miércoles, 13 noviembre 2024
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120 familias de comunidad Andrés Castillo esperan ser reubicadas

Luis F. Colmenárez | LA PRENSA DE LARA.- En una completa agonía viven al menos 120 familias de la comunidad Andrés Castillo parte baja, ubicada al oeste de Barquisimeto, quienes desde hace 16 años están a la espera de ser reubicadas. Estas familias tienen sus modestos «ranchitos» a orillas de la quebrada la Ruezga, que cada vez que llueve amenaza con desbordarse y arrastrar las viviendas que con tanto esfuerzo construyeron.

El polvoriento sector con más de 40 años de fundado luce lleno de monte y las necesidades de su gente parecieran triplicarse. En total, son 420 familias que conforman el sector.

Sus habitantes recuerdan con dolor la tragedia del año 2006. Para esa fecha, la quebrada sobrepasó su nivel máximo y generó un río que se llevó todo lo que encontró a su paso, las viviendas quedaron «patas arriba».

«Eso fue horrible, yo criaba chivos y la corriente se llevó los ocho que tenía y me dejaron sin absolutamente nada», relata con nostalgia Annerys Sánchez, habitante del sector. En esa ocasión, los entes gubernamentales se comprometieron a trasladarlos hasta una comunidad llamada «Las Princesitas», ubicada al norte de Barquisimeto; sin embargo, ya han pasado 16 años de aquella promesa.

«Ellos se llevaron en un primer lote a 60 familias. Había un terreno que sería una segunda etapa para el resto de los damnificados, pero se metió una gente que terminó invadiéndolo. Después de eso, el Gobierno no hizo más nada y aquí seguimos esperando por una vivienda digna en una zona sin peligros», comenta José Vargas, quien también espera por la reubicación.

Quienes habitan en el lugar reconocen que la zona no es la más adecuada para edificar una vivienda; sin embargo, alegan que no tienen para «dónde agarrar», pues todos los que viven allí carecen de recursos para trasladarse a otro sector y construir una casa que sea resistente.

Vecinos cuentan que hay camiones que trabajan en construcciones y les llevan escombros hasta el sector para que la comunidad pueda rellenar el terreno que constantemente es devorado por el cauce de la quebrada.

El pasado mes de abril revivieron el temor del 2006, cuando un torrencial aguacero aumentó el nivel del agua y los puso a correr. Les tocó buscar para donde llevar sus enseres y donde resguardarse de las turbulentas aguas.

Hacen un llamado al gobernador, Adolfo Pereira, y al alcalde de Iribarren, Luis Jonás Reyes, para que se coloquen la mano en el corazón y se apiadan de todos. Además, exigen que sean solventadas las fallas en servicios que se han acrecentado.

Monte

La maleza contribuye con su calvario. En ella se esconden serpientes (mapanares y corales), además de ciempiés que han hecho pegar brincos a más de uno. Piden que puedan llevar jornadas de desmalezamiento, pues aseguran que con la llegada de las lluvias estos animales rastreros se alborotan.

Olvidados

Para ellos es una eterna calamidad vivir en un sector donde a duras penas llega la bolsa de CLAP y las bombonas de gas. Según cuentan, los Comités Locales de Abastecimiento y Producción sólo llegan cada cuatro meses, lo que se traduce a tres veces por año.

Precisan que el servicio de aseo urbano no es frecuente en la zona, por lo que muchos se ven en la penosa obligación de lanzar los desechos a la quebrada, aumentando así las probabilidades de que esta colapse y se desborde.

A eso le suman la falta de asfalto que también les ha pasado factura. Y es que cuando el clima se vuelve lluvioso deben pensar para salir a hacer alguna diligencia, pues las calles se vuelven un pantano que deja los zapatos completamente embarrados de lodo.

Son tantas las carencias que los abruman, que entre tantos aspectos recalcan la falta de transporte público que los hace tener que caminar hasta el barrio La Pastora para poder tomar un bus.

Para ellos es indignante tener que vivir sujetos a la necesidad y el abandono de quienes hoy tienen en sus manos el poder.

Entre tantas peticiones que realizan para elevar su calidad de vida, se encuentra la creación de un comedor que atienda a los 50 niños que ven clases en el CEI Corazón de Jesús.

Karelis Pacheco, dirigente vecinal, explica que la comunidad cuenta con una capilla que fue desvalijada y pudiese servir para atender a los pequeños que van desde los 3 hasta los 6 años.

«Acá tenemos todo. Contamos con el techo para la estructura, las mesas, las sillas y hasta con los utensilios de cocina. Lo único que necesitamos es que el Estado comience a despacharnos los alimentos para comenzar de una vez por todas con esta idea», declara.

Les urge un transformador

Un pequeño transformador que estaba destinado a atender el campo deportivo de la comunidad fue utilizado para reemplazar uno que se había averiado. Sin embargo, este ha comenzado a presentar fallas debido a que su capacidad no alcanza para cubrir todas las viviendas que se ven beneficiadas.

«No sabemos cuántas casas en total se encuentran conectadas a ese transformador, pero la verdad es que son dos cuadras las que dependen de él», dice la señora Karelis Pacheco.

La comunidad comenta que hace tres semanas el transformador botó el aceite y comenzó todo un calvario que los mantiene rezando para no perder los electrodomésticos que han comprado con tanto esfuerzo.

«Da miedo que en cualquier momento la luz se vaya y no vuelva más», dijo la señora Betty Ramírez, quien comenta que a diario se registra una cantidad abrumante de bajones eléctricos.

El reporte ya fue presentado ante Corpoelec, pero les informaron que deben reunir el dinero para comprar un nuevo transformador que sustituya nuevamente al dañado.

«Eso es imposible, en este sector vive mucha gente humilde y de pocos recursos. De dónde vamos a sacar plata para comprar un transformador si están por las nubes. El Gobierno debe ayudarnos», dice Betty.

Cargan el peso de la necesidad

Quienes residen en la comunidad Andrés Castillo afirman que uno de sus mayores dolores de cabeza están relacionados con el agua potable. Para ellos es todo un suplicio encontrar la manera de contar con el recurso natural en sus casas.

A diario deben salir con bidones y tobos a buscar agua en zonas vecinas, como La Pastora o La Peña. No importa si son jóvenes o personas mayores, todos se encuentran atados a la necesidad, por lo que deben ingeniárselas para abastecer sus hogares.& ;

Como medida de contingencia, algunos optaron por conectar cinco mangueras desde La Peña para surtir a todas las familias que se ven afectadas. Pero no todo es de maravilla, deben esperar que no haya luz en la zona vecina para que por las tuberías pueda correr el agua que los abastecerá por algunos días.

Los vecinos destacan que si bien la Alcaldía de Iribarren los mantiene incluidos en el «Plan Cayapa» con la entrega de cisternas, este no es frecuente y sólo se aparece cada dos meses con 10 camiones que a duras penas pueden ofrecer una pipa por familia.

En la comunidad necesitan con urgencia ser dotados con envases en los que puedan almacenar el agua, ya que hay familias tan pobres que no cuentan con los recursos para adquirirlos.

 

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