Guiomar López | LA PRENSA DE LARA – «Mira tenemos el teque-yoyo!», grita un señor ofreciendo café y tequeños, mientras el tapabocas parece un collarín. Es uno de los tantos vendedores ambulantes que no respeta la semana de cuarentena radical por la necesidad de trabajar, pero descuidando las medidas de bioseguridad. Mientras la gente también sale a comprar comida, ante la dificultad de poder adquirir todo lo necesario para el mercado. Un estira y encoge entre el sobrevivir diario del pueblo y los pronósticos del Ejecutivo nacional para disminuir el acecho del coronavirus.
Los comercios sí mantienen su horario establecido, pero el distanciamiento social no se aprecia entre las colas de sus clientes mientras compran. La calle muestra a un gentío sin usar tapabocas, incluso madres con niños en brazos sin la protección. Además de varios miembros de la familia entre diligencias, cuando debería salir sólo una persona y evitar exponerse al virus.
El caletero viene con la carretilla repleta de harinas y se siente asfixiado. El joven con los bambinos, prefiere gritar más fuerte. Algunos transeúntes dejan su nariz sobresaliente o tapaboca al cuello, para soportar el calor. Son tantas las excusas para no protegerse, que hasta varias madres cargan a sus pequeños niños en brazos, pero sin la debida protección y lo más insólito, cuando solamente ellas usan el tapabocas.
«¿Pero cómo no salir, si ando chambeando?», refuta Boris Mujica, mientras detiene su paso y lleva encima un mueble de madera. No puede quedarse toda la semana en su casa, cuando sus dos niñas pequeñas y esposa deben tener asegurada su comida. Su familia depende de él y siente que ese «exitoso plan» de intercalar semanas de cuarentenas, no puede cumplirlo porque la necesidad apremia.