Ana Uzcátegui | LA PRENSA DE LARA.- Aunque se van de Venezuela esperanzados y en medio de oraciones de fe, varios inmigrantes han perdido la vida en esta tercera etapa del éxodo en pandemia. Ciudadanos que no pueden soportar las condiciones del clima de las otras naciones, el cansancio de tener que caminar por días enteros con los pies destrozados o que son víctimas de la inseguridad que consiguen en el camino. El pasado 4 de noviembre una de esas víctimas fue Yucely Ynestroza Ramírez, de 45 años, quien murió intentando cruzar el páramo de Chile y reencontrarse con sus dos hijos.
Los medios de comunicación extranjeros informaron que la mujer viajaba desde Zulia, huyendo de la crisis económica de un estado en ruinas y sin capacidad eléctrica. La acompañaban su hermana y varios sobrinos. Pero tomó un paso no habilitado entre Bolivia y Chile a 3.700 metros de altura que le causó la muerte.
Otra víctima fue Maite Hidalgo, una barquisimetana de 48 años que vivía en Veragacha. Le dio un infarto mientras descansaba en una plaza de Socopó, estado Barinas. Su familia contó a LA PRENSA el pasado 22 de octubre, que tenía el propósito de llegar a Perú para conocer a su nieta de un año de edad. Joao Da Cruz, su hijo, desde Lima, expresó que su madre viajó con profunda tristeza por dejar a sus hermanos y a otros hijos en Venezuela.
«Estamos en la base de la pirámide de sobrevivencia, donde sólo se piensa en poder comer para mantenerse con vida. Esas personas que se están yendo abandonan todo, sus casas, sus hijos, seres queridos, hasta sus estudios cuando están a punto de graduarse. Se lanzan a esas aventuras teniendo una idea de lo que van a buscar, pero no magnifican los riesgos a los que se están enfrentando», explicó Carmen Sequea, socióloga.
En el año 2019, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), los venezolanos encabezaron la lista de muertes de migrantes en Latinoamérica. Un total de 89 venezolanos el año pasado murieron intentando cruzar la frontera. Las causas de las muertes fueron ahogamientos en mares o ríos, accidentes de tránsito, deshidratación, homicidios o enfermedades.
Cambian de ruta
Evitando no ser parte de los que mueren al escapar de la crisis, ahora los venezolanos tratan de recorrer caminos con menos obstáculos, pero deben pagar en pesos colombianos o dólares para llegar a zonas como Guasdualito en Apure y que tiene como último punto El Amparo, antes de cruzar la línea limítrofe del Arauca, territorio neogranadino.
Quienes se van por Táchira deben enfrentar la empinada vía de la carretera Transandina, y además sortear las decenas de alcabalas antes de llegar a San Antonio, donde suelen ser víctimas de requisas por funcionarios policiales y militares, que les exigen parte de sus pertenencias para dejarlos avanzar.
José Daniel Lápiz es un joven de 22 años que lideraba un grupo de 12 personas, todos eran una misma familia, iban con pesadas maletas y cobijas para cubrirse del sol. Tardaron seis días para llegar desde Puerto Cabello estado Carabobo hasta Táchira a pie. «Llegamos completicos, vamos sanos, pero con la fe de que vamos a llegar a Bogotá», expresó. Sin titubeos comentó que quedó desempleado en pandemia, y aunque la ruta ha sido fuerte sabe que el trecho que le falta es más extremo.
Como muchos otros criollos, esta familia piensa llegar a la capital colombiana atravesando El Páramo de Berlín, las montañas más altas y frías del vecino país. Los que se lanzan a esa aventura suelen colocarse bolsas de plásticos en los pies para soportar las bajas temperaturas. Es la ruta de los que no tienen dinero para pagar un pasaje de autobús.
El grupo de personas que va con Lápiz camina en fila, visten short, franelas manga corta, gorras y hasta cross o chancletas con medias. La mayoría no tiene los zapatos para enfrentar las condiciones de esa cordillera. Andando así resulta una experiencia suicida pretender penetrar una montaña que esta a 4.290 metros sobre el nivel del mar.
Carmen Meléndez, de 39 años es una paciente crónica que se les une con sus hijos, hace un año la operaron de cáncer de tiroides, pero desde hace tres meses no tiene cómo pagar el medicamento Eutirox para su enfermedad. Es la primera vez que sale del país en compañía de cuatro de sus nueve hijos, todos menores de edad. «Uno, sólo se encomienda a Dios para soportar el cansancio y vencer ese frío que nos espera», afirma optimista la mujer que viaja desde Guama, Yaracuy.
Afirma que se cansó de acostarse sin comer y de la «revolución». «Yo era integrante de la UBCh del PSUV, pertenecía al consejo comunal, pero me decepcioné de luchar para que se mantenga un gobierno que no me ayudaba ya ni con las cajas CLAP, ni con medicamentos. Así no vale la pena seguir en Venezuela«, concluyó.