Osman Rojas | LA PRENSA.- A las 12:41 del mediodía Marcela Duarte tomó su teléfono celular. Abrió la aplicación de WhatsApp en su móvil y difundió un mensaje desgarrador para su corazón. “Vendo anillos de oro 10 kilates. Interesados escribir al privado”, rezaba el escueto comunicado con el que la mujer ponía en el mercado sus aros matrimoniales.
Cinco minutos después de aquel mensaje un amigo le escribe para comprarlos. La mujer logra su objetivo pero los 25 millones que le depositan en su cuenta no alivian su pena. “Apenas recibí la confirmación de la transferencia me eché a llorar. Era mi recuerdo más preciado, pero tuve que venderlos. Cuando pasé la cadena eran las 12:41 del mediodía y a esa hora ni mi esposo ni yo habíamos comido”, cuenta.
Con el dinero la mujer salió y compró comida. Pasta, arroz, harina, verduras y granos consumieron gran parte del dinero. “Lo más triste es que esa plata no alcanza para nada. Compramos comida para una semana y después andábamos viendo qué otra cosa se vendía para matar el hambre”, suelta.
La historia de Duarte es triste, pero frecuente en la ciudad y es que, la crisis económica que atraviesa el país hace que las personas salgan de sus objetos más queridos para resolver el tema de la alimentación. Muebles, objetos antiguos heredados a través del tiempo, coches o cunas de bebé y hasta cama son comercializadas por las personas en la entidad.Manuel Salazar, profesor jubilado, ha sufrido en carne propia lo que es vender sus objetos de valor sentimental para poder mantenerse. En la esquina de la carrera 18 con calle 27 el hombre estira una sabana y coloca sobre ella libros, artículos de cocina y ropa de bebé.
«Mi pasado está aquí. El que compre estas cosas se lleva parte de mí”, dice el hombre. Salazar explica que los libros que comercializa fueron usados por él en su época de universitario. Las ollas que son exhibidas son herencias de su madre que murió hace 5 años y la ropita es de su hija, una joven que el venidero mes de junio cumplirá 15 años.
“Hace un mes empecé a vender lo que tengo guardado en la casa y le he sacado provecho. Hay días en los que no tenemos nada qué comer y con la venta de estas cosas se sacan para comprar al menos un kilo de yuca”.
En las calles del centro de Barquisimeto es donde más se evidencia este fenómeno, pues en cada rincón, hay personas vendiendo sus cosas. La mayoría de estos comerciantes son personas desempleadas.