Luis F. Colmenárez | LA PRENSA DE LARA.- Por muchos años, el parque El Limón fue el sitio donde los vecinos adyacentes pasaban sus tardes conversando, ejercitándose y viendo a los niños corretear entre las áreas verdes y sobre sus bicicletas con una sonrisa de oreja a oreja.
Sin embargo, todo comenzó a cambiar cuando los amigos de lo ajeno comenzaron a llevarse y a destruir cada una de las piezas que lo conformaban.
Como parte del Plan Venezuela Bella que desarrolla la Alcaldía de Iribarren, en noviembre de 2020 el consejo comunal procedió a cerrarlo para su recuperación. No obstante, la comunidad reclama que ya han pasado siete meses y no se ve movimiento de ningún tipo.
Los vecinos reconocen que las áreas han sido embellecidas, pero se mantienen a la espera de que de una vez por todas puedan disfrutar de los espacios nuevamente.
«Ese parque tiene demasiado tiempo cerrado, ya es hora de que lo abran para que nuestros hijos puedan salir y jugar para distraer la mente. No entiendo para qué lo ponen bonito si lo van a tener cerrado», dijo Carlos Daza.
Representantes del consejo comunal han asegurado que el parque no puede ser abierto por miedo a que una vez más ingresen personas mal intencionadas que acaben con los trabajos que han realizado.
Igualmente, acotan que esperan la finalización de la última fase, para dar paso a la reapertura; sin embargo, no tienen clara la fecha en que esto pueda ocurrir.
Abuelos están sin recreación
La casa de los abuelos «Santa Marta» solía ser el rincón de la felicidad para los 50 abuelos de Santos Luzardo que acostumbraban reunirse cada día a comer, distraer la mente y pasar un rato ameno.
Las personas de la tercera edad tenían la posibilidad de hacer manualidades, recibir charlas y hasta contar con la atención de un médico naturista.
De lunes a viernes contaban con un menú que les resolvía el almuerzo.
Pero como dicen por ahí, la felicidad duró poco y con la llegada de la pandemia el centro se vino abajo y lo poco que quedaba de él sucumbió.
A todo se le suman los constantes robos de los que han sido víctimas y han dejado a los abuelos sin nada para reactivar las jornadas que allí se desarrollaban.
Un hueco en el techo deja ver cómo el hampa ha ido saqueando paulatinamente el lugar.
La cocina hoy se resume a platos y tazas arrumadas en un rincón y sin ser utilizadas.
Una que otra vez pueden hacer una sopa con la colaboración de varios vecinos para que los abuelos puedan reunirse, aunque sea por un corto período de tiempo. Piden a las autoridades apoyo para lograr su reapertura.