viernes, 22 noviembre 2024
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Enterrar a un ser querido en Venezuela es humillante

Yokari Conde Barboza | LA PRENSA DE LARA.-Si llevar a un ser querido a su última morada es doloroso, en Venezuela ese dolor no sólo se triplica, sino que también se vuelve humillante, pues la crisis económica y de gasolina que atraviesa el país pone a los deudos a pasar roncha a la hora de trasladar los cadáveres desde la morgue hasta el cementerio.

En camiones 350, camionetas, carretillas, bicicletas y hasta en el hombro, cual si fuera un saco de papas, los venezolanos han tenido que trasladar el ataúd en cuyo interior reposan los restos de sus seres amados, pues los servicios funerarios están casi paralizados por la falta de gasolina, y los deudos deben improvisar y resolver el transporte hasta el camposanto.

Pero resolver no siempre resulta fácil, hay quienes tardan días en poder conseguir gasolina para equipar sus vehículos personales, la cual generalmente compran bachaqueada a 3 dólares por litro. Larenses se llenan de desesperación cuando pasan las horas y el cuerpo de su familiar continúa en la morgue del Hospital Central, donde probablemente comience su proceso de descomposición por falta de equipos de refrigeración.

Naudys Mota, un hombre de 48 años, de Cabudare, murió a manos de los funcionarios de las FAES en un presunto tiroteo ocurrido el pasado 25 de agosto. Su esposa, cuyos recursos económicos son bajos, no podía costear los gastos que representaba un servicio funerario. Derrotada ante su lúgubre panorama, la dama apeló por la ayuda de sus vecinos para comprar la urna más económica en el mercado que le costó $100. Pero allí no terminó su drama. Con apoyo de otros familiares consiguió una camioneta para el aparatoso traslado del cuerpo desde morgue hasta el cementerio de Cabudare cuyo trámite se llevó cinco días. A la hora de retirar el cadáver se encontró con que su esposo era un coctel químico que transmitía un olor putrefacto.

El 4 de septiembre, una pareja oriunda de Santa Rosa enlutó con la muerte de su bebé recién nacido. El niño murió por causas naturales y de inmediato su padre, Alberto Domínguez, comenzó los trámites para su entierro. La falta de gasolina lo llevó a improvisar el traslado de la urna en su motocicleta que tiene una cesta de plástico adaptada en la parte trasera. Allí el ataúd cupo perfectamente, como si fuese el camisón de algodón que usan los bebés para dormir.

Con los ojos llenos de lágrimas, acompañado de su esposa aún convaleciente producto del trabajo de parto y con el ataúd de un blanco tan brillante que casi opaca al sol, Alberto se dirigió al cementerio de Santa Rosa para dar sagrada sepultura a su hijo. Con suerte podrían encontrar una fosa disponible. De lo contrario debían devolverse al Cementerio Nuevo de Barquisimeto con menos de dos litros de gasolina en el tanque de la moto.

Otro caso dramático fue protagonizado el pasado 25 de agosto por dos abuelitas que fueron vecinas en Sarare, municipio Simón Planas y que por designios divinos murieron el mismo día tras permanecer una semana hospitalizadas en el «Antonio María Pineda», donde presentaron complicaciones de salud ligadas a su edad. Ambos cuerpos fueron trasladados en un camión 350 que prestó un alma caritativa que reside en la comunidad.

Según explican familiares, la funeraria de Sarare que prestaría el servicio no tenía gasolina en ninguna de sus carrozas fúnebres. Por tal motivo movilizaron un camión 350, en cuya plataforma montaron los dos ataúdes y los amarraron con mecates para evitar que el movimiento del vehículo ocasionara un choque entre ambas urnas.

«Cada vez es más humillante vivir en Venezuela. Ya ni siquiera un entierro digno podemos darle a nuestros familiares», manifestó entre sollozos la hija de una de las difuntas, quien con la poca fuerza que tenía intentaba levantar el ataúd de su madre para subirlo a la plataforma.

Pero el drama no sólo lo viven familiares de municipios foráneos o sectores alejados de Iribarren. En la ciudad capital, donde se supone que la distribución de gasolina es más frecuente y abarca mayor número de estaciones, viven en carne propia el indignante traslado de cuerpos en vehículos totalmente improvisados.

El pasado 9 de septiembre, familiares de una mujer que murió por causas naturales trasladaron su cuerpo en un camión porque la funeraria Santa Cruz no tenía gasolina para cubrir el servicio. Funerarios alegan que tras la declaratoria de cuarentena por la pandemia, el sector no entró entre los priorizados y sólo les surten combustible cada quince días, pero el suministro apenas alcanza para cubrir dos días de servicio, cuando mucho.

«Pagamos un servicio funerario, pero igual no podemos usarlo porque la funeraria no tiene gasolina. Nos ha tocado resolver el traslado con un camión prestado lo que es indignante y doloroso. De paso la despedida la haremos en el cementerio porque ya ni funerales podemos hacer», expresó entre atropelladas palabras un hombre que dijo ser hermano de la difunta.

Lleva a su hijo en hombros

Con los ojos llenos de lágrimas, acompañado de su esposa aún convaleciente producto del trabajo de parto y con el ataúd de un blanco tan brillante que casi opaca al sol, Alberto se dirigió al cementerio de Santa Rosa para dar sagrada sepultura a su hijo. Con suerte podrían encontrar una fosa disponible. De lo contrario debían devolverse al Cementerio Nuevo de Barquisimeto con menos de dos litros de gasolina en el tanque de la moto.

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