EL PAÍS | LA PRENSA.- Joaquín Oliver Padauy vivió 17 años y tuvo tres nacionalidades. Venezolano por nacimiento, estadounidense por arraigo y español por herencia de su abuela de Bilbao, cuya familia huyó de España a América durante la Guerra Civil. «Mi madre recordaba los bombardeos», dice Manuel Oliver Urbano, 50 años, un padre destrozado, en el patio interior de su casa. En los pies lleva calzadas las últimas zapatillas de baloncesto que se compró Joaquín, fallecido en la matanza de Parkland el 14 de febrero.
«A partir de ahora los padres tenemos que llevar los zapatos de nuestros hijos para dar la batalla por ellos», dice Manuel. «Tenemos que convertirnos en nuestros hijos. A aquellos que tomamos la decisión de no dejar de ser padres el mismo día en que ocurrió esto, que entendemos que uno está aquí por sus hijos hasta el día que uno muere y no hasta que el hijo se va, no nos queda otra que unirnos a los muchachos que protestan contra las armas y alzar la voz. Ya es nuestra batalla para siempre».
«Necesitamos apoyo y que el mundo lo sepa. Necesitamos que esto se contagie, que siga esta llama», afirma Patricia Padauy, 51 años, madre de Joaquín, vestida de negro y con un broche con la foto de su hijo en el pecho. «Llorar vamos a llorar, sufrir vamos a sufrir y tristes vamos a estar, pero tenemos que ir más allá para que esto no siga sucediendo». La familia del chico está recibiendo un aluvión de apoyo de vecinos y amigos de Joaquín, y también del extranjero. Miles de personas acudieron a darles el pésame en la funeraria. A Patricia le ha llegado hasta un mensaje de una niña que estudia en Sidney.
La vivienda unifamiliar de los Oliver Padauy está en una urbanización de la ciudad de Coral Springs, limítrofe con Parkland, a solo unos minutos del lugar de la tragedia, el instituto Stoneman Douglas. Es un barrio que transmite sosiego, arbolado, de superficies verdes donde Joaquín creció desde niño, dice Manuel, «sumamente feliz» hasta ser el adolescente «noble, con sentimientos a flor de piel y carismático» que era cuando se cruzó en su destino un perturbado con un fusil de asalto.
En la escuela era conocido como Guac, porque a los chavales de Parkland no les salía fácil pronunciar Joaquín. Era un amante de la música que no salía por las mañana sin sus audífonos. Fan del rapero Frank Ocean, se había teñido el pelo de rubio por su último álbum, Blonde, y había mamado música desde pequeñito por la influencia de Manuel, hoy director creativo del músico de blues Joe Bonamassa. «Desde los tres o cuatro años le ponía en el coche bandas como Los Ramones», rememora su padre. Su otra pasión era el deporte. Jugaba al baloncesto y se emocionaba con el fútbol. «No sabes lo contento que se puso cuando puedo obtener su pasaporte español; entre otras cosas porque ya tenía con quién ir en el Mundial de fútbol. Por primera vez podía levantar una bandera con propiedad».
«Él quería conocer Europa, España, Bilbao, la tierra de su abuela, que era también su tierra», cuenta su padre. «Se tomó muy en serio el tema de la nacionalidad española y le motivaba mucho la idea de vivir unos años en Europa. Pero no tuvimos chance», lamenta. Los padres de Joaquín hablan de su hijo arropados por un pequeño círculo de íntimos, sentados en sencillas sillas de exterior bajo la canasta portátil en la que lanzaba Joaquín y con el balón, tan gastado por sus manos, a su vera. El balón estará con ellos y con Andrea, la hermana de Joaquín, cuando se junten para el retrato de familia.
Las tres identidades convivían en el muchacho con perfecto acople. «Era un joven americano absolutamente adaptado a la cultura de su país, pero sin dejar nunca sus raíces y costumbres», explica Manuel. «Su lengua principal era el español. Lo hablaba perfectamente, y no por nosotros sino porque él mismo decidió que quería seguir hablando en español». «Él creo que siempre se identificó como miembro de una minoría y le preocupaban mucho los derechos de las minorías».
Joaquín Oliver no le decía a sus padres qué cosa concreta quería ser en esta vida. Les expresaba en abstracto que quería «ser algo grande». «Que la gente sepa de mí. Cambiar las cosas». Manuel precisa que lo afirmaba «con una seguridad y una convicción totales», y añade: «Estoy comenzando a entender qué quería decir. De pronto Joaquín tenía un plan que estaba en otro plano de comprensión».