miércoles, 6 noviembre 2024
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Ni los ancianatos se salvan de la delincuencia

Ágatha Reyes | La Prensa.– Tiene 98 años y su nombre es Josefa “Chepa” de Morales. Sus días inician a las 8:00 de la mañana. Vive en el hogar de cuidado San Vicente de Paúl, ubicado en Barrio Ajuro, al centroeste de Barquisimeto que se encarga de recibir a quienes llegan de visita.

Sin embargo, la soledad de la zona donde está ubicada la casa le atemoriza, pues están prácticamente aislados. “Por aquí roban mucho, antes pasaba la Policía, pero ya no. Si nos llegan a robar no podemos hacer nada porque somos puras mujeres y ya mayores”, dijo con preocupación.

Lo que ella siente en el San Vicente de Paúl se repite en casas de abrigo como el Hogar de Niños Impedidos (Honim), del sector Suspire y el Sagrado Corazón de Jesús, en la avenida Libertador que desde hace un año utilizan desde pitos, alarmas, cerco eléctrico y hasta sellos en las ventanas para evitar ataques de delincuentes. De hecho, en el Sagrado Corazón un grupo de malandros intentó ingresar al lugar para robar hace 15 días y esto alarmó a los que allí viven.

La hermana Arelis Gómez, quien junto a cuatro hermanas más y 11 empleados atienden a los abuelos en San Vicente informó que en 2017 fueron víctimas del robo en cinco oportunidades, desde entonces decidieron recurrir a poner en funcionamiento el cerco eléctrico y reforzar los cerrojos.

El caso se repite en el Sagrado Corazón, donde los pitos, alarmas y el cerco eléctrico se convirtieron en el mejor amigo de los abuelos para ahuyentar a los ladrones.

“Cerramos algunas ventanas, pero también entregamos unos pitos a los abuelos para que alerten cuando vean alguna irregularidad”, dijo la hermana Adriana Martínez, quien junto a 16 personas más se encargan del cuidado de los 76 abuelos.

En ambas instituciones refieren que no hay patrullaje de los organismos de seguridad, lo que los pone en un riesgo mayor, además comentan que deben hacer maromas para atender a los abuelos, pagar a quienes trabajan y además cubrir las tres comidas diarias. “Nos aferramos a Dios quien es nuestro protector y proveedor”, soltó Martínez

Y si la inseguridad es poco, las casas de abrigo están sufriendo también por la crisis del país y la escasez de alimentos y medicinas.

Desde hace al menos dos años, la falta de ingresos monetarios pone cada vez más cuesta arriba atender de forma digna a los adultos mayores.

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