Para ubicarlos en los bosques alrededor de los ríos, hay que tener una vista aguda, destreza física para subir y bajar pendientes y mucha paciencia. El sapito rayado de Rancho Grande es endémico de Venezuela y es la única rana arlequín del género Atelopus cruciger que ha sobrevivido en el país, de un total de 10 especies que existían en el siglo XX.
Un hongo de origen asiático (Batrachochytrium dendrobatidis), esparcido por el mundo en los años 80, provocó una gran mortandad de anfibios, siendo en Latinoamérica una epidemia devastadora. De 100 especies de sapitos arlequines que habían, sólo quedan 30, lo que representan que 70% se extinguieron.
En Venezuela por 20 años dejaron de avistarse los sapito, pero en 2003, se encontraron dos poblaciones. Desde entonces la doctora Margarita Lampo, investigadora emérita del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y presidente de la Fundación para el Desarrollo de las Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Fudeci), ha estado tras la pista del sapito rayado de Rancho Grande, para estudiarlo con minuciosidad.
Actualmente, lleva adelante un Programa de Conservación de la especie con reproducción en cautiverio, en el que trabaja de la mano con el IVIC y el Zoológico Leslie Pantin, cerca de Turmero, estado Aragua, logrando hacer la primera liberación de adultos y juveniles a su hábitat, en mayo con éxito.
Lo primero que hizo la científica y un equipo de voluntarios, fue realizar estudios demográficos y epidemiológicos sobre la enfermedad Quitridiomicosis cutánea, que ocasiona el hongo en los anfibios, afectando su piel que es por donde respiran, intercambian gases y consumen agua. Uno de los objetivos era determinar por qué algunos ejemplares no sobrevivieron a la epidemia y otros sí.
«Entre 2003 y 2004 en el IVIC desarrollamos un proyecto junto con la Fundación La Salle y empezamos a seguir la población existente, a estudiarla, monitorearla fotografiarla, pesarla, tomar muestras de piel y todo ese llevarlo a un catálogo. Ese trabajo se hacía yendo a los sitios donde se encontraron las especies mensualmente y esa primera fase duró 14 años», refirió Lampo, quien en 2024 recibió el Premio Lorenzo Mendoza Fleury, por su destacada trayectoria científica.
Los sapitos los identificaban porque cada uno tiene un patrón de coloración en el dorso, que es como su huella digital y los hace únicos. Toda esa información les permitió hacer modelos matemáticos para entender por qué estas poblaciones se mantenían estables a pesar de la existencia del hongo. Y en 2022 iniciaron la segunda fase del proyecto que fue la inauguración del Centro de Reproducción del Sapito Rayado en Caracas y otro en el Zoológico Leslie Pantín.
Tanto por el Libro Rojo de la Fauna Venezolana como por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), el sapito rayado, está en categoría de peligro crítico de extinción. En Venezuela probablemente quedan 500 ejemplares en edad reproductiva en vida silvestre, y en criaderos Ex situ han nacido 800.
Estos vertebrados antes se encontraban en toda la cordillera centro-norte costera del país, en el Distrito Capital, La Guaira, Miranda, Aragua, Carabobo, Yaracuy y Cojedes, en un total de 17.000 km2 y 66 localidades. Pero actualmente sólo han sobrevivido dos poblaciones que están en el Parque Nacional Henri Pittier, del estado Aragua.
El hábitat donde se encuentran son áreas prístinas, no perturbadas por la actividad humana. Lampo señala que la presencia del sapito en aguas cristalinas o corrientes de ríos, es un indicador de la calidad del agua que consumen las poblaciones costeras.
Los machos miden entre dos a 3.5 centímetros, mientras que las hembras son más grandes, alcanzan los cinco centímetros. Se les considera una obra de arte en la naturaleza por sus colores llamativos. Los de Venezuela son de rayas marrones o negras sobre color amarillo o verde intenso. Aunque muchos puedan creer que por su apariencia son venenosos, la verdad es que no lo son, según explicó la doctora Margarita Lampo, individuo de Número que ocupa el Sillón XXII de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (Acfiman).
«Los anfibios representan una biomasa importante para su hábitat. Son presas de otros animales, desde aves, reptiles, incluso insectos, y son también depredadores de otras especies, como insectos, termitas. Todo eso es una cadena que si se perturba un eslabón, tiene consecuencias negativas en todo el ecosistema», resaltó.
Hay cuatro países que actualmente se preocupan y trabajan en sintonía para rescatar y conservar a los sapitos del género Atelopus, y estos son: Colombia con 47 especies, Ecuador con 25 especies, Panamá con dos y Venezuela con una especie.
La segunda fase del proyecto que se ejecuta en el país, inició en 2022. Todavía es muy experimental, según confiesa Lampo. Los científicos analizan cómo hacer para que los ejemplares nacidos en laboratorio, sobrevivan una vez que son reintroducidos a su ecosistema, cuando cumplen los dos años de vida.
En Panamá ya ha habido varias liberaciones, pero eso no ha sido sinónimo de que la población esté aumentando. Investigadores venezolanos se han puesto en comunicación con los panameños para determinar qué pueden hacer desde acá, con el objetivo de que los sapitos no se dispersen o sean depredados tan rápido por otros animales, una vez que son dejados en los bosques.
«Las reintroducciones son muy experimentales hasta ahora en sapitos arlequines. Ha habido varios intentos en Latinoamérica, pero no han sido totalmente exitosos. En Venezuela hicimos una liberación en mayo que parece ser la más exitosa hasta ahora. Si se compara con la hecha en Panamá, donde la tasa de recuperación o de avistamiento a los tres días de haber soltado a los animales, fue de menos del 5% en ese país. Prácticamente una vez reintroducidos desaparecían. Pero en Venezuela a tres semanas después de liberarlos han sobrevivido el 60% de los individuos», informó.
La clave fue entender que un anfibio criado en estanques artificiales, tiene que adaptarse primero al hábitat en donde lo están liberando y por eso han ideado un mecanismo para que no se dispersen y mueran rápido.
Informó que en el país decidieron hacer una especie de semiencierro con una malla, de 220 metros cuadrados, para contener a los animales una vez son soltados en su hábitat. «De esta manera pudimos descartar el tema de la dispersión. Al tener a los animales contenidos el suficiente tiempo, nuestra hipótesis es que ellos van a empezar a entender cómo es el lugar y van a desistir de tratar de irse de allí», explicó. La primera liberación fue de 200 sapitos adultos y juveniles.
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