LA PRENSA DE LARA | Agencias.- Es la boda real del año en Japón, pero no ha sido ni boda ni real. La princesa Mako, sobrina del Emperador Naruhito, se ha casado este martes con su novio de la universidad, Kei Komuro, pero no se ha celebrado ninguna ceremonia con la pompa habitual de estas ocasiones. De hecho, ni siquiera ha sido un enlace civil porque la pareja tampoco ha ido al registro para inscribir su matrimonio. En su lugar, los funcionarios de la Agencia de la Casa Imperial han enviado los papeles en su nombre para evitarles el «paseíllo» ante las cámaras y no dar lugar a más escenas polémicas.
Y es que su romance ha tenido que lidiar desde el principio con la adversidad por la mentalidad conservadora que impera en la sociedad nipona. Para empezar, el novio es un plebeyo, lo que obliga a la princesa Mako a abandonar la Casa Imperial al casarse y perder así todos sus privilegios.
Además, la familia Komuro se ha visto implicada en un desagradable pleito económico. Según han desvelado los medios japoneses provocando un sonado escándalo, su madre le debe cuatro millones de yenes (30.000 euros) a su antigua pareja, quien ayudó a la familia y pagó la educación del joven Komuro tras la muerte del padre. Desde que se descubrió este turbio asunto en diciembre de 2017, tres meses después que se anunciara el compromiso de la princesa Mako, la pareja ha estado sometida a una fuerte presión que ha afectado no solo a su noviazgo sino incluso a su salud mental.
Para empezar, la Agencia de la Casa Imperial pospuso la boda, que estaba prevista para noviembre de 2018, hasta que la familia Komuro resolviera sus problemas legales. Para ello, el novio se comprometió a pagar la deuda, incluso aunque su madre y él pensaran que el dinero había sido un regalo de su anterior pareja. Con esta promesa, y la oposición del padre de la novia, el príncipe Fumihito, hasta que se solucionara la disputa, Kei Komuro se marchó en agosto de 2018 a Nueva York para estudiar Derecho en la Universidad de Fordham.
Allí ha pasado los tres últimos años y se graduó el pasado mes de mayo hasta que, en septiembre, regresó a Japón para casarse con Mako. Causando aún más revuelo, el joven apareció con una coleta que escandalizó a los tradicionalistas nipones, pero que ya se ha cortado. A pesar de todos estos problemas, del acoso mediático y de las duras críticas recibidas en las redes sociales, la princesa aseguró en noviembre de 2020 que Komuro y ella eran «inseparables» y que su boda era «la opción necesaria». Aunque la demanda económica seguía sin cerrarse con un acuerdo, al padre de la novia no le quedaba más opción que aprobar el matrimonio.
Novio ‘inapropiado’ para la Casa Imperial
Pero, eso sí, se celebraría sin las ceremonias tradicionales ligadas a las bodas reales en Japón porque buena parte del público, e incluso de la Familia Imperial, considera que el novio no es el apropiado para la princesa Mako. En lugar de seguir los ritos sintoístas propios de Japón, ha visitado a sus tíos, el Emperador Naruhito y la Emperatriz Masako, y los santuarios de palacio donde se venera a sus ancestros, pero sin su prometido. Debido a toda esta presión social, la joven ha acabado sufriendo estrés postraumático, pero no ha renunciado a su deseo de casarse con el hombre al que ama.
Para evitar más habladurías, incluso ha tomado la decisión sin precedentes de renunciar a la asignación de 150 millones de yenes (un millón de euros) que le corresponde a cada miembro de la Familia Imperial al abandonar palacio. Mako ha preferido no recibirlo para que no se diga que iba a pagar la deuda de su marido con dinero público.
Después de cuatro años de turbulento noviazgo, la pareja ya es marido y mujer. Sin boda ni real ni civil, su nueva vida ha empezado abandonando sus respectivos hogares familiares, según informa la agencia de noticias Kyodo. Ataviada con un sencillo traje verde claro y un ramo de flores, además de la inevitable mascarilla, Mako se ha despedido con reverencias de sus padres y se ha dirigido a un hotel de Tokio donde iba a dar una rueda de prensa con su esposo. Finalmente, han decidido responder solo por escrito varias preguntas de los medios por la «fuerte ansiedad» que sufre la princesa.
Como plebeya, Mako Komuro tendrá que sacarse el pasaporte para mudarse con su marido el próximo mes a Nueva York, donde él aguarda los resultados del examen para ejercer como abogado. Mientras tanto, ya trabaja en una firma legal e incluso ha ganado un premio literario.
Mako y Kei, ambos de 30 años, se conocieron en 2012 mientras estudiaban en la Universidad Cristiana Internacional de Tokio. Rompiendo con la tradición imperial de formarse en la Universidad Gakushuin, la princesa empezó allí una senda propia que la ha llevado a estudiar Arte en el Reino Unido y a trabajar como investigadora en el Museo de la Universidad de Tokio. Conocida por sus labores de voluntariado, sobre todo tras el tsunami de 2011 que arrasó la costa nororiental de Japón y desató el desastre nuclear de Fukushima, también ha destacado por promover las relaciones diplomáticas con América Latina visitando países como Brasil, Paraguay, Honduras y El Salvador. Por su parte, Kei Komuro intenta abrirse camino como abogado en Nueva York, donde vivirá con su esposa Mako, la princesa que renunció a su título por amor.
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