Como un espíritu de los chiveros identifican a José «El pela cuero» los criadores del caserío Uvedal en Bobare, ubicado en el estado Lara. Le agradecen por la protección que da a sus animales, principalmente a las cabras y chivos que pueden estar desaparecidas por tiempo indefinido, pero que con su intervención regresan sanas a sus corrales. Es un alma que no les causa temor y desde inicio del siglo XIX es conocida por varios sectores de la parroquia Aguedo Felipe Alvarado, ya que atiende el llamado de quienes piden con fe.
Todo empezó con una escena muy dolorosa, en la que cuatro custodios llevaban a un detenido tan golpeado y cansado que no soportaba ni su propia sombra. Fue a principio de los años 1800, en el antiguo camino real que comunicaba al estado Falcón con Lara, en un tramo que identificaron como Uvedal, en alegoría al semiárido y donde era frecuente este tipo de procedimientos, así lo comenta el cacique gayón, Rigoberto Rivero.


¿Cómo nació la historia del ánima de el pela cuero?
Recuerda la historia que conoce la señora Aura Rosa Castro, habitante del caserío y que actualmente tiene 99 años de edad, el relato era contado por sus abuelos. Ellos solían ver pasar a custodios con detenidos, a quienes sometían a latigazos y provenían de Falcón, con dirección hacia Barquisimeto. Así pasó con aquel hombre, sin ánimos ni siquiera para levantar la mirada. Le gritaban insultos y pretendían que acelerara el paso, sin considerar que posiblemente llevaba más de cinco días caminando.
Era el agotamiento físico, más el dolor por esos moretones en forma de surcos en su espalda, a causa de los correazos que recibía. Habitantes se preguntaban si era porque se habían quedado sin provisiones o simplemente como un castigo de sus custodios.
Los residentes del caserío veían un ensañamiento sin piedad, tanto así que ese hombre se desvaneció. Sus piernas no podían sostenerlo, su pulso era cada vez más lento y ni el temor a los custodios le daba fuerzas para cumplir las órdenes.
«¡Camina, anda, que no podemos seguir perdiendo tiempo!», le gritaban, le dieron un último latigazo y lo dejaron tirado en medio del camino.
Rivero menciona que doña Ana Rosa al describir esa escena, se conmovía de tristeza, tal como decían sus abuelos. Un baquiano veía y al calcular que los custodios iban lejos, se acercó, pero no tenía cómo ayudarlo. Ya era tarde, el hombre ni siquiera pudo decir su nombre ni dónde vivía.
Ese señor le prometió darle cristiana sepultura y lo llamó José, con el sobrenombre de «El pela cuero», debido a que le venían echando «cuero» (golpeando) y su espalda estaba toda pelada (largando la piel) por tanto maltrato. Lo enterró en el mismo sitio en que murió y le armó una cruz de estantillos.


Se corrió la voz entre los pocos vecinos, de que allí fue sepultado José «El pela cuero». Pero sus poderes como ánima protectora empezaron a conocerse, cuando a los pocos días, ese mismo señor que lo enterró estaba muy preocupado porque sus animales no regresaban de la montaña. «Aquí vengo a pedirte José «El pela cuero que me ayudes y vuelvan los chivos», le imploró de rodillas encendiendo una vela en su cruz. Lo más impresionante fue que ese mismo día regresó su rebaño.
Desde ese momento, el señor lo asumió como la ayuda de José «El pela cuero», más aún porque regresó la totalidad de los animales, como si los hubiesen ido a buscar. De allí, es que Rodrigo Castro, hijo de doña Ana Rosa, confirma que fue aceptado como el ánima de los chivos, viéndolo como una manera de agradecimiento. A su familia que llegó a tener un corral con alrededor de mil chivos, les ayudó en varias oportunidades.
«Llevaba ocho días buscando las 14 cabras y un día me dispuse caminando desde tempranito hasta el atardecer. Luego caminé hasta que (la tumba) José El pela cuero y le encendí dos velas. Fue inmediato», recuerda el señor Rodrigo.


Otro testimonio que conoce es de un vecino, cuya familia no comprendía esos extraños «poderes» de alguien que ni vivió en la comunidad. Pero él decidió dejarse de incredulidad e intentar para probar si recuperaba su rebaño que llevaban dos meses «alzadas», tal como mencionaban a ese grupo de rumiantes que buscaban otro rumbo. Esa mañana casi terminaba y decidió caminar alrededor de dos horas más hasta llegar a la tumba.
Al estar frente a la cruz, le dijo: «Yo sí creo que puedes ayudarme, porque no consigo por dónde seguir buscando. Ya estoy cansado». Siguió caminando en su última esperanza y a mitad de camino se encontró con sus animales.
El señor Rodrigo repite lo que tanto le dice su madre, Ana Rosa, que ese pobre hombre no pudo despedirse de su familia y sus seres queridos, seguramente sólo lo dieron por desaparecido.