viernes, 22 noviembre 2024
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Migrantes temen más a la crisis nacional que al COVID19

Fabiola Barreras |& ; LA PRENSA DE LARA.- Migrantes, caminantes, viajeros, emigrantes. De muchas formas se identifica a quienes dejan su vida atrás en Venezuela, quienes con un bolso en mano y muchas esperanzas, emprenden un camino hacia tierras extranjeras. El hambre, la falta de servicios públicos, las erradas políticas gubernamentales de Nicolás Maduro que han derivado en la pérdida del poder adquisitivo y el desasosiego al ver crecer a sus hijos y hermanos sin un futuro los impulsa a aventurarse a pesar de los peligros y la pandemia.

Muchos dicen que el coronavirus no es nada comparado con lo que se vive en el país. Prefieren huir de la miseria porque esa sí los va a matar. Cada grupo de caminantes que se encuentra en hilera en la carretera Transandina repite una y otra vez la misma frase, ya en Venezuela no hay nada qué hacer.

«Nos vamos por la situación que estamos pasando en nuestro país. No hay trabajo, la plata no alcanza. Por eso decidimos irnos del país», dijo Franyer Manuel, quien con evidentes signos de agotamiento junto a otro grupo de coterráneos se sentó un rato en el suelo para descansar.

Al unísono explican que en Yaracuy no tenían trabajo, pues la situación en esa zona del país es sumamente precaria, por lo que decidieron incluso salir con sus hijos a aventurarse en otro país, sin miedo de no tener una profesión u oficio que los aseguran que en Colombia, Perú y Ecuador se vive mejor que en Venezuela así sea de jornalero e incluso pidiendo dinero en las calles.

El camino recorrido por el Libertador Simón Bolívar durante la gesta independentista, hoy es usado para escapar del hambre y la desidia gubernamental. Desde muy temprano, en grupos pequeños comienzan a caminar. Antes de que el sol caliente y los agote más, aprietan el paso para ganar terreno en tierras tachirenses. Niños de todas las edades también sufren las consecuencias de las malas políticas, pues dejan juguetes, amigos y hasta parte de su familia, para vivir junto a sus padres experiencias nuevas y poder tener oportunidades que aquí no podrían tener.

Con algunos kilómetros de por medio, los grupos de caminantes van. Unos a paso lento, mientras que otros apresuran el andar para lograr llegar a puntos estratégicos de la vía y así procurar pasar a territorio colombiano.

Cruzan 3 estados

En San Josecito, municipio Torbes, se encontró el primer grupo de caminantes. Viajaban desde el estado Yaracuy. Tres estados deben cruzar estas personas para llegar al Táchira, lo que representa más de seiscientos cincuenta kilómetros de distancia entre ambas regiones y mucho camino por recorrer.

Este grupo ya llevaba tres días de camino, cuando se encontró con el equipo de LA PRENSA. Con sus ropas aún mojadas por el fuerte aguacero caído la noche anterior, mantenían su paso. En unas mochilas no muy grandes, llevan lo poco que pueden cargar sin que esto represente peso extra durante el camino. Ropa, cobijas para el frío y comida, es lo que los acompaña como equipaje a este grupo de caminantes.

«Nos tocó salir así como nos ves, sin nada porque no tenemos nada. Pidiendo es que hemos podido solventar algo y siempre hay gente que nos ayuda, pero no tenemos nada de dinero para irnos», dijo José Prada, quien junto a otros cinco adultos y dos niños cruzaron los estados Lara, Portuguesa y Barinas. Asegura que piden para garantizar el alimento a los más pequeños. Detallan que se vinieron guerreando, pues no tenían nada para vender, pero sí las ganas de dejar atrás el hambre que está matando lentamente a los venezolanos.

A la intemperie

Lucía Páez, una mujer desempleada de Puerto de Cabello contó que cuando el sol cae, el grupo detiene el andar y se quedan donde «los agarre la noche», sea en una plaza, parada e incluso en plena carretera. Acompañada de una amiga, quien se identificó como Beatriz Gómez, dijo que el poco dinero con el que cuentan es producto de la venta de sus teléfonos celulares, pues en Puerto Cabello no tenían trabajo.

A esta situación se le suma que son robados constantemente tanto por delincuentes como por militares a quienes deben dejarles sus pertenencias en caso de no tener lo que cobran entre 10 o 20 dólares para dejarlos avanzar.

Ya en San Cristóbal, en la avenida Simón Bolívar, el equipo de LA PRENSA, halló un grupo numeroso de caminantes. Unos vecinos, otros amigos, salieron cuatro días atrás, a las cinco de la madrugada desde la ciudad de Maracay. La situación económica nuevamente retumba en este grupo, como principal motivación para emprender la carrera a pie..

«Nos vinimos porque no hay nada que hacer, no hay trabajo, no hay nada para nosotros», dijo Daniel, quien trabajaba como chofer de autobuses. Explicaron que no hay alimentos ni servicios que al menos garanticen el mínimo de calidad de vida para ellos y sus hijos.

Durante la travesía desde Maracay, se han visto en la necesidad de pedir comida para saciar el hambre porque al no contar con un trabajo, no pudieron ahorrar y se vinieron sin dinero para costearse el viaje.

«Vendimos los corotos que teníamos para reunir una plata. Computadoras, plantas eléctricas, televisores, todo lo que teníamos para venirnos y en las alcabalas nos quitan hasta 20 dólares por persona«.

Con temor a dar sus apellidos, denuncian que ha sido una tortura el viaje, pues en cada alcabala, además de retenerlos, les quitan las pocas pertenencias y el poco dinero que tienen. «Es forzado venirse porque en otras alcabalas nos quitan la plata o lo que carguemos de valor. Nos quitaron una laptop que cargábamos porque si no, no nos iban a dejar pasar».

Hambrientos

Con rostros evidentemente cansados, aseguraron que se han mantenido alimentados a punta de pan, pues es lo más barato que pueden comprar. Ojerosos esperaban encontrar un lugar dónde hacer lo que ellos llaman «arroz con coronavirus», que no es más que arroz con frijoles chinos, de los que dan en las cajas de CLAP.

Muchos ya saben a lo que van, ya que tenían un trabajo en Colombia y cuando visitaron a sus parientes en Maracay se decretó la emergencia por la pandemia y no pudieron regresar.

«Nos morimos de hambre. No hay gasolina, no hay gas, no hay luz, insumos en los hospitales, lo que uno gana no alcanza para nada?aquí no hay vida», dijo Mari Carmen.

De las minas

Con este grupo venía George Chirinos, quien más ha caminado de todos, pues viene de Boavista, Brasil, y va hacia Bogotá. Explicó que se vio en la obligación de ir hasta Carabobo para buscar documentos de identidad.

Chirinos duró dos años como minero en Santa Elena de Uairén, pero el costo de la gasolina no hacía rentable el negocio. «Allá una pimpina de 70 litros de gasolina valía 250 dólares».

Con un palo de madera que usa como bastón se apoya para caminar. Un accidente en la pierna le incapacitó parcialmente dicha extremidad. Sin embargo, eso no ha sido impedimento para caminar y mantener el paso. Su deseo de trabajar y de ver a su hija son fuentes de energías más que suficientes para él.

Varios kilómetros más adelante iba un grupo de cinco personas mayores del estado Portuguesa. El señor Edecio Villanueva indicó que en su región trabajaba como comerciante, pero la misma crisis lo llevó a la quiebra.

Con paso lento han caminado durante cinco días con una niña de cinco años y un joven de 32 con condiciones especiales. Subiendo por la vía hacia Capacho, como aun no amanecía, no se percataron de una zanja en la vía y todos cayeron al vacío. Pese a las laceraciones y aporreos, no presentaron heridas de consideración.

Pese a ser de edades avanzadas, tomaron el riesgo, porque ya no había recursos para comer. «Yo le voy a decir algo, hay una pandemia y por la que han muerto muchas personas, que es la pandemia de Maduro, no vamos a negar eso», dijo.

 

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