José D. Sequera | La Prensa.- La profesora Nelly de Barreto va religiosamente todos los días impartir sus clases de Arte y Cultura en el Colegio Juan XXIII, ubicado en Barrio Unión. Llega al aula de primer año para aplicar una evaluación. Pero se da cuenta que una de las estudiantes está un poco pálida y con la mirada perdida.
“¿Qué te pasa mi niña?”, le pregunta al acercársele. La estudiante le responde que no pudo desayunar porque no había comida en su casa y que se sentía un poco mal. Afortunadamente un compañero se compadeció y le regaló una arepa. Así fue que la niña pudo empezar a realizar la evaluación.
Esta historia es el reflejo que viven diariamente profesores de primaria y secundaria, pues debido a la crisis económica muchos estudiantes están yendo a las aulas de clases con el estómago, por lo que sus rendimiento académicos no están siendo tan buenos como los de antes.
“El rendimiento ha bajado casi un 30 por ciento. Ahora tenemos que ser un poco más flexibles con los estudiantes porque hay alumnos que si valen la pena”, explica la profesora Elita Yánez, profesora de biología en dos instituciones, una pública y otra privada.
Ella dice que el colegio diariamente recibe entre tres y cuatro quejas diarias de estudiantes que no han podido desayunar, pero en el liceo el panorama es más distinto.
“Doy clases en la institución ‘Jesús El Maestro’ y allí no menos de seis alumnos me llegan con que no han podido comer‘, reporta Yánez con aflicción.
Willianny Polanco es colega de Yánez, asevera que ella siempre trata de buscar todas las alternativas posibles porque ella se pone en los zapatos de sus estudiantes.
“Todos sufrimos para comprar comida, por eso es que a veces tengo que servir de psicólogo para darle ánimos”, asegura. Expertos en el área sustentan lo que dicen estas profesoras. Luisa Pernalete, coordinadora del proyecto de ciudadanía y paz de la Red Fe y Alegría recalca la contundente frase “Letra con hambre no entra”.
“Un niño que no tiene para comer como se le puede instruir”, enfatiza Pernalete, añadiendo que en Fe y Alegría se han tratado de hacer esfuerzos para ayudar a los padres que tengan dificultad para alimentar a sus hijos.
“Tuvimos un caso en un preescolar ubicado en un sector con muchas carencias en Ciudad Bolívar y veíamos que los niños no gritaban ni jugaban. ¿Qué niño de cuatro años no juega?, se hizo el estudio y se determinó que los niños estaban desnutridos. Hicimos esfuerzos y comenzamos a dar una papilla nutritiva. El cambio en el ánimo fue de 180 grados”, cuenta la también defensora de los derechos de los niños.