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En zonas del Táchira se ganan la vida trabajando en un vertedero

.- Cientos y cientos de zamuros revolotean. Un paisaje de fondo verde por las montañas que rodean, pero nauseabundo por el olor. Un lugar donde lo tóxico se impone, pero que es el área de trabajo de cientos de familias.

Lo que a unos les sobra, a otros les salva la vida y en el vertedero de El Palmar, en San Josecito, municipio Torbes, los desechos que provienen de diversas localidades del estado Táchira y que se sirven de estas instalaciones, son el sustento de unas trescientas personas.

La jornada diaria comienza a las siete de la mañana y puede extenderse hasta las seis de la tarde. Bajo el sol o la lluvia, la búsqueda de elementos preciados como el plástico, cartón, chatarra, aluminio, cobre, bronce y hasta oro, no cesa, pues de hallarlos es que depende el dinero que llevan a sus hogares.

Recicladores sin el más mínimo de los elementos de protección, hurgan entre las alfombras de desechos por su tesoro. Con las pieles curtidas por el sol y con ganchos en las manos hechos con cabillas, hurgan en la basura acumulada.

Unos se dedican a la recolección de bolsas. Para ello hay una norma, pues no todas sirven para el reciclaje. Etiquetas de refrescos, y empaques de chucherías son descartadas ya que las recicladoras no las usan.

En unos sacos de lona gigantes que miden más de tres metros de alto, meten una a una y de manera organizada las «películas», como le llaman a las bolsas. Potes de mantequilla, tazas plásticas, tobos, tanques de agua, teteros y demás, que también sirven para el reciclado van para esos sacos, cuyo peso puede llegar a los sesenta kilos y demorarse entre dos o tres días para llenarla. De ahí la necesidad de ser habilidoso a la hora de seleccionar y recoger los desechos.

Jean Contramaestre, reciclador de la zona, explica que en una semana buena puede recolectar hasta 170 mil pesos colombianos, pero cuando se incendia el vertedero las cosas se complican, ya que el humo tóxico no les deja trabajar. «Nos enfermamos de los pulmones porque lo que se incendia es basura y es imposible trabajar así», dijo.

José Contreras tiene más de ocho años trabajando en el vertedero. Asegura que no hay más nada en la zona que le permita llevar el sustento a su hogar. Comunidades de La Palmita, Hugo Chávez, Walter Márquez, Luisa Pacheco y Luis Moncada viven de la única empresa que no quiebra, el vertedero, pues al ser las más alejadas de Torbes la falta de transporte los confina a buscar trabajo, bien sea como recolectores de desechos en el vertedero o en las recicladoras que hacen vida en ese lugar o en los centros de acopio que hay en las barriadas.

Pese al olor y el contacto directo con productos en descomposición, señalan que nunca han enfermado.

Por el contrario, se sienten protegidos al estar en medio de «tanta pichera».

Nancy Flores, una de las pocas mujeres que se deja ver, asegura que sufre de recurrentes infecciones vaginales, ya que al hacer sus necesidades fisiológicas en ese lugar expone de forma directa sus partes íntimas y la contaminación galopante en el lugar la afecta cada cierto tiempo.

«Debo estar haciéndome infusiones todos los días y poniéndome óvulos. Si no lo hago me empieza a picar allá abajo y eso es insoportable». Comenta que tiene 17 años trabajando en el vertedero, la misma edad de su hija. Asegura que allí morirá, pues más de la mitad de su vida la tiene trabajando en ese lugar. El nacimiento prematuro de una hija que no estaba planeada, la llevó a trabajar allí.

Su piel marchita habla de lo duro que le ha tocado vivir. Con 38 años, parece que tuviera más de 50 años. Sus ojos tristes la delatan.

Hay días en que la fortuna les sonríe

Recolectores aseguran que han visto de todo. Desde bebés abortados hasta dedos y demás. Sin embargo, lo que a diario le piden al Santo Cristo, es que les dé un golpe de suerte con el que puedan mermar la carga de trabajo, al menos por unos días.

Explican que en varias oportunidades se han encontrado con dinero en bolsillos de pantalones, en carteras olvidadas y hasta prendas de oro. Cadenas, esclavitas de bautizo, anillos y aretes son piezas que en medio de tanta suciedad brillan y por ellas agarran dinero con el que hacen un mercado, que va más allá de lo poco que pueden reunir en la semana.

Uno de los recolectores aseguró que muchas veces se consiguen teléfonos de alta gama, pero por temor a que sean robados prefieren venderlos de repuestos y no los usan, pues de estar siendo rastreados corren el riesgo de ser detenidos por un crimen que no cometieron. Uno de ellos consiguió dinero en el bolsillo de un pantalón.

 

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Redacción La Prensa de Lara

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