Guiomar López | LA PRENSA.- Llevaba tatuado un rosario que terminaba con el crucifijo en uno de sus dedos de la mano izquierda. Era Yhoaldrin Deivinson Colmenárez Jiménez, a quien vecinos conocían como “Mayimbú” y también lo señalaban de presunto atracador a transeúntes. El pasado domingo 21 de agosto, aproximadamente a las 4:30 pm, lo mataron a tiros en la cabeza y tórax en Terrazas B, del sector El Alambique, en Barrio Unión.
Este joven de 19 años quedó bocabajo en una calle de tierra, frente a una casa verde de rejas blancas. Su cabello corto negro estaba empapado de sangre y con manchas en su chemise azul. También vestía bermuda beige y estaba descalzo, a lo que curiosos señalaban que se los habían quitado sus familiares.
El hermetismo era total en los primeros parientes que estaban junto al cuerpo, par de tíos “lejanos” que ni quisieron aportar el nombre de la víctima. “Ya viene el Cicpc, averigüen con ellos. Nosotros no tenemos nada que decir”, se disculpaba uno de estos señores, que luego dijo que el chamo “no tenía ni 10 minutos que se había despedido de su abuela y le dijo: Ahorita vengo a comer”.
Apenas, un joven soltó —entre dientes— que había escuchado cinco disparos y de los cuales le asestaron tres Pero luego no quiso dar más detalles de los atacantes, mucho menos en qué se trasladaban.
Una jovencita no paraba de llorar. Era la novia de la víctima, la abrazaba una amiga y ella se cubría el rostro, mientras por ratos se agachaba y su mirada se perdía en su amado, que estaba cubierto por una sábana estampada.
Varias vecinas lamentaban que la madre de “Mayimbú” no llegaría a tiempo al lugar del hecho, el cual fue muy cerca de su residencia, ya que viven a dos cuadras, por las adyacencias de los rieles del ferrocarril. Decían que la señora estaba en Cabudare y había pagado un “libre” para despedir a su muchacho. Era el mayor de dos hermanos y no dejó hijos.
“Ella es una mujer trabajadora, los crió con mucho esfuerzo, pero se le escapó de las manos”, lamentaba una doña que prefirió retirarse señalando “por seguridad, aquí uno no puede decir nada”.
Los gritos de una dama con su insistente llamado de “¡Tapita, Tapita!” no cuadraban con la escena de muerte. Pero ella también lo recordaba “pobrecito, ese carajito me salvaba con cigarros. Yo le decía que se portara bien”.
Otro lamento de una vecina era porque se trataba de un hombre tan joven, con toda una vida por delante, pero que desviaba el rumbo. “A una familiar, que es una niña, le robó el teléfono y no conforme con asustarla, la tocó por los senos, revisándola. Ella quedó traumada”, criticó entre susurros y finalizó diciendo que —presuntamente— “tenía azotado por los lados de los rieles, a punta de robos”.
Los funcionarios policiales hasta tenían desconfianza de meterse a resguardar el cadáver. Llegaron nueve funcionarios PNB y luego miraban desde la esquina.