viernes, 22 noviembre 2024
viernes, 22 noviembre 2024

Niños con cáncer siguen sus estudios desde la cama del hospital

Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.– Con un paso lento y mientras su mamá le acompaña con el paral que sostiene la solución fisiológica, avanza Luisana a su clase. Algunas veces, Darianny espera en su cama por la maestra. Ambas son parte de esos entre 9 a 12 pacientes oncológicos que reciben clases permanentes en el Hospital Pediátrico Agustín Zubillaga de Barquisimeto. Una dinámica marcada por la mística de docentes que se compenetran en lo afectivo y de la fortaleza de estos niños que se reponen frente a los embates del cáncer, sonríen y hasta sueltan alguna ocurrencia mientras siguen aprendiendo, lejos de la formalidad de la educación regular.

Es la entrega de lunes a viernes por parte de las docentes Mariana Mendoza y Lisbeth Suárez, a quienes les ha tocado adaptar su planificación para apoyar en las asignaciones impartidas de los planteles, donde cursan estudios estos niños. Mientras aquellos menores de 3 años también son bienvenidos en ese abordaje del descubrimiento de su motricidad a través del estudio. Más allá del contenido, a estas profesionales les toca llenarse de paciencia para entender ese estado de ánimo tan cambiante de los niños, llegan a compenetrarse con tanta familiaridad que sonríen ante su gozo y lloran frente a sus dolencias. El duelo es otra de las atenuantes, cuando llegan al extremo de colmarse de luto frente a su ausencia.

Entrar a ese ambiente, es dejar detrás de la puerta ese olor a hospital. Recibir a niños entusiasmados por cortar, pintar, rasgar y hasta volar en el imaginario, al probarse algún disfraz de princesa o superhéroe. Huyen de ese escenario que les trunca la tranquilidad y pretende arrebatarles la alegría. Pero al entrar, aún con el bracito tenso para evitar tropezarse la vía insertada en su vena, no se les empaña la emoción desde lo más sencillo. Se ubican cómodos en las minisillas amarillas con mesas verdes. Ellos disponen de ese tiempo que puede superar las 2 horas, para recrearse entre juegos y ser creativos con sus composiciones.

Refuerzan lectura, escritura y matemáticas. Allí están las docentes dispuestas entre los horarios matutinos y vespertinos, con la paciencia de sobreponerlos y la disposición de estimular el aprendizaje desde el hospital.

Luisana llega luego de unos cuantos minutos de caminar a lo largo del pasillo. Su bata de tono claro deja ver los morados en sus brazos de tantas inyecciones o tratamiento. Su mirada empieza esquiva y termina con picardía, cuando la maestra Mariana Mendoza le pregunta: «¿Qué vamos a hacer, pintar o cortar?». A lo que sin perder mucho tiempo, ella le responde que desea cortar. La «mae» —diminutivo como la llaman cariñosamente— se levanta y ubica papel crepé rojo para ayudar así a esta niña de 4 años a armar un San Nicolás. Proceso que adelanta a esa hermosa niña a un año de su diagnóstico de leucemia, cuando trabaja la motricidad desarrollada desde esa habilidad ambidiestra, identificar el color e ir contando cada uno de los recortes.

«Los refuerzos son muy importantes porque evita que estén desorientados», señala Mendoza, quien pertenece al equipo de la Fundación Amigos del Niño con Cáncer (Fanca), al confirmar que generalmente tienen fijos entre 9 a 12 niños, con ciertas ocasiones que superan la capacidad al llegar a 16 pacientes. Están abiertas a bebés en sus primeros meses de vida y el mayor puede llegar a 14 años. «Aprenden entre juegos, mostrando que las tareas pueden ser divertidas», admite de esa programación atractiva que incluye dinámicas, cuentos o cualquier otro recurso llamativo para el aprendizaje.

Las madres pueden entrar para acompañar a sus hijos, pero al poco tiempo, el mismo niño insiste en quedarse sólo con la docente. Un indicio de seguridad e independencia para este tipo de pacientes.

«Te recargas de sus energías, porque ellos estando entre puyas tras puyas, no mezquinan sonrisas», admira de estos menores que en tiempos de dolor terminan devolviéndole alegría con sus ocurrencias de llegar a olvidarse un poco de ese trance por el cáncer, para correr entre los pasillos, jugar al escapista y hasta lanzarse encima, exigiendo abrazos.

Los testimonios de padres, como Laura Vásquez, quien es la mamá de Luisana, confirman ese trampolín emocional, al reiterar que su hija se deprime y logra recrearse entre las comiquitas de princesas. Toma clases y lo más atractivo es pintar, pero al tener el ánimo decaído no es posible convencerla. Tampoco la llevan forzada y sólo esperan que recobre esas energías para poder realizar sus actividades y que sea ella quien decida seguir más tiempo en clases.

Cambios repentinos que pueden ser un reto para el docente, colmado de paciencia y con la sensibilidad a flor de piel.

Dedicación

«Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha y te guía», se lee en letras de color rojo en el copete de la cama que ocupa Darianny Alejo, quien a sus 12 años ha tenido una dura batalla desde 2018 y hasta sacrificó parte de su cadera, además de la amputación de su pierna derecha. Tal como ese mensaje bíblico, así son sus esperanzas de vida y de seguir aprendiendo.

El cuarto piso del pediátrico es familiar para ella y puede ser opcional recibir a su «Mae» para el repaso de las tareas asignadas desde su liceo. «Lo que más me cuesta es matemáticas», confiesa mientras es atendida en esa habitación y trata de esconder su sonrisa, pero rápido se defiende con su habilidad para castellano, leer y hasta la facilidad de resumen para estructurar sus propios cuestionarios.

Ella junto a su madre, Anny Sánchez, agradece la paciencia y cariño de las docentes para hacer más llevadero este proceso de formación, marcado por las intermitencias de sus ciclos de quimioterapias. Cada una de sus acciones es un desafío para no mostrarse derrotada ante las dificultades por las complicaciones médicas.

Cada paciente guarda su historia de esfuerzos, aún manteniéndose sin el apoyo de una pierna; niñas con una mirada que las llena de belleza, ante ese sueño de princesas con la ilusión de recobrar sus extensas melenas. El tapabocas ya era familiar para ellas antes de la pandemia, porque se trata de una prenda más para protegerlas del riesgo de contaminación. Son los testimonios de Luisana, Darianny, Mía, así como el resto de niñas que lucha por recobrar el brillo de una infancia común y corriente. Situación que se repite en los varones. Todos ansiosos por abandonar hospitales, para ir a clases de manera regular y crecer sanos.

Lucha firme por tratamiento

La vida les cambia a estos niños como pacientes oncológicos y la doble preocupación arropa a sus familiares más cercanos, al debatirse entre la angustia por alguna complicación médica y ubicar todo el tratamiento que debe ser aplicado de manera oportuna. Pero llegan a tener casos tan simples, que levantan campañas de colaboración por la solicitud de soluciones para hidrataciones.

Uno de esos testimonios que retratan esa realidad es Anny Sánchez, quien el 3 de diciembre de 2021 pedía el apoyo para conseguir con urgencia las soluciones 0.30. Su hija Darianny Alejo las requería para la respectiva hidratación que necesita por su ciclo de quimioterapia en el Hospital Pediátrico Agustín Zubillaga.

Explicó que contaban con aquellas 0.45, pero los especialistas no recomendaban su aplicación para evitar posibles riesgos por tratarse de una dosis más alta. «La amenaza es que se puedan quemar los órganos y no contamos con los $10 de cada una en farmacias», lamentó.

Se trata de un simple insumo, pero cuya ausencia podría complicar la salud de esta niña con su sistema inmunológico tan comprometido. Una cadena de gastos que se suman consultas de especialistas a más de $30, exámenes rutinarios y demás medicamentos de alto costo.

Por sacrificio y recuperación

Ese primer período de la confirmación del diagnóstico de estos pacientes oncológicos infantiles, suele significar prácticamente un año escolar perdido. Así lo explica la docente Mariana Mendoza, al reiterar las dificultades para asistir a clases presenciales, frente a tantas consultas médicas y largos períodos —que podrían ser meses— de hospitalización.

A este frente, ella se complace de aportar un granito de arena y en la mayoría de los casos el equipo docente sirve de apoyo constante para evitar que los niños se desnivelen. Para aquellos que logran tener las asignaciones del sistema regular, les orientan y apoyan para la entrega de las mismas.

Verlos entre leucemia o cualquier otro tipo de cáncer, es una tarea comprometedora para estas profesionales, quienes se fundamentan en el peso humano para hacerles menos pesada esta carga para los menores. La planificación se ajusta a ellos y al ritmo del vaivén anímico, para evitar que la tristeza cunda esa necesidad de continuar con sus obligaciones académicas. «Además, es un aporte que permite sacarlos por un momento de esos momentos de angustia por la salud», precisa.

Es tan fuerte ese lazo, que llegan a consumar una relación casi familiar entre docentes y pacientes. «Ellos brincan y te dan afecto. Seres tan fuertes, que superan su actual estado de salud», resalta con sus ojos aguarapados por la despedida física de algunos y la valentía de quienes siguen en la brega por su tratamiento a tiempo, además de inspirados en la mejoría.

 

Noticias relacionadas

No te pierdas

La NASA muestra como ha aumentado la temperatura en el mundo

La NASA ha publicado un mapa donde muestran gráficas del calor excepcional e inesperado de los años 2023 y 2024. En septiembre del año...

Redes sociales