Edy Pérez | LA PRENSA.- Juan de la Cruz Sivira tiene arañazos en la frente. No parece de 55 años. La delgadez y las arrugas en el rostro muestran a un hombre mayor. Permanece parado frente a su rancho de zinc, el que levantó hace ocho años con sus propias manos para darle vivienda a su mujer y a sus nueve hijos. Respira profundo y suelta: “Traté de salvarla, la jalé y la saque. Estaba tapiada por los escombros, pero no habló. Estaba muerta”, cuenta con voz quebrada.
Son las 8:00 de la mañana y hace cuatro horas que una gandola Mack, cargada con más de 70 pipas contentivas de un disolvente, se estrelló contra el rancho que está a orillas de la Circunvalación Norte, en Colinas de San Lorenzo. El hombre llora. Tiene ocho hijas y un varón, pero cada uno es un tesoro para él. “No vuelvo para este rancho, que el gobierno me reubique, no vuelvo a meter a mis hijos aquí”, exige el padre de la víctima.
Juan reconoce que tiene mal sueño. Es de los que despierta a cada hora, entra a la habitación de las seis hijas que aún viven bajo su techo. Se percata de que el varón esté acostado, da una vuelta por la cocina y se vuelve a acostar. A las 4:30 de la madrugada de ayer hizo lo propio.
Iba a despertar a su hijo de 16 años que tenía que ir con el vecino a vender hortalizas, pero lo encontró junto a su hermana de 15 años asomados en la puerta trasera del rancho que da hacia la Circunvalación Norte. “Habían escuchado los frenazos de unos carros y se pararon”, cuenta Juan.
Él estuvo un momento en la puerta junto a sus hijos, pero decidió entrar a la cocina. “No sé qué fui a hacer a la cocina porque ni café tengo”, confiesa.
De repente, “sentí el golpe en la espalda”, narra con voz altiva. “¡Mis hijos!”, fue lo primero que dijo en voz alta y cuando volteó vio un cúmulo de bloques, tapas de zinc y escuchó la voz de su hijo. “¡Papá sáqueme!”, le suplicaba el muchacho. Juan levantó las láminas, quitó los bloques y haló al hijo. “¡Me duele, me duele!”, se quejaba.
El joven tenía el fémur derecho afuera. “Se le veía el hueso”, recuerda Juan. Lo acostó en una tabla de madera, llegaron los vecinos y entre todos siguieron quitando los escombros. Sacaron a la quinceañera que quedó tapiada, pero ya estaba muerta.
Otros vecinos bajaron del barrio hacia la autopista y sacaron al chofer de la gandola, Miguel Quintínez; el hombre estaba lesionado. Lo montaron a él y al muchacho en un camión y los llevaron a la emergencia del hospital Central.