Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- «¡Soy una caja de sorpresas!», es la primera frase que suelta Olga Sinclair entre risas y realmente lo es por su talento, versatilidad y bondad.& ;
Su amplia trayectoria obliga a un ejercicio de síntesis para su presentación. Se nutre de las culturas de los pueblos porque ha vivido en tres continentes y siendo Venezuela el octavo país donde ha vivido esta artista plástico panameña, quien supera las 50 muestras individuales y más de 350 exposiciones colectivas, entre sus más de 4 mil obras.
Herencia de su padre Alfredo Sinclair, maestro de la plástica que innovó hasta consagrarse en la abstracción. Esa misma libertad es la que ella disfruta con su propio estilo e inculca la semilla del arte al talento infantil, a través de la fundación que lleva su nombre. Un nicho que le ha permitido trabajar con más de 100 mil niños en 13 países y hasta recibir el Récord Guinness pintando durante el centenario del Canal de Panamá en 2014.
Nunca se da por vencida, ni siquiera cuando no era entendida por algunos maestros. Agradece a Dios en todo momento, por sus padres maravillosos que siempre creyeron en ella estimulándola a seguir puliendo el talento de esa Olguita (como la llamaban) introvertida. Una personalidad de tan bajo perfil, pero que le permitió a sus seis años salvar el primer dibujo premiado de una mancha marrón. También pintar un semáforo que ni siquiera conocía y superar su pena al dibujar su primer desnudo, dejando en blanco la zona de los genitales masculinos.
Su conexión con Venezuela viene con la familiaridad de una escuela Sinclair vinculada con maestros, como Oswaldo Vigas y Carlos Cruz Diez. También identificada con la entrega de José Antonio Abreu. «Todos los que somos soñadores en el mundo de la cultura, así como el maestro Abreu con el sistema de música clásica para los niños venezolanos, sentimos que el universo conspira para que en cada país hayan personas como nosotros que somos un poquito transgresores pero que no dejamos el sueño en una palestra de acciones por ejecutar, ejecutamos inmediatamente«, exclama de esa constancia como artista y creyendo en los ni? ños, porque creció con el olor a pintura del trabajo de su padre y conociendo a José Luis Cuevas, de México; Fernando De Szyszlo, de Perú y otros maestros de Colombia.& ;
La mirada de Olga delata su complacencia con ojos tan expresivos cuando habla de sus talleres, su acento delata el revivir de cada ocasión. Se propuso que los niños se acerquen a las artes desde temprana edad y así empezó con el primer taller de 500 participantes& ;
entre niños y jóvenes. Un encuentro único en el parque Urracá por la bahía de Panamá, en el Pacífico y donde entendió que se debía seguir alimentando el ingenio por una mayoría que dibujó un par de montañas, el sol inmenso y aves negras volando.
«¡Hicieron los retratos de su mamá con un ojo por aquí u otro por acá, una mamá morena, rulos en la cabeza pero completamente a la manera Picasso y eso me gustó!», señala emocionada la artista.
Siempre inquieta
Picasso fue sólo el inicio. Luego el expresionismo abstracto de Jackson Pollock y Paul Klee con el surrealismo y expresionismo abstracto. Pensó trascender del taller y pasar a concurso para que los ganadores viajaran y frente a la obra de maestros. Fue a partir de «Pintemos el Panamá de tus sueños, al estilo Van Gogh» que reunió a 16 mil niños y jóvenes. Fueron 40 finalistas y triunfaron 10 con el Canal de Panamá en los cielos Van Gogh, entre esos naranjas, azules y tal como lo soñaban, incluso unieron sus giraso?les junto a la flor panameña Espíritu Santo.
El primer grupo visitó el museo Van Gogh en Ámsterdam. «íAl ver las obras de cerca, todos lloraban fue una experiencia maravillosa!», recuerda sintiendo su piel erizada. Siguieron por París al Museo de Orsay y de Louvre, así como al Palacio de Versalles y conocer la sede de la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra. Fueron 10 días inolvidables y con recursos conseguidos por la Fundación Sinclair.
«Me doy cuenta que ellos necesitan salir de sus países, ver el mundo e ir más allá del pensamiento», precisa. También estuvieron en Chile, Canadá e Israel.
Segura y firme& ;
No la detuvieron ni los insistentes: «No se salga de la línea, niñaaaa!», de la mayoría de sus profesores y que considera de retrógrado. «Yo soy la edad que miro para el futuro, que miro para el universo, para los cielos esperando que nuestros hermanos de otras galaxias se conecten con nosotros y nos digan que somos una tierrita infinitesimal en el universo, que nos digan que somos unos tontos, que tenemos un ego tan grande», dice.
Su amplia carrera la ubica en el puesto 12 de las mujeres más poderosas de la revista Forbes& ;
en Panamá. Hablar del tema recuerda su humildad y agradece por tal mención, aclarando que el poder es de Dios y puede verse en un universo agotado por nuestro mal comportamiento, desafiándonos con desastres naturales. Ella no sabe de egos. Siendo de esas mujeres de contenido, admite que reconoce más la palabra influyente desde un modelo de vida y ajena a ese nueva modalidad de «influencers» vacíos. Olga cree que con humildad puede llegar a más personas, compartiendo la filosofía de vida de Mario Benedetti, de evitar caer en círculos viciosos, triángulos amorosos y mentes cuadradas que dañan a la humanidad.& ;
Asume al amor cuando se nutre de la bondad, espiritualidad y disposición para servir. «Si naciste para servir te olvidas de ti mismo y sales de tu zona de confort», recuerda y agradece que la Fundación Olga Sinclair es la número 29 entre las 100 empresas más poderosas del ranking Merco de Panamá.
Una de sus hazañas fue obtener el primer Récord Guinness de su tierra con 5.084 niños inspi? rados en el Canal de Panamá que tanto significado tenía para su padre y su abuelo escocés que trabajó en la construcción. Recuerda que oró a su Virgen de Guadalupe y le comentó a su amigo Ismael Cala, que más allá del premio era comenzar un proyecto de vida a esos jóvenes.
Fue tanta la emoción, que ni siquiera puede describir los llantos de alegría, los gritos y algarabía con todos los niños abrazándose, tal como ella quería. Al mes, fallecieron sus padres.
Siempre se está buscando entre colores y formas logrando un sello único sin depender de su padre, a quien asume como escuela para una transición desde el bodegón, peras, dibujos en carboncillos y centrarse en la riqueza del arte abstracto. Sus estudios de Bellas Artes en Madrid le permitieron el dominio de la técnica y una inspiración que se queda en la paleta. Es su propia crítica y observa desde el alma, reconociendo que varias veces ha llorado frente a sus obras con base en acrílicos para más resistencia. Tan sensible que concibió a «Mi radiación», de lo vivido en su tratamiento contra el cáncer, de aquellas sesiones de ojos tapados y siempre agradeciendo las bendiciones de Dios.
«La inspiración se hace trabajando y el artista es el peor enemigo de uno mismo», admite y recalca la obra de Francis Bacon que le cambió la vida y de quien tomó grandes formatos, explícitos en sus trípticos. También tuvo la dicha de exhibir su obra al lado de los bustos de Michelangelo Buonarroti. «Siento que la vida me ofrece este tipo de oportunidades y a veces uno mismo las provoca», señala quien ha expuesto en el Palacio Medici Riccardi de Florencia, Palacio de Minerías de México, Museo MuVim de Valencia, National Gallery de Jordania, Casa de América de Madrid, entre otros.
Su vida está en movimiento, tal como las 18 obras de su muestra «Life In Motion», para este 04 de julio en Kamil Art Gallery en Mónaco, todas realizadas en el balcón de su casa en Caracas. Luego en el mes de octubre en República Dominicana y en diciembre en Panamá. Mirar a Olga es llenarse de su buen aura, esa que pinta con sus colores y trazos cargados de energía. Una mujer vestida de humildad, de amor profundo por sus hijas, Natasha y Suzanna. No se paraliza en egos por sus valiosos reconocimientos y es tan humana que valora un dibujo de un niño con la misma emoción que el rosario regalado por el papa, Benedicto XVI. Dios no sólo la bendijo con talento, sino también con un buen corazón.