Gabriel Grisanti | LA PRENSA.- Sobre el monte que cubre los alrededores de la quebrada Tacarigua, justo detrás del callejón 3 con avenida El Estadio del barrio Santa Isabel de Quíbor, yacía María de Lourdes León, de 80 años. Ella fue asesinada de un disparo en la cabeza que le perforó la frente y le salió detrás.
En esta comunidad, perteneciente a la parroquia Coronel Mariano Peraza del municipio Jiménez, los residentes estaban consternados, igual o un poco más que sus propios familiares, quienes pensaban insistentemente qué motivo pudo haber movido a alguien para matar a una octogenaria muy apreciada por su cordialidad.
En el porche de una modesta vivienda estaban sentados dos hijos de la infortunada. Onías Mendoza, de 52 años, a quien le conocen por su canto como “El coplero de Cubiro” y también es un reconocido locutor quiboreño, relataba que su madre era muy bondadosa y que le costaba creer que una persona atentara contra su vida de esa manera.
Decía que María de Lourdes era yerbatera de la localidad, le gustaba fumar tabacos frecuentemente y pedirle con intensidad al Negro Felipe y a Santa Bárbara. Además, atendía a todo aquel que quisiera una ayuda espiritual suya, mediante sahumerios o esencias.
Era fiel creyente de Nuestra Señora de Altagracia, patrona del pueblo de Quíbor y el doctor José Gregorio Hernández.
“Siempre pedía por sus nueve hijos, cuando estábamos completos”, decía Onías al tiempo que recordaba que dos de ellos fallecieron.
Eduardo Fradey tenía 40 años cuando le dieron un tiro en la espalda que le salió por el abdomen después de resistirse al robo de su moto.
Alcanzó a abrir el portón de la casa materna en el barrio Santa Isabel, pero se desvaneció en el porche. No murió en el acto, debido a que pasó 26 días agonizando en un hospital.
El otro hijo se ahogó en la laguna de Paco, dentro de la hacienda Caujaral (municipio Jiménez) hace 34 años. Después de haberse desviado del tema en relación al deceso de su madre, volvieron a retomarlo.
Referían sobre María de Lourdes que no sufría ninguna enfermedad crónica y que veía mejor que un águila.
“Ella podía ensartar la aguja sin problemas, sin buscar tanta claridad para hacerlo en la casa y sin usar lentes. Tenía una mente muy lúcida”.
La otra distracción que tenía la octogenaria era alimentar a los dos curíes que le quedaban (pues tenía cinco).
Para ellos buscaba todos los días monte por los alrededores de la quebrada en la que precisamente cayó muerta.
Ayer, alrededor de las 9:40 am se había tomado una taza de sopa con carne de res, trozos de auyama y arroz, acompañada por una arepa de maíz pilado antes de salir a ese sitio en donde encontró la muerte.