Agencias | LA PRENSA DE LARA.- Jorge Drexler reconoce que le emociona regresar a Venezuela después de 10 años. El cantante uruguayo, que arrasó en los Grammy Latinos 2022 con su disco Tinta y tiempo, quiere ofrecer un concierto diferente en la Concha Acústica de Bello Monte, el 27 de septiembre, para devolverle al país todo el amor que ha recibido.
Sentado en el estudio en Madrid en el que compone sus canciones, donde está rodeado de libros y evita tener visibles premios o fotos de su prolífica carrera, Drexler pregunta cómo está Caracas actualmente, si se puede salir con tranquilidad. Quiere ver con sus propios ojos la reactivación cultural que permitió regresos como el de su amiga Natalia Lafourcade, que presentó el mes pasado, también en la Concha Acústica, hasta ahora uno de los mejores shows del año.
La conexión del compositor con Venezuela no es solo cultural. Es también emocional. La astrofísica Alejandra Melfo, su prima de nacionalidad uruguaya y venezolana, es profesora e investigadora de la Universidad de Los Andes y una de sus colaboradoras más importantes de los últimos años. Uno de esos aportes es haber escrito el fragmento que Rubén Blades canta en el tema «El plan maestro», una de las 10 canciones de Tinta y tiempo.
Recuerda además que tiene temas en los que está presente el país como «La luna de Rasquí», un homenaje a Simón Díaz y una referencia a una de las islas del archipiélago Los Roques, donde escribió estos versos. Otra canción sería «Despedir a los glaciares», una referencia al glaciar del pico Humboldt que escribió con Melfo. «Venezuela no ha dejado de estar presente en mis canciones, de una manera desproporcionada te diría».
«En estos 10 años en que no he ido a Venezuela no ha habido ni un concierto, sinceramente, al que no hayan asistido venezolanos. No he ido a Venezuela, pero Venezuela vino a mí estos años. Estoy muy agradecido, de verdad», expresa Drexler.
—Si hay algo que caracteriza sus conciertos es la intimidad y conexión con el público. ¿Qué nos puede adelantar de su presentación en Caracas?
—Ha pasado mucho tiempo y ha corrido mucha agua. Apenas dejé de ir a Venezuela hice un disco llamado Bailar en la cueva donde cambia la impronta de mi trabajo y se vuelve más rítmico, más expansivo. En este concierto somos ocho en escena. Cuatro mujeres y cuatro hombres. Con una base percutiva muy cargada y mucho énfasis en el ritmo. La gente se va a encontrar con una propuesta que intenta mantener esa intimidad, intentamos que haya esa conexión sutil, pero que también tiene una parte muy rítmica y basada en el cuerpo. En el último concierto, que fue en el Movistar Arena de Bogotá, el público estuvo de pie todo el concierto. Nosotros ponemos sillas en los auditorios, pero siempre esperamos que en determinados momentos la gente se ponga de pie y el concierto se vuelva un concierto del cuerpo también.
—¿Que la gente baile y se mueva?
—Sí. Tengo un altísimo concepto por el acto de bailar. Personalmente me gusta ver en los conciertos al público más tiempo de pie que sentado. Hay música que uno prefiere escuchar sentado, como cuando ves una película, pero hay mucha otra música que me gusta llevarla en el cuerpo. Soy un hijo de la dictadura de Uruguay, me crié en dictadura de los 9 a los 20 años. El baile fue una de las cosas que más me demoré en adquirir a lo largo de mi vida. Lo adquirí ya de mayor, mayor (se ríe). Empecé a bailar muy tarde pero estoy intentando ponerme al día todo el tiempo que pueda.
—El punto de encuentro en Tinta y tiempo es el amor, no solo de pareja, sino al trabajo, al arte, a la familia, entre otros. ¿Podría contarnos cuán importante es este disco en su vida?
—Es tan importante como los otros 13 discos. Siempre tengo la tentación de decir que un disco es el más importante, el más trabajado. En este momento, como es el último, es el que más me apetece tocar. Es el que tiene más canciones en la gira, pero no puedo decir que le haya puesto más esfuerzo a este disco que a ningún otro ni menos. Es el disco que tengo más presente en este momento. Es el que relata mejor este momento, pero el concierto está hecho solo en un tercio con ese disco y en dos tercios está hecho con canciones de otros discos, con un nuevo sonido. Ya pasó además bastante tiempo de la salida del disco y el concierto ya no depende completamente de él. En los primeros 60 conciertos que hicimos, tocábamos las 10 canciones del disco. Ahora ya intentamos tener algunas canciones anteriores. Por ejemplo, a Venezuela hace mucho tiempo que no voy. Hay canciones que nunca he tenido la oportunidad de tocar y que sí me gustaría interpretar. El concierto de Venezuela será un poco diferente del resto de la gira. Hace tanto tiempo que no vamos y tengo tanta deuda emocional con Venezuela que voy a recurrir a otras canciones que no toco habitualmente.
—¿Habrá canciones de discos anteriores y del más reciente entonces?
—Es matemática muy sencilla. 14 discos con un promedio de 12 canciones, más las canciones que he escrito con otras personas. Entre 200 y 300 canciones. Más las versiones que me gusta hacer, de Simón Díaz, de Chabuca Granda, Caetano Veloso, de quien se me ocurra en ese momento. De Violeta Parra. Hay como 400 canciones que podría tocar en estos conciertos. Y fíjate que en un concierto entran 24 o 25 canciones. No hay manera de que sea satisfactoria la selección de canciones. Siempre quedarán canciones fuera. A veces en los conciertos tenemos la oportunidad, espero poder hacerlo en Venezuela, de abrir un poco y tocar lo que la gente quiere escuchar. Pero el concierto está muy pautado. La mayor parte del concierto es muy fijo porque somos ocho músicos, cuatro hombres y cuatro mujeres que estamos muy ensayados.
—De las canciones del disco, ¿hay alguna, o algunas, con las que se sienta íntimamente conectado?
—Meter una canción en un disco es un acto de identificación íntima que solo puede tener paralelismo con los actos más íntimos de la actividad humana que se te puedan ocurrir. Una vez que la canción entra en un disco, ya te es imposible comparar el mayor lado de intimidad que tienes con una u otra. Hay días en los que tengo más ganas de tocar una y días en que tengo ganas de tocar otra. Con el paso del tiempo alguna se queda más tiempo, otras se te escapan un poco del repertorio, pero en este momento, que no hace tanto que salió el disco, la verdad es que tengo con todas las canciones una relación compleja, intensa, de muchísimo amor. Muchas me revuelven mucho.
—Aunque no se considera poeta sino cancionista, sus canciones están cargadas de mucha poesía. ¿Hay escritores que hayan sido significativos en su carrera?
—Hay muchos. Este es el lugar donde escribo las canciones, entonces de toda esta biblioteca que tengo al lado (se levanta y muestra algunos de sus libros) puedes sacar, por ejemplo, este de Fernando Pessoa. Puedes ir viendo y al lado tengo a Leonard Cohen. Santiago Auserón… En realidad las referencias poéticas que tengo no están estudiadas de manera sistemática. Yo no tengo una formación literaria sistemática. Tengo una formación como músico, estudié Medicina y soy un lector ávido y desordenado de poesía. Me gusta mucho la poesía popular, la poesía del Siglo de Oro Español, me gusta mucho Lope de Vega, Quevedo, me gusta mucho la poesía antigua, con estructura. También me gustan un montón de poetas contemporáneos. Tengo muchos amigos poetas. Me muevo en un círculo muy relacionado con gente del mundo de la poesía. Por eso mismo digo que no soy poeta, conozco poetas que escriben de verdad, que dedican su día entero a escribir. Lo mío en realidad es que soy un cancionista. Tengo tan cerca la guitarra como el texto.
—¿Cómo es su proceso de escritura? ¿Tiene que estar escribiendo siempre?
—No escribo siempre. Hace año y medio que prácticamente no escribo nada, nada, nada. Cero. Empiezo a escribir cuando siento que tengo algo que decir y cuando dejo de girar. Ahora que estoy girando no puedo escribir y girar a la vez. Son actividades que se pisan. No me explico bien por qué. O mi cabeza está puesta en modo de tocar en vivo o mi cabeza está en modo de escribir. No sé muy bien por qué me pasa eso, pero es así. Cuando estoy de gira el tiempo es muy demandante, la energía está muy justa. Tengo mucho más interés en vivir la vida, conocer gente, probar comidas, salir a conocer lugares, en hablar con la gente que encerrarme en un cuarto de hotel a escribir solo. Prefiero bajar a la calle, prefiero ir a un bar.
—¿Qué opina de lo que ve de Venezuela desde fuera?
—Mi trabajo no es opinar. Mi trabajo es escribir canciones. Conozco la realidad de Venezuela muy desde dentro, tanto como para no adjudicarme la facilidad de opinar sin consecuencias desde afuera, desde la comodidad que te da la distancia. Más allá de mi opinión, más de 6 millones de migrantes venezolanos hablan bastante por sí mismos de una tragedia migratoria. No depende mucho de mi opinión. Pero, sinceramente, estoy con muchísimas ganas de ir. Me fío mucho de las cosas que veo cuando me acerco a los sitios. Más allá de tener referencias directas casi semanales de lo que pasa en el país, tengo muchas ganas de estar ahí. Voy además de manera muy respetuosa y amorosa. Intentando devolver ese amor que Venezuela me ha dado a mí; y siendo consciente, como te decía hace poco, de que casi no he tenido conciertos en que no haya venezolanos. Haber tenido que irte de tu país es algo que me toca muy de cerca. No quiero ser frívolo al respecto.
—Llega a 30 años de carrera con un disco íntimo, que compuso desde el aislamiento. ¿Se siente satisfecho con lo logrado hasta ahora? ¿Falta mucho por ver todavía de Jorge Drexler?
—Aspiro a no sentirme satisfecho. Aspiro a que me quede mucho por hacer. No siempre lo consigo. A veces caigo en el error de sentirme satisfecho y a veces caigo en el error, o el horror, de que lo que tenía que decir ya lo he dicho. Pero intento evitar la complacencia y la tumba de la gloria, como dice Fito Páez.
—¿Cómo es su relación con el ego?
—Tengo una relación no establecida con mi ego. En el sentido de que si no tuviera un punto de narcisista no habría subido nunca a un escenario, habría seguido trabajando en mi profesión, habría seguido ejerciendo el narcisismo desde la profesión médica, que no es menor que con los músicos. Pero de repente es más discreta. No quiere decir que sea menos fuerte. Creo que hay que dialogar con el ego de uno. Hay que saber que es una fuerza motriz, que te sirve para seguir adelante, para sobrevivir, para hacerte un sitio dentro del mundo. Y luego hay que guardarlo en un cajón. Tengo la misma relación con el ego que tengo con los premios, que son una extensión del ego. No los oculto, no los ultrajo, porque son importantes, los celebro como celebro la fuerza del ego, pero los tengo en una vitrina que está cubierta por un paño. No quiero tenerlos a la vista. No quiero que eso regule mi escritura de canciones, ni mi vida, ni que sea lo primero que vean las personas cuando entren a mi casa. No quiero tener una especie de santuario personal. Si te fijas, si das una vuelta por mi casa, no hay fotos de carteles míos. Hay fotos de amigos, de familia, pero no hay un recorrido acerca de mi carrera en las paredes. Odio las casas de los artistas en las que cada habitación tiene una foto propia con una historia de sus giras.
—¿Qué significa ser un cancionista en el contexto actual de globalización, digitalización e hiperconexión?
—De los últimos hallazgos antropológicos, y hablando con amigos míos que se dedican desde a la paleontología hasta la paleoantropología, está la hipótesis de que antes incluso de tener un lenguaje composicional, tuvimos un lenguaje holístico que se parecía mucho a cantar. O sea, pocas palabras y muchas inflexiones tonales, como se le habla a los bebés. Aparentemente cantábamos, combinábamos palabras con melodía, incluso antes de tener un lenguaje composicional constituido. Estoy orgulloso de estar en un género que nos acompaña quizás, ve tú a saber, desde hace, no sé, 200.000 años. A lo mejor es patrimonio exclusivo de nuestra especie, porque se piensa que ese tipo de pensamiento, ese tipo de imaginación que tenemos los homo sapiens, no era compartida por las otras variantes de nuestra especie, así que estoy orgulloso de integrar una cadena que se remonta no solo hasta el romancero español, sino de repente a 200.000 años atrás. Hemos cantado desde hace muchísimo tiempo, muchísimo tiempo.
Fuente Informativa: El Nacional