Se considera un animal totémico (sagrado), para los indígenas yanomami y pemón, del sur de Venezuela, porque es la protectora de los bosques tropicales lluviosos. Una espesura de vegetación que en el país representan 15.5 millones de hectáreas. El águila harpía (Harpia harpyja), es el águila más poderosa del planeta, la tercera más grande del mundo y es la de mayor tamaño de América. Su fuerza, majestuosidad y misticismo la hacen una especie de suma importancia para la biodiversidad del planeta.
Su nombre se lo dieron los conquistadores españoles y deriva de la mitología griega, donde se llamaba «harpía», a unas figuras mágicas que tenían la mitad del cuerpo en forma de mujer y la otra mitad en forma de ave. Eran las guardianes del rey de los dioses Zeus. La Real Academia Española (RAE), acepta que para el nombre «harpía» se utilice tanto la H como con A.
Su distribución se registra desde el Sur de México al Norte de Argentina. En Venezuela, donde existe el mayor reservorio de esta especie en el mundo, se ubica en Bolívar y Amazonas, también en la Cordillera Central: en Aragua, Carabobo, Cojedes, Distrito Capital, Anzoátegui, Monagas y Sucre, Delta Amacuro y la Sierra de Perijá, al Sur del Lago de Maracaibo.
Alexander Blanco Márquez, médico veterinario venezolano, es uno de los investigadores del continente que más ha estudiado a este especie de ave rapaz, desde hace 35 años. En entrevista para La Prensa, destaca que es discípulo del científico venezolano Eduardo Álvarez Cordero, el primero en investigar al águila harpía en Venezuela y Panamá en los años 80.
De manera detallada, este amante de la naturaleza que lleva adelante el Programa de Conservación del Águila Harpía en Venezuela, cuenta que tiene décadas explorando el sur del Río Orinoco y la Amazonia para localizar sus nidos y registrar sus pichones, midiéndolos, fotografiándolos e instalándoles transmisores satelitales, o colocando cámaras trampas a más de 40 metros de altura para monitorearlas y saber con exactitud la población que puede haber en el territorio nacional, que se cree podría ser de 1.400 parejas de harpías.
Alexander ha podido registrar 164 nidos y la experiencia ha sido fascinante. Esta especie está catalogada tanto por el Libro Rojo de la Fauna Venezolana como por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), como vulnerable. Es decir, aunque sus poblaciones en el país son «estables», su hábitat está amenazado por la deforestación de los bosques para la agricultura, ganadería, el negocio maderero y la minería. También por la cacería de subsistencia, cacería deportiva y el tráfico de fauna.
«Hay países que la consideran en peligro de extinción porque sus poblaciones se han dejado de avistar en vida silvestre. Todavía se tiene que seguir investigando y reforzando su conservación. En Venezuela, aunque somos el país que emite más reportes, probablemente no hemos dado ni con el 2% de su población», resaltó.
Su plumaje es una combinación de colores entre blanco y gris oscuro. Mide un metro de alto y sus alas extendidas miden casi 2.80 metros. El águila harpía es un animal imponente y que llega a atemorizar. Tiene un collar negro y una cresta en forma de corona y es por eso que la llaman «la reina de la selva venezolana».
La visión de esta ave es tan aguda que puede detectar animales pequeños a más de 200 metros de distancia. Revolotea sus alas a gran velocidad para capturar a sus presas con rapidez. Sus garras son de color amarillo intenso y miden 15 centímetros, y sus uñas negras tienen un agarre más poderoso que las mandíbulas de un oso pardo. Se dice que fácilmente puede aplastar un cráneo humano.
Los pichones de águila harpía son de color blanco, tienen un collar en el pecho color gris claro, al igual que sus alas. El veterinario Alexander Blanco, presidente de la Fundación Esfera, en Puerto Ordaz, estado Bolívar, le conmueve hablar de esta especie, comenta que un pichón puede alcanzar a los seis meses el tamaño de sus padres (un metro de altura).
Alrededor de 20 personas entre voluntarios e investigadores trabajan en la conservación del águila arpía en Venezuela, que consiste en desarrollar cuatro ejes: conservación, investigación, educación ambiental y divulgación.
«Hacemos monitoreos de las águilas en su estado natural para evaluar su supervivencia, educamos y concienciamos a las comunidades donde el ave habita, principalmente la población de zonas rurales», explica. Esta es una iniciativa que tiene unos 40 años en el país, existe por autogestión; es decir, las expediciones y todo el trabajo educativo lo financia la empresa privada a través de donaciones o algunos organismos internacionales.
Blanco cuando habla sobre qué deben aprender los venezolanos de esta ave, comenta sin aspavientos: «Las arpías son animales extremadamente celosos con su grupo familiar. Ellas forman parejas de por vida, son monógamas. Su ciclo reproductivo comienza al cumplir los cinco años de vida y a partir de allí toda su vida gira alrededor de la cría de su polluelo, para garantizar que sobreviva. El macho ayuda a criar a sus hijos para que crezcan fuertes y tengan la mayor posibilidad de sobrevivir en la naturaleza y así continúe la especie», explica. El pichón abandona el nido a los dos años de edad.
Las principales amenazas de esta especie es que cada vez más hectáreas de los bosques tropicales de Venezuela están siendo deforestadas por la minería, sobre todo al sur del país, y por la utilización de estos territorios vírgenes para la ganadería, agricultura y para la explotación que hace la industria maderera sin aplicar programas de reforestación de árboles que son milenarios. Asimismo, la cacería deportiva o el tráfico de fauna.
El veterinario recalca que aunque no se ha avistado esta ave en el estado Lara, hay sospechas de que pueda existir en el Parque Nacional Dinira y el Parque Nacional Terepaima, pero se requiere de más investigación y excursiones en esta zona del país.
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