No es ninguna novedad que lo que debiera ser natural se convierta en excepcional. Desde que el mundo es mundo los seres humanos somos capaces de lo mejor y lo peor, muchas veces, sin solución de continuidad en un mismo día. Por esas vueltas de la vida uno puede ser considerado, amable, amoroso, solidario y cálido con alguien y ser todo lo contrario con otro.
Se da el caso de personas que en su entorno laboral tienen el mejor de los conceptos de sus compañeros que transmiten a quien quiera oírlos loas y elogios por ese fulano que por el contrario es áspero, rígido, frío y egoísta en su entorno familiar.
Es evidente que no todos los que nos rodean son de nuestro agrado y que, a menudo, ocurren cosas que nos decepcionan y disgustan provenientes de personas con las que teníamos buena relación. Estas mutaciones se ponen de manifiesto dramáticamente en parejas felices con muchos años de convivencia, hijos en común y toda una vida compartida con sus más y con sus menos pero con balance positivo cuando de pronto uno de sus integrantes es descubierto en una relación paralela, un ilícito que implica estafas y defraudaciones o algún acto execrable como el abuso a un menor o algún homicidio cometido en el pasado cuidadosamente oculto y que de pronto sale a la luz destruyendo la paz y la armonía de todo un grupo familiar.
Son momentos muy difíciles de sobrellevar porque sentimos que hemos vivido una ficción y quedamos vacíos, sin ninguna razón para seguir existiendo, el mundo se nos cae encima y todo lo que creíamos poseer se esfuma y solo quedan fragmentos inconexos de algo que parece una pesadilla. Estas situaciones límite ponen a prueba nuestra fortaleza espiritual y hacen que la primera y lógica reacción sea no creer en nada ni en nadie. Pero una vez pasada la tormenta, elaborado el duelo y sofocada la rabia uno vuelve a descubrir el mundo, un mundo nuevo lleno de incertidumbre y duda muy diferente del sólido armazón del que nos tocó atravesar y en muchos casos afortunadamente se descubre que lo mejor estaba por venir, que la pesada mochila que cargamos creyéndonos felices ha sido reemplazada por la levedad de una maleta vacía de pasado y plena de esperanzas nuevas.
En otros casos el golpe es de tal envergadura que no podemos reconstruirnos y la amargura del engaño sufrido degenera en venganzas terribles y pérdidas de energías gastadas en urdir siniestros planes de exterminio y desprestigio enfocados en las personas que defraudaron nuestras esperanzas. Es muy difícil internalizar esas experiencias y reciclarlas en algo positivo pero, aún con el riesgo de caer en un superficial manual de auto-ayuda, debemos intentar revertir las decepciones sin cerrar la puerta a futuras experiencias que pueden ser mejores que la bronca y el fracaso.