AFP | LA PRENSA DE LARA.- Sus mayores prohibieron la música, pero ellos cantan y bailan ante el sol poniente. El jueves, en el sur de Afganistán, jóvenes talibanes se regalaron un rato de diversión junto a un río donde apenas meses atrás libraban sangrientos combates.
Es víspera del viernes, día festivo en la tradición musulmana, y un estribillo resuena en el lecho rocoso del río Arghandab, a pies de un puente de hormigón partido en dos por la guerra.
Junto a las aguas, teñidas de color violáceo por el ocaso, siete jóvenes cantan y bailan en la forma tradicional afgana, trazando círculos con pasos laterales y picando de manos.
Son altos, delgados, morenos, con barba, jóvenes guerrilleros talibanes que se toman una pausa poco antes de volver a Kandahar, la cuna de su movimiento, a una decena de kilómetros de allí.
La escena es singular, sobre todo teniendo en cuenta la imagen austera y rigurosa de este movimiento fundamentalista, que en su anterior régimen (1996-2001) prohibió toda diversión, incluida la danza y la música.
Sus jóvenes integrantes de ahora escuchan más música, en general religiosa. En cuanto a sus líderes, que recuperaron el poder a mediados de agosto, han soltado algo de lastre en esta cuestión.
En las grandes ciudades, al menos, sus tropas no parecen importunar a los ciudadanos si escuchan música.
En largas camisas tradicionales, sandalias, fulares y sombreros planos o turbantes, los siete talibanes vuelven a dar vueltas, cantando al unísono: «Envíame los buenos días de Kabul/Como tú eres la flor de los jardines de Paghman (valle cercano a Kabul, ndlr)/Te echo mucho de menos».
«Teníamos un plan»
Nadie sabe con exactitud de cuándo es esta vieja canción, que celebra la unidad de la nación afgana a pesar del mosaico de tribus y etnias encajadas entre montañas y desiertos.
Sus estrofas patrióticos satisfacen a los jóvenes talibanes, victoriosos después de veinte años de batalla descarnada contra Kabul y sus aliados occidentales.
«Esta canción nos pertenece, pertenece a nuestro país», explica uno de los que danza, Hafiz Mudasir, en la veintena.
«Hace veinte años, las tropas estadounidenses llegaron, pero teníamos un plan», afirma.
De hecho, el mismo plan que hizo desistir a los dos invasores anteriores, los británicos a finales del siglo XIX y los soviéticos en los años 1980: resistir y aguantar hasta que el enemigo se canse y haga las maletas. El 30 de agosto, las hicieron los estadounidenses.
A lo largo del verano, los talibanes tomaron numerosas ciudades afganas, mientras las fuerzas gubernamentales se derrumbaban privadas del apoyo occidental.
Muchas localidades cayeron sin combatir, evitando el temido baño de sangre.
«Somos talibanes, pero no hacemos nada malo. Son nuestros enemigos que difunden rumores, que dicen que matamos a gente», afirma Hafiz.
– «El precio a pagar» –
La población, aunque se alegre del fin de interminables décadas de guerra, tiene presentes la violencia regular de los talibanes estos veinte años.
Después de la danza, una treintena de talibanes rezan a orilla del río, cuando el sol ya se ha desvanecido del horizonte. Pan, melones y sandías esperan a que terminen.
A pie del puente, una fila de varios vehículos, con coches, motos y camionetas, se abre camino en el lecho del río para pasar a la otra orilla antes de que caiga la noche.
Es así desde que el puente se partió en dos en la noche del 20 de diciembre pasado, cuando los talibanes hicieron estallar un vehículo al lado para cortar la carretera y aislar aun más Kandahar.
El centro del puente cedió al menos diez metros, dejando de un lado los islamistas y, del otro, el más cercano a Kandahar, las fuerzas gubernamentales.
Un cuartel policial tuvo la mala suerte de encontrarse en el lado talibán. Los islamistas enviaron dos o tres suicidas que terminaron con la decena de agentes presentes.
Este recuerdo, como el de civiles regularmente muertos en atentados talibanes, no conmueve a Hafiz. Es el precio a pagar para «difundir el islam en la región», defiende.
Y si un inocente es asesinado, «puede dar gracias a Dios, porque está bien morir como mártir»