Leonellas Díaz | LA PRENSA.- Duermen en las plazas compartiendo cobijas, se bañan con agua que consiguen en tanques o grifos, comen de las sobras que deja la gente o, simplemente, porque un corazón noble se apiadó de estos desamparados y les obsequia algo de comer.
Familias sin un techo propio o que no tienen cómo pagar un alquiler proliferan en las calles, muchos con niños en brazos, personas de la tercera edad que han sido
lanzadas a la calle, han hecho de las plazas y sitios públicos su hogar.
Tal es el caso de Luisana, una abuelita de 75 años e contextura delgada, piel bronceada, mirada perdida, y sonrisa inocente que tiene cinco meses en este estado de carencia de medios para poder satisfacer sus necesidades de alimentación y de vestuario. Dice que vive en el Hospital Universitario Antonio María Pineda (Huamp), aunque le gusta caminar de vez en cuando y tomar su siesta en la plaza La Mora por considerarlo un lugar más tranquilo.
Cuenta que pide para comer y para poder sobrevivir. Además asegura que tuvo que vender su casa en la que vivía junto a sus dos hijos, debido a que el mayor perdió la razón y tuvo que internarlo, con todo el dolor de su alma, en el Hospital Psiquiátrico El Pampero, al norte de Barquisimeto, porque de no hacerlo, su hijo iba a acabar con su vida y la de su hijo menor, quien tuvo que irse a vivir a Colombia y dejarla abandonada ante la dramática situación.
Así como la historia de Luisana, existe un sinfín de casos sobre la indigencia en la ciudad. Hay familias que tienen su vivienda en plazas públicas, como las que están ubicadas en la urbanización La Estación y Los Ilustres, en la avenida Vargas, donde los indigentes piden dinero o comida para poder sobrellevar su vida.
Se guarecen del tiempo atmosférico como pueden; dentro de una iglesia, como por ejemplo lo hace “Cheo”, con tal de que la lluvia no lo alcance, al tiempo que maniobra para apaciguar los sonidos discordantes provenientes desde su estómago y que a lo largo del día, a donde quiera que arriman sus huellas, lo atormenta recordándole la necesidad de comer.
La carencia es el común denominador de estos citadinos que por diversas razones han caído en la desgracia de tener que pasar sus noches durmiendo en el banco de una plaza de esta localidad, donde irónicamente lo único lindo es quedarse dormido mientras ven las estrellas que fungen como su techo.
Algunos de ellos dicen no querer ayuda de gobernadores ni alcaldes ni de otra autoridad.