Luis F. Colmenárez | LA PRENSA DE LARA.- «¡Dios mío! ¡Vamos a morir!». Esa es la frase que rondaba por la mente de Ana Castillo en medio de un torrencial aguacero que dejó sin techo al menos a 12 vecinos de la comunidad Casa de Campo, al norte de Barquisimeto.
El pasado miércoles 20 de octubre, la comunidad vivió momentos de pánico. Alrededor de la 1:30 de la tarde comenzó una llovizna que con el transcurrir de los minutos fue tomando fuerza, hasta desatar un verdadero caos.
«Teníamos mucho miedo, yo tomé a mis hijos y nos resguardamos debajo de los marcos de la puerta», recuerda la señora Ana, quien en ese instante no dudó en encomendar su vida a todos los santos que pasaban por su cabeza.
Las paredes temblaban, los techos se levantaba y las puertas rechinaban. No había tiempo de salir a buscar ayuda, pues los vientos eran tan violentos, que incluso algunos árboles terminaron en el suelo. Las personas tenían presente que no existe nadie capaz de hacer frente a la naturaleza y salir victorioso.
Los niños lloraban de miedo, su corazón se aceleraba y veían cómo sus padres corrían de lado a lado en busca de algún refugio que los mantuviese a salvo.
Según vecinos de la comunidad, esta es la segunda vez en 15 años que las 150 familias viven un episodio como ese, sólo que en esta oportunidad el clima los trató de peor manera.
Escampó y el pavor tardó varios minutos en salir de sus cuerpos. Sin saber con qué se encontrarían en el exterior, se asomaron poco a poco y vieron todo lo que la brisa se llevó.
Casas agrietadas, techos ausentes y viviendas por el piso fueron algunos de los daños que dejó la copiosa lluvia.
El lamento no se hizo esperar. La comunidad resalta que los más afectados fueron aquellos que no cuentan con recursos para comprar materiales resistentes que les garanticen la seguridad.
Con herramientas en mano, procedieron a levantar del piso aquello que construyeron con el sudor de su trabajo. Algunos recuperaron ciertos bloques que esperan reponer, otros por su parte dan por perdidos los restos de tablas que daban forma a sus paredes.
Uno de los más afectados fue el señor Eduardo Martínez, quien había cercado su terreno para luego edificar su casa. Con la mirada cargada de resignación, cuenta que esos planes ahora se ven con nulas posibilidades de ser concretados, ya que la pared de cuarenta metros colapsó y cayó sobre dos vehículos pertenecientes a un amigo latonero, los cuales ahora sólo quedarán para ser vendidos como chatarra, pues registran pérdida total.
Martínez estima necesitar al menos dos mil bloques, 60 cabillas y varios sacos de cemento para por lo menos construir de nuevo la pared.
Como él, se encuentra José Luis Pineda, quien a sus 50 años no tiene para dónde ir. Su única solución es levantar lo poco que quedó para dar forma nuevamente a eso que un día llamó hogar.
«Yo no le pido al Gobierno que me regale una casa, con que me ofrezca materiales me basta. Yo mismo me encargo de pegar bloques y lograr tener mi vivienda digna», destaca.
Tras lo ocurrido, funcionarios de Protección Civil fueron hasta el sector para evaluar daños. Allí se comprometieron en tenderle la mano a algunos de los afectados; sin embargo, luego de una semana aún esperan por atención.
Y es que cada uno de los vecinos tiene presente que se encuentran viviendo en un lugar donde el Gobierno se ha hecho de la vista gorda y no ha ofrecido ayudas de ningún tipo.
«A nosotros no nos ayuda ni nos visita nadie. Ni siquiera mi familia viene, ellos dicen que yo vivo donde el diablo dejó los interiores», dice entre risas la señora Ana.
En los casi 40 años que tiene de fundado el sector, no han visto la consolidación de ningún servicio, dado a la poca visibilidad que ha tenido ante los entes gubernamentales.
No tienen servicio de cloacas, electricidad óptima, asfaltado, aseo urbano o algo tan esencial, como el agua.
A diario elevan oraciones al cielo para que envíe un poco de lluvia y así poder llenar los tanques que reposan en sus patios.
«Todos los días le pedimos a Dios un poco de agua porque eso nos preocupa mucho. Lo que sí deseamos es que no sea como esa que nos sacudió hace días, porque la verdad es que fue un momento horrible», suelta entre risas la señora Ana.
Pensar en adquirir el vital líquido por camiones cisternas es casi impensable, pues al igual que en las distintas comunidades de Barquisimeto, estos ofrecen una pipa en hasta 2 dólares; monto que se les dificulta poder cancelar debido a que el poco dinero que ganan lo invierten en comida.
Vecinos quieren un plan de desarrollo en terreno baldío
Espacio hay de sobra en la comunidad Casa de Campo, al norte de Barquisimeto. Sin embargo, a pesar de contar con varios metros de terreno disponible, las personas carecen de planteles educativos, centros médicos y canchas para el disfrute de los niños.
Ana Castillo, líder vecinal del sector, manifiesta que hay un terreno donde ocurrió una tragedia hace 15 años, donde fácilmente podría ser desarrollado un proyecto. «En ese lugar vivía una familia que lamentablemente murió quemada y nunca nadie volvió a construir algo allí», cuenta.
Habitantes del sector dicen que cualquier proyecto que beneficie a los chamos será bien recibido, pues estos no cuentan ni siquiera con una institución educativa cercana para poder formarse.
Además, agregan que están obligados a jugar cada tarde entre la abrumadora cantidad de tierra y monte que abunda en la comunidad, pues no hay un área recreacional que pueda ser utilizada para su disfrute.
Asimismo, resaltan la importancia de un CDI que les permita tener fácil acceso a la atención médica, ya que a la hora de una emergencia les toca salir corriendo hasta Tamaca.
Explican que no es la mejor solución, pues no todos los vecinos tienen carro y por tal motivo deben ir caminando por al menos media hora para poder llegar, y es que ni siquiera las unidades de transporte público están a su disposición. «Hay mototaxi, pero cobran demasiado caro».
Castillo añade que hace un par de semanas recibieron la visita del alcalde del municipio Iribarren, Luis Jonás Reyes, en el marco de la campaña electoral de cara a los comicios del 21N.
Durante el recorrido, la máxima autoridad municipal se comprometió en estudiar cada uno de los proyectos para evaluar cuál de ellos podría ser tomado en cuenta.
Contaminación los abruma
Las calles del sector Casa de Campo, al norte de Barquisimeto, viven llenas de basura, vecinos cuentan que el servicio de aseo nunca ha pasado por el humilde sector.
La cantidad de vertederos improvisados en la vía se ha convertido en una situación agobiante, pues los malos olores emanan constantemente dando pie a que se generen enfermedades respiratorias, que se agravan cuando los habitantes se ven obligados a quemar los desechos.
Además de la basura, la proliferación de ratas, serpientes y ciempiés es otro de los problemas, pues estos se aprovechan del monte para crear sus guaridas.
«Es preocupante porque los niños juegan en la calle y en cualquier momento puede aparecer un animal y los ataca», dice temerosa la señora Ana Castillo.