miércoles, 6 noviembre 2024
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Indigentes buscan resguardo en cementerios y hospitales de Barquisimeto

Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- Temen por sus vidas y hacen todo lo posible por pernoctar en edificaciones o lugares que no representen tanto peligro. Ese es el testimonio de indigentes, quienes sienten seguridad en hospitales, cementerios y algunas edificaciones en Barquisimeto donde no estén tan expuestos. Buscan un techo y hasta la solidaridad del prójimo para darles un bocado de comida, cuando el estómago les arde del hambre.

Dichos lugares tienen en común que suelen ser muy concurridos y con cierta vigilancia policial. Una de las premisas para intentar descansar, pese a esas noches frías y sólo teniendo cartones para recostarse y una fina sábana para cubrirse. Tal como se evidencia en el dormitorio improvisado que han convertido la antigua entrada principal de la sede del Ipasme, en plena avenida Libertador.

Mientras en el Cementerio Bella Vista se encuentra un joven y una adulta mayor, paciente psiquiátrico. Ambos asumen el terminal de pasajeros como el sitio donde piden colaboración y les suministran un poco de comida. También aprendieron a convivir y a cuidarse en sus noches en el camposanto, tratando de conciliar el sueño sobre una de las lápidas. No temen a espantos, sólo a los vivos.

Juan Carlos Rivero tiene 22 años y casi se termina la mañana, por lo que aseguró su almuerzo con dos mangos que recién había recogido. Por su apariencia parece antipático, pero insistiendo en la conversación, deja ver un vacío desde la familia, esa familia que lo privó de los estudios porque apenas pudo cursar el primer grado de primaria. «No tengo mamá», lo dice con fuerza, cuando la misma sigue viva y confiesa que no conoció a su padre.

Vivía en La Miel, pero desde hace dos años sólo tiene la calle, un poco de comida regalada y el resto hurgando en la basura. Le tocó aprender a defenderse y agradece que no se enferma.

Merarí Araujo dice tener 49 años, pero seguramente es adulta mayor. Sus tics nerviosos apenas la mantiene poco tiempo tranquila y sólo tiene de compañeros a Juan Carlos Rivero, así como a tres gatos que le piden comida. «Mis hijos me olvidaron y vivo con miedo», admite, mientras dice que es mejor pedir que robar. La lluvia es la que interrumpe sus sueños y le toca resguardarse cerca de la estación policial del cementerio.

Ella se siente presa de las contradicciones porque aún viviendo en la calle, confiesa que «cuando me da la lloradera, me echo pintura en las uñas para olvidar».

Héctor Escalona vive al frente del Hospital Pediátrico Agustín Zubillaga. Prefiere ese lugar porque no se moja por la lluvia, hay vigilancia, conocen a todos los indigentes y asegura alguna ración de comida con los donativos para familiares de pacientes. «La calle es ruda y hay que saberla llevar», aclara.

 

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