Daniela Valladares | LA PRENSA.- Cansada por la jornada laboral y arrastrando los pies, Wileidy Catarí abre el candado de su casa donde la esperan sus 3 hijos.¡Pofff! Cae en seco un bloque de cemento en el piso que le roza la cabeza porque las bases de la estructura están débiles y todavía espera que la reubiquen a un apartamento del conjunto Alí Primera.
Otras 7 familias viven en la misma situación y con láminas de zinc viejas y pedazos de madera improvisaron un techo para proteger sus enseres en un terreno baldío de los apartamentos de Yucatán. Entre esos destaca una pequeña cocina eléctrica rodeada de pasta, arroz y mantequilla, un tanque azul de agua, algunos juguetes que trajo el Niño Jesús y una cama que están en la pieza de 8 metros de largo por 4 de ancho donde vive Wileidy junto a su esposo y tres menores de edad.
La reubicación de estas 8 familias estaba pautada hace un año atrás. Los apartamentos del conjunto residencial Alí Primera que fueron desalojados en julio del pasado año por engorde y uso indebido estaban destinados para ellos. Pero en su lugar fueron instalados damnificados por las lluvias del mes de noviembre.
Para Yusmary Lovera, otra de las refugiadas, criar a su pequeña de 4años de edad en estas condiciones resulta inhumano, pero ante la falta de un techo no vio otra opción.
El borde de las puertas está adornado por bloques y plástico para impedir que las ratas, culebras y sapos escondidos en los matorrales entren a las casas. Desde bebés hasta niños de 9 años de edad están en riesgo de ser picados por alguno de estos animales rastreros.
El servicio de aguas blancas y negras no funciona en esa parte del conjunto residencial. Para asearse o hacer sus necesidades deben pedir el baño prestado a sus familiares cercanos.
A través de una conexión ilegal de luz en el estadio de béisbol Alí Primera consiguieron electricidad. Hace seis meses fueron visitados por los amigos de lo ajeno, quienes aprovechando la oscuridad pasaron raqueta en las humildes casas y se llevaron colchones, tanques de agua entre otros enseres. Por eso ahora no se despegan de la zona ni un minuto; “no tenemos vida social”, reflexiona Yusmary Lovera ante los altos índices de inseguridad en su comunidad.