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Mitos y leyendas: Bosques hechizan en Aguada Grande

Los bosques de El Pirital y Tururucú se transforman con el misticismo y las energías negativas de duendes junto a una reina encantada. Tanto así que los pobladores de Aguada Grande evitan desafiar su alcance, porque lo atribuyen a la presencia ancestral, quizás desde la época colonial, sabiendo de misteriosas desapariciones y de víctimas que han terminado al borde de la locura en el municipio Urdaneta.

Sus apariciones son indefinidas y los baquianos la asumen como una manifestación que exige el respeto a la naturaleza, al maravilloso espacio que te ofrece la madre tierra y en este caso a la riqueza de un semiárido, el cual recuerda la necesidad de sus afluentes, sabiendo que el agua es la representación de la vida, garantía de flora y fauna.

Cuando el cronista, Douglas López, se refiere a los duendes, empieza por describir la quebrada de Taciare, al este de Aguada Grande y que actualmente se encuentra cerca de la manga de coleo de esta localidad.

Allí acostumbraban a buscar agua porque era un afluente que corría tan cristalina que era directa para el consumo humano. El recorrido serpenteaba por las montañas y era un ambiente fresco, aún entre las ramas de cujíes, veras y otros árboles que estaban en armonía con los cardones, así como las espinas.

Estaba muy cerca del bosque El Pirital, donde los duendes retozaban en cualquier momento y solían fastidiar a quienes ignoraban sus poderes, como guardianes de estos escenarios naturales y especialmente de los acuíferos. López tiene varios testimonios de adultos mayores que siempre recomendaban a sus descendientes que no se podía buscar agua sin pedirles permiso.

Era una ofensa imperdonable y estos seres del «más allá» los podían molestar, cercándoles el camino al dejarlos sin salida, con mucho pánico. Así les hacían esta mala jugada, como una lección que los dejaba caminando en círculos y sin darse cuenta por un largo tiempo.

El hombre que desapareció en un bosque de Aguada Grande hace 50 años

Pero López indica que conocen de varios casos de personas que han desaparecido y que uno de los más lamentados ocurrió a principios de la década de los años 1970. A esta fecha, aún se preguntan: «¿Adónde fue a parar Isidro?», quien era el popular aguatero; es decir, el señor que vivía de lo que le pagaban los vecinos por cargarle agua de esta quebrada. Fue un hombre muy sociable que vivía en el sector Punta Brava y no solía abusar de la confianza de quienes necesitaban de su servicio.

Los pobladores de Aguada Grande conocen que el señor Isidro tenía mucha experiencia en este oficio para ganarse la vida y siempre iba con su burro, un animalito que tenía aspecto de cansancio. Acostumbraba ir a las primeras horas del día o al atardecer, esos momentos en que los rayos del sol no estuvieran tan fuertes, para que ese largo trayecto no fuese tan sacrificado para él y su animal de carga. Montaba los envases y empezaba el recorrido a paso lento.

Era un ambiente con tanta riqueza de flora que solían ver corretear a los venados, el popular cochino de monte y hasta la agilidad de algunas onzas o leoncillos, siendo los felinos pequeños los que inundaban más miedo. Pero era un escenario muy temido para quienes osaban enfrentarse al poder de los duendes, tal como le ocurrió al viejo Isidro, al desaparecer junto al burro.

Presumen que no pidió permiso y la furia de estos espectros fue tan grande que no consiguieron ningún rastro ni huellas de esa bestia hacia otros caminos ni alguna prenda de vestir. Fue como si los hubiesen borrado de la tierra ni para darle cristiana sepultura.

Menciona López que esa es una de las razones por las que no se ha podido poblar, quedando ese respeto a dicha naciente de agua, a sabiendas de esperar la debida autorización, porque era tan delicado que a nadie se le podía ocurrir buscar agua de noche. Lamentablemente, dicha quebrada está perdiendo sus dimensiones, así como la variedad de árboles alrededor.

«La Reina del bosque» en Tururucú, era otra de esas zonas selváticas, conocida como el sitio de las aves. Su presencia la relacionan con murciélagos de color blanco que suelen encantar, dejando a las personas como si estuvieran alucinando, lo cual puede tener un efecto momentáneo o por varios años.

Cuenta que en la década de los años 1980, un señor que llaman «El Coto» se sintió como en otro mundo y cuando lo consiguieron estaba encerrado en una jaula, como un pajarito. Se tornó agresivo y hasta su esposa se separó de él. Fue llevado a al Iglesia católica y hasta al curandero «Chano», lográndose recuperar luego de varios años.

Dichos murciélagos blancos solían llegar a un club turístico que terminó en ruinas, ya que funcionó hasta 1990 porque fue como especie de una maldición de «La Reina del bosque».

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Guiomar López

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