Pensar y construir un buen colegio sólo para varones en Barquisimeto fue la gran meta que se trazaron Alfredo Pérez Febres, Abelardo Riera Zubillaga y José “Pepe” Serra, quienes en su rol de padres de familia buscaban garantizar una educación de calidad para sus hijos. Los tres, vieron que este tipo de modelo educativo resultó con éxito formativo en Caracas y Maracaibo en Venezuela, y otros países del continente europeo. Por lo que en 1975, con el esfuerzo y la constancia de estos tres hombres y un grupo importante de familias larenses lograron materializar ese sueño, construir el Colegio Rioclaro, una institución que se mantiene fundamentando sus pilares en la vinculación con la familia, formación integral y espiritualidad, entendida desde la amplitud de religiones.
Este 16 de septiembre, la familia rioclarense celebra sus cinco décadas de trabajo y a partir de las 10:00 a.m. será oficiada la misa de acción de gracias, el bautizo del libro “Buscando crepúsculos 1975. Pocos meses para una larga aventura en Barquisimeto”, escrito por el director fundador Alfredo Pérez Febres y la algarabía de cantar el cumpleaños.
El colegio fue concebido como uno de los cuatro planteles de la asociación civil Asesoramiento y Servicios Educativos (AYSE) en Venezuela, cuyo fin es lograr una educación para vivir en sociedad, formando ciudadanos para el servicio y una mejor convivencia, por lo que se hace especial énfasis en las virtudes humanas que facilitan la concordia, la consideración y el respeto que corresponde a cada persona. Los fundadores del Colegio Rioclaro establecieron la base para fijar la disciplina de las generaciones rioclarenses, denominándolas las “5 C”, fundamentadas en el carácter, criterio, coherencia, ciudadanía y sentido cristiano partiendo de la piedad. Sus egresados hoy agradecen ese crecimiento en disciplina, valores y virtudes, sintiendo la institución como el segundo hogar, distinguido por la atención personalizada.
Escuchar al profesor Alfredo Pérez Febres, director fundador, es admirar esa memoria tan exacta que también inspiró su libro “Buscando crepúsculos 1975. Pocos meses para una larga aventura en Barquisimeto”, quien revive la inspiración que sintió por la creación de un colegio bueno, como lo califica, ya que nunca se fijaron en mente ser el mejor, porque la excelencia suele ser la meta más compleja.
Este hombre, de 86 años, recuerda con lujo de detalles la línea de tiempo de la consolidación de este gran proyecto. Una historia que cuenta entre los afectos y entrega incondicional, centrado en la sinergia con la familia y respetando el aporte significativo de los padres en la formación de sus hijos que complementan con la disciplina, nuevos hábitos y entrenamiento académico de alto nivel. Así, cubrir todas las expectativas personales y profesionales a futuro.
“¡Tengo que contar la historia como yo la viví!”, exclama con orgullo por su sentido de pertenencia que caracteriza la calidad educativa del circuito AYSE. Pérez Febres es padre de tres exalumnos del Colegio Los Arcos de Caracas, que también lleva esta formación sólo para varones y tomando en cuenta su presencia activa en la institución, le propusieron ser el director fundador de este colegio para varones en Barquisimeto. Siempre cuidando el argumento del mejor rendimiento académico cuando hay este tipo de exclusividad, por el éxito obtenido en la capital desde 1967 y en el colegio Los Robles, en Maracaibo a partir de 1973.
Venía de vivir esa experiencia con su rol de padre, su testimonio confirma esa preocupación como institución de reconocer a la familia y principalmente los padres, como los principales actores y siendo el alma del proceso educativo fundamentado en amor y afectos.
Esa vinculación y hermandad como colegio surgió por inspiración del sacerdote español Josemaría Escrivá de Balaguer. Un concepto de educación integral que animaba a la conformación de instituciones, partiendo del entusiasmo de la familia. Precisa Pérez Febres, que la obra de este religioso se conoció en Venezuela desde 1951. Balaguer sugería que la prioridad estaba encabezada por la madre y el padre, en segundo lugar al intachable perfil de los profesores y finalmente, los alumnos porque terminaban siendo el producto de la adecuada crianza.
El director fundador del colegio Rioclaro admite que para 1967 existían colegios de este tipo en Caracas y Maracaibo, cuando la asociación civil Asesoramiento y Servicios Educativos (AYSE) decide empezar a marcar huella. Veían más allá de la educación mixta y tal modalidad separada siguió ganando espacios y muestra de ello es que para 2018 conocían sobre el trabajo de más de 350 colegios en el mundo.
Se cumplió medio siglo de la primera visita del sacerdote Escrivá a Caracas. Fue en 1974 durante su gira por Latinoamérica, pero estaba indispuesto por motivos de salud y no podía tener contacto con la gente. Prometió volver y regresó al año siguiente, donde ofreció tertulias en la casa Alto Claro, en la capital del país. Dicho centro de estudio del “Opus Dei” —que significa “Obra de Dios” en latín— resalta el derecho de los padres a la educación de sus hijos, así como formar en libertad.
Pérez Febres tuvo la dicha de participar en un aforo de alrededor cinco mil personas y solamente asistieron dos de Barquisimeto, Abelardo Riera Zubillaga y Agustín González. “Escuchamos al padre hablar sobre la importancia de la familia, los hijos… nos entusiasmamos más”, dijo compartiendo la tesis del sacerdote español, de que los padres son los primeros educadores.
Su cronología es exacta y recuerda que el tercer colegio sólo para varones estaba previsto para Valencia en 1974. El ingeniero Alberto Olivares que vivía en dicha ciudad de Carabobo y vinculado con AYSE en la formación de familias, fue uno de los artífices de fundar este tipo de colegio en Barquisimeto. Tenía sus amigos acá y uno de ellos era Humberto Oropeza, gerente del equipo Cardenales de Lara, preguntándole de quién podía estar interesado en instalar este tipo de plantel en la entidad larense. Sin pensarlo dos veces, le recomendó a Abelardo Riera Zubillaga, quien era un notable empresario de la sociedad y tenía esas aspiraciones porque quería un buen colegio para la formación de sus hijos.
Le sirvió de enlace para reunirse con el presidente de AYSE, para ese momento era José “Pepe” Serra. “Había gente comprometida con su alma y corazón, sobre todo con el alma”, señala Pérez Febres acerca de Riera, a quien admira por tanta inspiración.
Todo fue muy rápido y la creación del colegio se concretó prácticamente al año siguiente, gracias al empeño de estos tres hombres. Pérez Febres vivía en Caracas y se vino con su esposa Jeannette e hijos a Barquisimeto el 31 de agosto de 1974. Conoció a Abelardo Riera Zubillaga y sostuvieron la primera reunión en casa de Agustín González, un allegado a la familia, en la urbanización Santa Elena, al este de Barquisimeto. Fueron 10 las primeras familias interesadas. Iban contrarreloj esperando empezar en septiembre y ubicar más creyentes en el proyecto, para abril, llegaban a 40 familias. También visitaron amplias casas que se pudieran transformar en la sede del plantel, pero sentían que no les servía un “cascarón vacío” ni tanto concreto para el ambicioso concepto que manejaban.
Cuando menciona esas primeras familias, figuran Alfredo y Lourdes Olivo, Egilde y Carlos Sequera Yépez, Leticia Sigala de Tamayo, Omar y María Montero, Eduardo y Margot Zubillaga, Alejandro y Sonia Ramírez, Samir y Eddy Luz Saap, Armando y Alicia Arráez, Ismael y Teresa Cárdenas, Chundo y Guillermina Hernández, Bernat y Argentina Tagliaferro, Beatriz y Diego Lozada.
Todo cambió desde aquella tarde de mayo, cuando Abelardo Riera Zubillaga convidó hasta la Hacienda Las Trinitarias, perteneciente a Cristóbal Blohn. Pérez Febres cierra sus ojos, como si fuese una línea de tiempo reciente y comparte esa emoción desde que pasan la redoma, actualmente Monumento al Sol Naciente y avanzaban a la altura de la quebrada Guardagallo, describe una especie de selva, “aquello era monte y culebra”.
Era la antigua salida hacia Caracas. Su relato es tan puntual que a la entrada de la hacienda, todavía estaba el cordoncito cerca de la alcabala, era la primera alcabala y la autopista estaba casi terminándose. El tránsito empezaba a ser más fluido para la ciudad.
Cuando entran a la hacienda y dejan la puerta corroída por el tiempo, sus miradas se quedan fijadas en la laguna donde jugueteaban patos y disfrutaban de ese borde tupido de árboles frondosos. La mayoría estaban florecidos, propio de la época en mayo. “Nos paramos en la puerta de la casa a ver la laguna. Nadie dijo nada y los tres nos mantuvimos en silencio. Yo pensé: ¡Esto sí será!”, dijo confiando en que coincidían en contemplar el espacio ideal para un colegio con la imagen de la libertad, a placer con la naturaleza y lejos de ser un cascarón de cemento.
Confiaban que los niños irían a estudiar, pero también se los imaginaban brincando, jugando y experimentando en esa nueva manera de hacer las cosas. La visual se perdía en tan exagerada profundidad. Siguieron en el carro y se adentraban en aquella larga carretera de tierra, al lado estaban los pastizales.
En la primera curva, había un edificio donde los peones realizaban el ordeño de las vacas. Siguieron sin detenerse hasta la segunda curva, que era la que finalizaba en la salida, tal cual como en la actualidad. Estaban tan inmersos que en esa segunda curva fue donde se detienen y “Pepe” rompe el silencio, preguntando: “¿cuándo hablamos para comprarlo?”.
Aspiraban tener una respuesta la siguiente semana, para no desperdiciar esta oportunidad del contacto directo con la naturaleza, tener los recursos para explicar botánica en vivo y directo, sin limitarse a una lámina ilustrada. Veían el inicio de poder seguir encontrando cosas por investigar, era la ubicación diferente con el pensamiento de libertad.
“El colegio se va a convertir en la prolongación del hogar”, así fue decretado, al descubrir la complicidad de un bosque que han mantenido con la frescura al natural y así garantizar el segundo hogar al estudiante. A Abelardo Riera Zubillaga le ofrecieron en venta las 54 hectáreas de la hacienda, pero sólo sonreían porque era tan extenso que no cabía en la imaginación de estos tres fundadores.
Necesitaban tan sólo cinco hectáreas, la segunda oferta era a partir a la altura de la quebrada Guardagallo, pero eran 13 hectáreas.
Todo empezaba a concretarse y en junio se organizaron como asociación civil sin fines de lucro “Procentros Lara”, conformado por Lucía y Abelardo Riera, Agustín y Ana Graciela González, Luis Gerardo y Romelia Arráez, María Antonieta y Constantino Nuccio, Samir y Eddy Saap, así como José Serra.
Abelardo Riera Zubillaga era el presidente y tramitó la compra del terreno. Pidieron rebaja por el espacio requerido para el proyecto educativo y el resto de hectáreas necesarias para ajustarlo a algo rentable para beneficio de la institución.
El documento de propiedad lo firmaron en julio, sin el monto completo y confiando en la responsabilidad de las primeras cuotas de las 60 familias. El tiempo iba de prisa y durante la primera reunión formal en el caney cercano a la laguna, el 9 de agosto de 1975 participaron las 63 familias iniciales y correspondían 96 alumnos.
Ya no estaban las vacas y se enfocaron en la remodelación inmediata, pintar paredes, sustituir algunos techos de zinc y así como despejar ciertas áreas de ese bosque en bruto. También tenía adelantado la búsqueda de docentes, ubicando los cinco mejores alumnos a egresar de institutos pedagógicos y a su vez, eran entrenados por expertos de AYSE que vinieron de Caracas.
El 16 de septiembre de 1975 fue el primer día de clases. Se materializó esa propuesta de colegio de formación integral, iniciando hasta sexto grado y preparando a hombres con aires de libertad y sabiendo defenderse en la vida.
Hablar del Colegio Rioclaro es admirar el profesionalismo y entrega de personalidades como Pérez Febres, quien superó los roles de padre, directivo fundador y en la actualidad se mantiene con las asesorías a los alumnos de primer grado. Le cambia el semblante cuando se refiere a estas generaciones capacitadas para ingresar a prestigiosas universidades del país y en el exterior.
Un compromiso por la calidad educativa que también es asumido por el actual director Eduardo González Quintero, con una gestión de dos décadas que sigue apostando por la exigencia en estas 46 promociones de bachilleres con sensibilidad humana y alto nivel académico.
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