José Miguel Najul | LA PRENSA.- Remunerar a los mesoneros, a los bolseros de los supermercados, a quienes cargan las maletas o a las personas que cuidan los vehículos ya no es un gesto que salga con naturalidad. La crisis ha erosionado la cortesía, la gratitud y, con ello, los bolsillos de quienes se dedican a los oficios en la rama de servicios.
Jackson Fernández, mesonero, explica que, durante mucho tiempo, logró complementar el sueldo mínimo que lograba percibir en un buen restaurante con las modesta, pero constantes gratificaciones que recibía cuando se esmeraba en servir a los clientes que llegaban a comer.
“Desde hace más o menos un año las personas se hacen las locas. Hay quienes, de vez en cuando, dejan una buena propina: unos 200 bolívares o incluso más, pero es muy esporádico”, lamenta el trabajador. Fernández explica que, más que la generosidad particular, lo importante para complementar era la frecuencia. “Con muchas personas que aporten poco se obtenía más ganancia que con pocas dando bastante”, explica.
Pero el problema no se circunscribe a quienes trabajan entre las mesas. Los cuidadores de carros han empezado a notar que sus ingresos, que dependen exclusivamente de la voluntad de los conductores a los que vigilan sus vehículos, son cada vez más escasos.
Franco Méndez comenta: “antes uno recibía de buena gana un billete de 20 bolívares. Ahora, cuando me pasan uno, siento impotencia, porque eso no sirve ni para comprar un caramelo”.
Actualmente, la “propina adecuada” sigue siendo un debate sin una conclusión definitiva. Hay personas para las que un billete de 100 bolívares es una nimiedad; para otros se traduce en un par de pasajes que pueden salvar la asistencia a una jornada laboral, o con lo que pueden completar para una comida.