La vida les cambió por completo. Así lo expresan vendedores de budares y calderos a orillas de la vía hacia Quíbor, quienes tienen más de dos décadas dedicados a este oficio. Debido a las bajas ventas han pasado de tener varios puestos a trabajar para un allegado o familiar. Esta situación, que se agudizó con la pandemia de covid-19 y no se recupera, los lleva apenas a poder vender de uno a tres artículos al día.


La señora Josefina Guaidó cuenta que era un negocio muy rentable, debido al continuo tránsito de turistas cuando inició en 2006. Llegó a tener 22 puestos de venta y pagaba a personas de confianza para que los atendieran. Sin embargo, en la actualidad sólo cuenta con un puesto y debe asegurar otro ingreso económico con su otro oficio: la agricultura. Al final de la mañana apenas contaba con cuatro dólares. Se ocupa de su propio minicultivo de pimentón junto a su hija por las mañanas y, desde el mediodía, se dedica a las ventas. Ella se alegra las tardes escuchando música cristiana, sin perder la fe en conseguir clientes porque se mantiene optimista.
El desánimo se apodera de José Gregorio Bullones, quien durante 30 años se ha dedicado a este trabajo que le permitió construir su casa y comprar un carro. Pero actualmente mira con tristeza su triciclo, el único medio de transporte que le queda para trasladar su mercancía desde el caserío El Rodeo hasta su puesto en la carretera.
La lucha diaria para vender budares en Quíbor y por sobrevivir en un mercado difícil
“Uno sigue esforzándose, pero a veces apenas logra concretar una venta al día”, señala cabizbajo. Permanece a la orilla de la vía desde las 7:00 de la mañana hasta las 5:00 de la tarde, siendo esta su única fuente de ingresos. Rara vez puede reponer la mercancía de proveedores de artículos tallados en madera.

