sábado, 23 noviembre 2024
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Pasaje a Bs.300 mil obliga a caminar a los guaros

Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- Va caminando lento, para así ganar energías y subir tranquilamente hacia Pata ´e Palo. Es un trecho de alrededor de 3,5 kilómetros que camina a diario Jaime Aldazoro, al igual para regresar. Viene de la Ruezga Norte y se dirige a trabajar hacia El Manteco, en pleno centro. Una caminata que lo hace sudar y desgasta sus botas, esas que están despegadas y con la suela carcomida. Es su rutina, al igual que el resto de los guaros que desean adelantarse, ante la falta de transporte público que obliga a más de una hora de espera. También es la falta de efectivo para pagar un pasaje que oscila entre los Bs 100 mil a 300 mil.

«Uno está embromado por cualquier lado, porque el efectivo está difícil de conseguirlo y las pocas busetas trabajan como les da la gana. Cobran lo que se les antoja y las rutas son cortas», se lamenta Socorro Borges. Ella ha tenido que caminar hasta entidades bancarias en el este y cuando logra retirar en dos bancos, apenas puede llegar a Bs 400 mil. Un monto que casi se lo absorbe en el pasaje de regreso, en unidades internas a Bs 100 mil y algunos abusan al extremo que pretenden cobrar Bs 300 mil para llegar a la intercomunal Duaca. Una tarifa que les aplican, como si se tratara de un trayecto hasta Las Sábilas, al norte de Barquisimeto. Aun así le toca caminar unas cuantas cuadras para subir a su casa en el barrio San Lorenzo, porque el Ruta 3 tiene alrededor de 3 años que dejó de prestar servicio.

Esos testimonios es solo una parte de un gran porcentaje de los habitantes de sectores como La Cañada, El Jebe, La Ruezga, Juan Sánchez y otros que suben, como si se tratara de filas de hormiguitas hacia Pata e´ Palo. De allí, continúan por la avenida Carabobo hasta definir sus destinos definitivos. Ese río humano de caminantes empieza aproximadamente desde las 6:15 am. Hora, en la que están obligados a acelerar el paso y así llegar a tiempo a sus trabajos.

El tiempo apremia y el cansancio queda para luego, así como el desaliento que muchas veces les arrebata el ánimo para empezar sus jornadas diarias. Es un riesgo quedarse a esperar una buseta, cuando se les pueda hacer las 8:00 am en la parada. Cada vez son menos unidades operativas, porque la mayoría está accidentada o en la cacería -que puede tardarse varios días- para surtir combustible. Los usuarios se desesperan, porque en varias ocasiones les toca esperar hasta 2 horas y terminar por irse guindando en la puerta, solo con media planta del pie en el estribo.

Tal drama se repite con más fuerza para los pasajeros del oeste, aquellos habitantes de las lejanas comunidades como barrio Bolívar, La Paz, El Tostao, entre otros adyacentes. Lo más que puedan adelantar a pie es hasta la avenida Florencio Jiménez y luego de caminar varios kilómetros. Le temen a esas rutas «cuello corto», que son tan limitadas y fraccionan el trayecto completo que realizaba el Ruta 13. Ahora les toca pagar 3 unidades, cada una pretende cobrarles hasta más de Bs 200 mil. Sumarían más de Bs 600 mil solo para llegar al centro de Barquisimeto y hacer «magia» para resolver el retorno a casa. Se han resignado a los transbordos, esos que los dejan hasta Metrópolis, Terminal y finalmente los acerca a la calle 25.

Los pasajeros del norte también deben encomendarse a Dios y que el azar les repare un colector que sepa de modales. Rebeca Calcaño viaja a diario hacia la parroquia Tamaca y ya escanea el perfil de estos personajes, quienes hablan en tono intimidante e insultan a los pasajeros, como si fuera una especie de psicoterror. La expresión corporal es desafiante y, tal como si fuese una alcabala, empiezan a exigir el pasaje desde Bs 150 mil a Bs 300 mil en la puerta, de acuerdo a la hora (más tarde, más caro) y al estado de ánimo. Cuentan billete por billete, con el tupé de regresar aquellos de baja denominación y hasta aceptar el pago en divisas, a la que le tumban el exagerado pasaje y no conformes, una comisión de Bs 100 mil.

Estos cargadores no saben del derecho de los estudiantes y menos de la mínima consideración por los adultos mayores, a quienes pueden permitirle subir a medio pasaje y condicionados a ir de pie. Si algún pasajero lleva una maleta que derrame líquidos, le obligan a bajarse y de la manera más grosera, le ordenan que limpien el piso de la unidad.

Tal desafío es diario. Se sienten en un pueblo sin ley, porque cuando amenazan de denunciar ante la AMTT, suena a chiste.

 

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