LA PRENSA.- Con mi acostumbrada señal de la cruz marqué la salida de mi casa. Llevaba cinco minutos de retraso para llegar al trabajo -como cosa rara- por eso corrí hasta la parada. Luego de una corta espera apareció el ruta que me llevaría a mi destino.
Ese día debía irme arreglada pues posaría para una revista, por lo que me peiné -como nunca lo hago- y me maquillé «para tirar la pinta”. Como solo aparecería mi rostro no me preocupé tanto por la ropa. Sin embargo, al sentarme en el asiento de la buseta me cubrí con un suéter para no llamar la atención.
Sonaba un reguetón en la radio. Alternaba con la voz del locutor que leía las peticiones de la audiencia. La canción de Ozuna era la más pedida y de inmediato comenzó a sonar “Corazón de Seda”. Levanté la mirada y había unos cuantos puestos vacíos. Escuchaba el tema con mucha atención, miré por la ventana y me pregunté: ¿cómo será un corazón de seda?
En medio de mi distracción noté que el autobús se detuvo y miré de reojo. Con una pinta de muñeco de torta se subió un catire. Su pinta de seriecito no estaba a tono con sus deportivos amarillos. Le seguía otro chamo con el que hacía contraste: una camisa gigante acompañaba sus jeans súper ajustados. Sentí un susto momentáneo que desapareció cuando “el muñeco de torta” se sentó a mi lado.
No era muy atractivo pero no parecía mala persona. Sus ojos verdes transmitían duda, presumí que se vería con su novia por la vestimenta. Su amigo le pelaba los ojos mientras que él trataba de calmarlo.
Dos cuadras después subieron dos chamos más con indudable pinta de malandros. En ese momento me dije: aquí fue. Volteo la vista hacia mi compañero de asiento, con todo el terror del mundo. Él, con su mirada perdida, jugaba con el cierre de una portachequera que tenía en sus manos. Lo abrió y cerró varias veces y yo solo le rogaba a Dios que me protegiera. Mi corazón latía a mil por hora. Hasta que por fin abrió el cierre completamente y metió la mano. “O saca el pasaje, o saca una pistola”, pensé.
Uno de los pasajeros pidió la parada y mi acompañante se levantó.
Los otros tres jóvenes le siguieron y cuando estaban a punto de bajar del autobús, pasó lo que temía. Con una voz dulce pero firme gritó mientras empuñaba una pistola: bueno, mi gente. Esto es un quieto.
Abrí mi bolso. Cerré los ojos y levanté las manos mientras escuchaba los pasos de los malandros por el pasillo. Una mujer gritaba mientras le pedían el teléfono. Yo pensaba cómo recuperaría mis papeles y cómo compraría otro teléfono en este país.
Dejé la cobardía y abrí los ojos. Los cuatro chamos arrebataban a sus víctimas todo lo que veían. Yo seguía inmóvil.
En un momento de confusión, el conductor del autobús se paró molesto
— ¿Ustedes le van a tener miedo a estos malandros? — dijo al tiempo que comenzó a forcejear con ellos y logró bajarlos de la unidad.
Cuando creía que todo había terminado, comenzó una persecución. El chofer seguía a los delincuentes. Ellos corrieron en diferentes direcciones. La gente gritaba y yo trataba de entender la escena.
El autobús logró alcanzar a mi compañero de asiento, el muñeco de torta, quien con el arma en la mano amenazaba al conductor. En ese momento un carro pasaba y se topó con el show. El catire le apuntó con la pistola y le pidió que se bajara. El conductor no lo dudó, abrió la puerta y cuando el malandro iba a subirse, lo sorprendió con un golpe que lo dejó noqueado.
El maleante estaba acorralado. Los pasajeros del ruta comenzaron a bajarse y lo golpeaban sin piedad. Yo estaba shockeada y llamaba por teléfono a mi compañera de trabajo para explicarle el retraso. Fui la única a la que no robaron.
La policía llegó rápido -para sorpresa de muchos- y evitó que la multitud lograra lincharlo. Todos comenzaron a subir en la buseta nuevamente y el chofer se dispuso a continuar su ruta. La policía lo detuvo, subió al joven ensangrentado en la unidad y ordenó que fuéramos a declarar.
Me bajé sin chistar, y sin mirar al que fue mi compañero de asiento. Sin embargo, no me resistí. Lo miré por última vez. Sus ojos verdes ahora transmitían miedo y rabia. Su corazón de piedra ahora era de seda.