Agencias | LA PRENSA DE LARA.- Una menor venezolana es víctima de la explotación sexual. Y ante el dolor de su situación, se autoflagela. «Se corta los brazos y las piernas. Escribe lo que vive en un diario: que en ocasiones queda muy maltratada en los brazos y las piernas después de tener relaciones sexuales con pedófilos y esto no le permite trabajar a diario. Teme morir por infecciones venéreas y su salud mental es lamentable».
Es el caso más triste que Carolina Bustamante Gutiérrez se encontró en la investigación para el especial Migración: historias en pequeñas voces, de RTVC, que se puede ver en www.migracion.radionacional.co. y que se realizó en La Parada, en Villa del Rosario, Norte de Santander.
Incluye audios, videos y un completo análisis de un drama que cada vez es más duro: la gran cantidad de menores venezolanos que están en las calles.
Bustamante, realizadora de contenidos especiales de RTVC, ganadora de un premio Simón Bolívar por su trabajo Desminado humanitario: una bendición a ciegas y un CPB por una investigación sobre un gigantesco desplazamiento en medio del conflicto armado, estuvo durante un mes con periodistas, videógrafos, fotógrafos y realizadores buscando estas difíciles historias.
Y encontró que del total de la cifra de Migración Colombia de ilegales venezolanos, que es cercana a un millón de personas, el 25 por ciento son menores, que «sobreviven reciclando. Acompañan a los más grandes, quienes los ayudan a cuidar, y ganan 2.000 o 3.000 pesos diarios. En los cambuches se cocina, cuando hay con qué, y con agua de río, se tapan con cartones o plásticos. Algunas fundaciones les regalan comida, ropa y a veces logran incluirlos en actividades lúdicas y nivelarlos académicamente. Hay niños que al llegar a Colombia iban a ser recibidos por sus padres, pero nunca aparecieron y quedaron solos; hay otras historias donde han sido acogidos por Bienestar Familiar y muchos huyen; denuncian maltrato y tocamientos en los centros de protección, y regresan a los cambuches».
Estos migrantes han entrado por las fronteras en Arauca, La Guajira y Norte de Santander, y para muchos, regresar no es una opción. De ahí la lucha diaria.
Para Támara, migrante y menor de edad en situación de prostitución, la situación es crítica. «Hay veces que me pongo a pensar que no me puedo dejar morir de hambre. Yo me corto los brazos cuando estoy triste y me pongo a pensar que no tengo a nadie y que me voy a morir sola, entonces me empiezo a cortar para olvidarme de las cosas».
«Nosotros no traíamos linterna y nos tocó venirnos por todo eso oscuro, caminar en medio de la noche…; yo lo que quiero en realidad es ver a mi mamá, quiero saber cómo está, tengo tiempo sin verla y la extraño mucho», asegura por su parte Pablito, otro de los niños migrantes provenientes de Venezuela, a propósito de su recorrido irregular para llegar al país.
«Respetar cada historia, cada palabra, a cada niño y niña, para no vulnerarlos, pero sin ocultar todo eso que ellos quieren que el mundo conozca, a través de sus voces y no de gente adulta o funcionarios de entidades, fue el reto más duro. Se llora como periodista ante la impotencia de no saber si llegará a quienes se necesita para ayudarlos y por tanto dolor en nuestros pequeños vecinos».
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