. Sin embargo, su estadía fue dolorosamente breve, pues 9 meses después de su llegada, su salud se quebrantó debido a la fatiga y el rigor de la vida cartuja, obligando al Padre Superior a ordenar su regreso a Venezuela para su pronta recuperación.
Aunque regresó a Caracas en abril de 1909 y retomó sus labores médicas y docentes, el anhelo por la vida monacal persistió. Recibió permiso para ingresar al Seminario Santa Rosa de Lima (hoy Universidad Católica Santa Rosa), pero el llamado contemplativo era demasiado fuerte. Transcurridos tres años, José Gregorio Hernández decidió intentarlo de nuevo.
Una segunda oportunidad
La segunda oportunidad llegó en 1913, cuando salió del país con destino a Roma en compañía de su hermana Isolina, ingresando a los cursos de Teología en el Pontificio Colegio Pio Latino Americano.
Su plan era prepararse formalmente para el sacerdocio y, quizás, finalmente encontrar una orden que se adaptara a su salud. Sin embargo, el destino volvió a intervenir: una afección pulmonar, sumada al inminente estallido de la Primera Guerra Mundial, lo forzó una vez más a abandonar sus estudios y regresar a Venezuela.
Estos intentos fallidos demostraron que la voluntad de Dios para José Gregorio Hernández no se encontraba tras los muros de un monasterio. Aunque no pudo cumplir su sueño de consagrarse como monje, la intensa espiritualidad que cultivó se manifestó en su vida como laico.


Convicción de vivir como un laico ejemplar
Antes de su primer viaje, en 1899, ya había realizado su profesión como franciscano seglar en la Orden Franciscana Seglar de Venezuela (OFS), un compromiso que le permitió vivir una espiritualidad profunda mientras continuaba su servicio a la ciencia y a los enfermos.
Al comprender que Dios lo quería laico, José Gregorio abrazó su destino con renovado fervor. Desde 1909, residió y trabajó en el sector La Pastora de Caracas, donde tenía su casa y consultorio, acudiendo diariamente a la iglesia, manteniendo una intensa vida de oración.
El Doctor Hernández se convirtió así en un ejemplo sublime de que la santidad no depende de la vestimenta o del lugar, sino de la caridad y la rectitud de conciencia, sirviendo a Dios a través de su profesión, especialmente entre los más necesitados.