Las maracas, más que una tradición venezolana, son un instrumento profundamente familiar para el destacado músico Manuel Rangel. En su trayectoria, Rangel ha buscado interpretar la esencia de los cultores que asumen este medio de percusión idiófono como un estilo de vida, un arte arraigado en el país por la sabiduría popular que él se propuso descifrar. A través del registro académico, descubrió sus formas y comprendió su riqueza, validando este lenguaje con su investigación plasmada en los libros «5 Movimientos son la clave» y «200 Combinaciones para tocar maracas venezolanas». Este aporte cuenta, además, con el respaldo académico de la Universidad Fermín Toro (UFT), donde imparte el primer diplomado en la materia en el país.
Su virtuosismo goza de renombre internacional y cuenta con una trayectoria artística honrada con seis nominaciones al Latin Grammy. Ha destacado en producciones como King Mangoberry: Music of Ricardo Lorenz y Pataruco (junto a la Michigan State University Wind Symphony), Textures from the North of South (con la Orquesta Sinfónica de Venezuela), Soy puro teatro: homenaje a La Lupe (junto a Mariaca Semprún) y Agüije de Tierra Adentro. Asimismo, participó en el álbum Pa’ Fuera de C4 Trío y Desorden Público, nominado al Grammy americano, y tuvo el honor de ser músico invitado en Tesoros de la música venezolana de Ilan Chester, ganador del Latin Grammy en 2010.
También figuró como mejor maraquero en el Festival Internacional de música llanera «El Silbón de Oro» en Portuguesa, así como el primer lugar en el Festival Internacional de Villavicencio, en Colombia. Además que su talento le permitió ser el único latinoamericano en participar en el programa OneBeat 2013, al lograr ser seleccionado entre 2500 músicos del mundo, ansiosos por este encuentro organizado por el departamento de estado de Estados Unidos, que comprendía una gira de conciertos y talleres desde la costa este de Florida hasta New York.


Herencia larense y búsqueda constante
Es el fruto de la carrera labrada por este joven caraqueño de nacimiento, a quien Barquisimeto recibió desde sus primeros años. Su investigación musical es permanente y apasionada; esto se refleja en la maestría de sus solos de maracas, los cuales comparte como un lenguaje universal. Con un extraordinario dominio técnico, su musicalidad se desborda en cada movimiento, marcada por el ritmo y la precisión. Su pulso fluye desde la figura rítmica y su corazón late al ritmo de una conexión instantánea, como adrenalina que alimenta su herencia. Este vínculo sonoro nació de su padre, de quien heredó el nombre y la complicidad que compartía con sus hermanas Liliana y Corina, también integrantes de los Niños Cantores de Lara.
En el año 2017 estrena el concierto para maracas venezolanas y orquesta Pataruco, del compositor Ricardo Lorenz, junto a la Sinfónica Simón Bolívar bajo la dirección del maestro Christian Vásquez, en la sala Simón Bolívar del sistema orquestal en Caracas. Luego lo interpretó dirigido por Alfredo Rugeles, con la Orquesta Sinfónica Juvenil de Lara, la Orquesta Sinfónica Ayacucho y tras varios años junto a la Sinfónica de Tatuí – Brasil.


Rangel cuanta con una gran sensibilidad artística
El carisma de Rangel transforma cada entrevista en una conversación amena. Su sensibilidad a flor de piel fue la que le permitió mantener el rumbo y formalizar sus estudios desde la adolescencia, formación que luego profundizó como guitarrista en el Conservatorio Vicente Emilio Sojo bajo la mentoría del maestro Valmore Nieves.
Desde los 13 años de edad analiza agrupaciones como el Ensamble Gurrufío. Tuvo la oportunidad de participar en un taller del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) en Caracas. Desde ese momento, admira el trabajo de Ernesto Laya, quien depuró la técnica de ejecución, marcando un «antes y después» por la complejidad del proceso interpretativo.
Sus sueños nunca se apagaron, aunque era un instrumento que no estaba muy en boga. Así lo vivió en ese primer taller, donde Cheo Hurtado tenía 30 alumnos para aprender cuatro y la misma cantidad para David Peña, Luis Julio Toro, Eugenio Martínez, pero Ernesto Laya sólo contaba con Manuel Rangel que fue a aprender desde Barquisimeto y otro jovencito Alejandro Galíndez, de Los Teques, con quien a partir de ese momento entabla amistad.
Sabía que entre lo académico y lo popular de la música siempre hay una línea muy delgada que se debate entre lo estructurado y lo más flexible, más relacionado con el ambiente festivo y la libertad de ajustar la interpretación de la música, según el contexto.
Sumergirse en la tradición popular y quedar cautivado por la destreza de los maraqueros lo impulsó a descifrar el porqué de esa ejecución. Lo que comenzó como un asombro visual y auditivo se convirtió en el reto personal de sistematizar su propia interpretación. De este modo, logró analizar el lenguaje rítmico de las maracas llaneras, orientales y centrales: un mismo instrumento que, gracias a su gramática diferenciadora, le permite dominar criterios técnicos que trascienden su origen histórico.
Rangel piensa que conociendo y entendiendo al instrumento es más sencillo comprender desde la totalidad, por lo que participó en varios talleres. Formaliza el proyecto tras más de 10 años de investigación, depurando la metodología y así publica su primer libro «5 Movimientos son la clave».


Por conocimientos
Manuel Rangel precisa que su primer libro surge de la investigación adelantada en el año 2014, buscando los perfiles, acentos y discursos musicales en los diversos contextos, pero en función del mismo instrumento. Un ejercicio que formalizó durante los seis meses que estuvo en New York, descubriendo la gramática de las maracas. Previamente sólo tenía estudios de las llaneras, teniendo como referencia la obra «Pataruco», en concierto para maracas y orquesta de Ricardo Lorenz, maestro venezolano que actualmente es director de Composición en la Universidad Estatal de Michigan.
Afirma que la percusión se escribe en monograma y la gran diferencia con las maracas es que tiene golpes ascendentes y descendentes. De allí, que se escribe en un bigrama, siendo dos líneas en paralelo, representando cada una de las manos y siendo similar al piano con los registros de sus claves. «Así es como cada línea te indica los ritmos de cada mano y te das cuenta que hay una coreografía, con movimientos», como se puede leer en el primer tomo publicado en 2017.
Explica que lo tituló «5 Movimientos son la clave», porque los maraqueros tocan los mismos movimientos, pero variables y sin interferir en el lenguaje básico, nativo del instrumento. A partir de allí es que empiezan los cambios de movimientos y de desarrolla la independencia interpretativa.
Advierte que los movimientos básicos no los ha inventado, porque están inmersos en la tradición del instrumento. Es un libro que ha ganado receptividad en universidades de Europa, Asia, Estados Unidos y en otros países de América. Se complace en que ha logrado inculcar el llamado de conciencia sobre la mentalidad del músico popular dedicado al oficio de las maracas, con el fin de darle más importancia al conocimiento.
Esos cinco movimientos permiten 25 combinaciones para poder interpretar varias propuestas, escritura musical con claridad y sus variaciones. Así se dominan los géneros en 3/4 para vals, pasaje y joropo llanero, oriental y tuyero. Mientras en 5/8 en el merengue venezolano.
Para su segundo tomo «200 combinaciones para tocar maracas venezolanas», organiza los enfoques de los últimos 65 años, en función de los aportes de estudiosos como José Pérez, Coromoto Martínez, Trino «Chiche» Morillo, Ernesto Laya y Manuel García. Son referencias, a partir de ejercicios que permitan diversos estilos.


Espiritualidad y el eco del mar en el joropo
Concibe las maracas como una conexión de energías que le permite desnudarse desde lo espiritual, sólo siendo un canal para desbordar melodías. Cada presentación es una vivencia muy diferente, aunque se trate de las mismas piezas. Disfruta al máximo del joropo oriental porque lo relaciona con el estímulo de los sonidos del mar, muy ligado al océano. «¡Siento que emulan el sonido del mar con la rapidez del joropo!», dice.
Casi todas las maracas conservan la misma estructura. Rangel confiesa que siempre prefirió aquellas elaboradas por el luthier que se formó como músico en Mérida, Jorge «Mazamorra» Linares, fallecido recientemente y con más de 40 años de experiencia, de quien conserva 25 pares de su colección, porque cuidaba balance, sonido y estética.
Dos pares de maracas son las eternas compañeras de Rangel, con ellas puede transformar cualquier espacio en un íntimo escenario musical.


