jueves, 16 octubre 2025
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El funeral multitudinario de José Gregorio Hernández: Un día de luto en la ciencia y la Iglesia

El funeral del Dr. José Gregorio Hernández, el "médico de los pobres", fue una manifestación multitudinaria y espontánea de dolor y veneración que detuvo a Caracas en 1919, marcando un hito en la identidad cultural y religiosa de Venezuela.

La figura del doctor José Gregorio Hernández Cisneros trasciende del ámbito de la medicina, su vida fue un faro de ética profesional, fe inquebrantable y, sobre todo, una caridad sin límites.

El legado del “médico de los pobres” se convirtió en el pilar de una devoción popular que, luego de su trágica muerte en 1919, le dio una popularidad de santo no oficial, mucho antes de su beatificación.

Hoy, su nombre es sinónimo de fe, ciencia y servicio, y su memoria perdura como un símbolo de la identidad cultural y religiosa de Venezuela. Precisamente por esta profunda huella, su despedida no fue un mero acto fúnebre, sino una manifestación multitudinaria y espontánea de dolor y veneración popular que detuvo a Caracas por completo.

El funeral multitudinario de José Gregorio Hernández: Un día de luto en la ciencia y la Iglesia

La tragedia y el dolor inmediato

Se estima que más de 30.000 personas estuvieron presentes en los distintos eventos del funeral, pertenecientes a distintas clases sociales y realidades que fueron unidos por el duelo de quién dejó una hermosa huella en sus vidas. Incluso personajes relevantes de la historia venezolana pudieron contemplar este gran acontecimiento, como Rómulo Gallegos, quien describió que mientras el féretro realizaba su recorrido, “todos sentíamos la necesidad de ser mejores”.

El domingo 29 de junio de 1919, fiesta de San Pedro y San Pablo, fallece trágicamente a los 54 años el doctor José Gregorio Hernández Cisneros, tras ser atropellado por un automóvil en la esquina de Amadores mientras se dirigía a buscar medicinas.

El impacto lo arrojó contra un poste y luego contra el borde de la acera, destrozándole la base del cráneo. La noticia de la muerte del «Médico de los Pobres» corrió rápidamente conmocionando a la sociedad caraqueña, que lo veneraba por su inmensa caridad y dedicación.

El cuerpo del santo galeno fue trasladado de inmediato al Hospital Vargas por el mismo conductor que lo atropelló, donde el presbítero Tomás García Pompa le administró la Santa Unción y absolución. Pese a los esfuerzos, su colega y amigo, el doctor Luis Razzeti, solo pudo confirmar el deceso.

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La capilla ardiente y el homenaje de personalidades

Cabe destacar que la leyenda de que fue el único carro en Caracas el que lo atropelló es falsa, pues para ese entonces había unos 700 vehículos circulando.

Al día siguiente, el lunes 30 de junio, a las diez de la mañana, partió el cortejo fúnebre hacia el paraninfo de la Universidad Central de Venezuela, un recinto clausurado que abrió sus puertas excepcionalmente para la capilla. En hombros de sus alumnos y rodeado por dos hileras de discípulos, el féretro llegó a la universidad llena de coronas florales.

Durante toda la jornada, un flujo incesante de caraqueños desfiló ante el ataúd para despedirse del doctor, en una manifestación de cariño que trascendía los estratos sociales.

Además, en este gran evento de despedida para el santo, estuvieron presentes altas personalidades de la época, entre ellos estaban sus grandes amigos Aníbal Dominici y Luis Razetti.

Antes de hacerse famoso por su novela Doña Bárbara una década después, Rómulo Gallegos escribió en el número 27 del 6 de julio de 1919 de la revista femenina Actualidades, muy exitosa entonces y sin ser un chupacirios, un artículo muy sentido sobre la muerte de José Gregorio Hernández que conmocionó a la ciudad por lo abrupta e inesperada.

Dice al respecto nuestro novelista: “Pocas veces he visto en Caracas una manifestación de duelo más espontánea, general y profunda por la muerte del señor Doctor José Gregorio Hernández. Fue arrollado el domingo 29 de junio pasado. La noticia dolorosa se divulgó pronto produciendo una dolorosa impresión de estupor y pena.” Luego el escritor apunta sobre el personaje: “Unía a sus vastísimos conocimientos ya su inteligencia lúcida aquel don especial del médico por vocación, que con pronta penetración acierta a desentrañar los males del organismo”.

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El fervor en la Catedral y la procesión masiva

El arzobispo de Caracas, monseñor Felipe Rincón González, presidió los oficios religiosos en la iglesia Catedral, que resultó totalmente rebasada. La multitud de asistentes llenó la Plaza Bolívar y varias calles aledañas, forzando la suspensión de actividades en casi todo el comercio e instituciones de la ciudad.

El fervor popular alcanzó su clímax al concluir la Santa Misa, pasadas las cinco de la tarde. Se calcula que más de 30.000 personas, una cifra asombrosa considerando que Caracas apenas superaba los cien mil habitantes, se congregaron para despedir al galeno. Testigos contaron cómo, entre gritos de «¡José Gregorio es nuestro!», la multitud literalmente arrebató la urna de la carroza fúnebre para llevarla sobre sus hombros, en un acto espontáneo de amor y veneración.

La triste caminata se transformó en una procesión compacta y masiva, con estudiantes, hombres de ciencia, clero y el pueblo llano marchaban mezclados en una riada humana, acompañados por la emotiva música de la Banda Bolívar, dirigida por el maestro Pedro Elías Gutiérrez. Cabe destacar que este gran personaje de la música Venezuela fue el compositor de la famosa pieza “Alma llanera”, y era gran amigo del galeno, incluso disfrutaba de escucharlo tocar el piano en ocasiones.

El entierro final en el cementerio del sur

Con la noche ya cerca, la muchedumbre debió usar velas y faroles para iluminar el largo trayecto hasta el Cementerio General del Sur, donde llegaron pasadas las ocho de la noche. Allí, entre discursos de distinguidas personalidades y una «pirámide» de ofrendas florales, los restos del doctor José Gregorio Hernández Cisneros fueron finalmente depositados, poniendo fin al sepelio que se convirtió en el homenaje más grande que Caracas había rendido.

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