lunes, 4 noviembre 2024
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Muere paciente diabético y su familia no tiene cómo enterrarlo

Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- La diabetes y el hambre acabaron con su vida. El cuerpo de José del Carmen Blanco permanece en el patio de su casa desde el mediodía del domingo 18 de octubre. A sus familiares les costó conseguir la urna y ni siquiera fue preparado para evitar la descomposición. El olor ya es insoportable y el zumbido de las moscas es intenso sobre el ataúd. No tienen gasolina para trasladarlo, ni fosa para enterrarlo. Además que la familia suplica por la desinfección para poder regresar a su hogar, ubicado en la calle 7 entre carreras 1 y 2 de Asoprado, al oeste de Barquisimeto.

Aunque los vecinos estaban al tanto de la situación tan precaria de Blanco, Carlos Escalona, miembro del consejo comunal, señaló que desconocían este hecho y no hubo el acompañamiento. Una concejal sirvió de enlace para conseguir la urna y el día martes fue cuando los dirigentes vecinales consiguieron 10 litros de gasoil para un camión. Pero la familia tuvo miedo, ante la falta de personal especializado en desinfección, tanto para mover el ataúd como para limpiar la casa.

Los vecinos se encontraban a las afueras de la casa verde, de cerca improvisada con láminas de zinc. El mal olor salía hasta la acera del frente y al entrar hacia el patio lateral, se aprecia la urna solitaria apoyada en dos bases de 4 bloques sobre el suelo. El techo es bajo y de zinc, concentrando más calor, que ayuda a acelerar el proceso de descomposición de este agricultor que tenía 58 años de edad y llevaba 2 años bregando con los síntomas de la diabetes.

Blanco era oriundo del caserío La Escalera en Sanare y tenía varios años radicado en esta residencia junto a sus sobrinas y dos niños menores de 7 años. «Nunca pudo cumplir una dieta y ni tuvo la debida atención médica», lamentó Kelly Linares, quien era la sobrina que lo cuidaba al complicarse con una celulitis en su pie, producto de un tropezón con una piedra. Ella tiene 5 meses de embarazo y a veces se le dificultaba hacer esfuerzos físicos para ayudarlo. En el CDI del barrio Bolívar le indicaron varios antibióticos, que no pudieron comprar y no tenían ni una silla de ruedas para trasladarlo. Las medicinas fueron sustituidas por guarapos de llantén y yoco para calmar el dolor.

Encrucijada

Cuenta Linares que desde hace 6 meses su salud estuvo muy golpeada, al no poder cumplir con el tratamiento y tener que pedir comida a los vecinos para alimentarse. Comía pasta, frijoles chinos y hasta algunos trozos de torta. No tenía más opciones y mientras tanto su lesión iba empeorando. Se le enrojeció, supuraba líquido y su pie pasó de tornarse morado, a oscurecer totalmente. Era tanta la inflamación que sentía el dolor encajado en la rodilla y su paso fue tan lento, que los últimos 3 días caminaba sosteniéndose de las paredes.

Las molestias e intenso dolor iban acompañados de la fetidez emanada de su extremidad inferior al quitarse los zapatos. «Más bien, usted se atreve a atenderme», le exclamaba este señor a su sobrina, quien solía limpiarle la herida con jabón, alcohol y agua tibia. Pero llegó un momento, que no pudo seguir curándolo, por temor a contraer alguna infección durante su gestación. Ya ni podía bañarlo y duraba varias semanas sin asearlo.

Sus familiares lamentaron que vivió días muy difíciles, al punto de morir acostado en una colchoneta en el patio, donde evitaba contaminar el interior de la casa.

 

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