Agencias | LA PRENSA DE LARA.- En Puerto Lleras, un pueblo colombiano en la frontera con Venezuela, el autobús escolar se fue con la pandemia y nunca más regresó, dejando en vilo el futuro de las niñas de esta zona, víctimas del abandono estatal y el conflicto.
Andris, Yaritza y otras dos amigas, de 11 y 13 años de edad, juegan con una pelota con sus uniformes granates impecables en las embarradas calles de este pequeño pueblo del departamento de Arauca, de casas prefabricadas instaladas después de que una crecida del río lo arrasara hace unos años.
Es el día de su graduación de primaria y sus madres las miran orgullosas y preocupadas porque no saben si podrán continuar sus estudios ya que la secundaria la tienen que cursar en otro pueblo a 14 kilómetros por carreteras sin asfaltar.
«Ahora tienen que ir hasta Puerto Nariño, y para sacarlos de aquí hay que tener moto o transporte y no lo hay», dice a Efe Yamile, una de las madres; «si no consigo cómo sacarlas a ellas, no puedo mandarlas a estudiar».
Ir a la clases en canoa
Hace unos años, Andris tenía que atravesar todos los días el río, junto a decenas de compañeros, pagando por trayecto en la canoa, para llegar desde Venezuela a la escuela de Puerto Lleras.
Su madre, venezolana de nacimiento, recuerda que en una crecida del río, una de las «chalanas» (canoa) se volcó con 50 niños dentro; «yo agarraba crisis de nervios, lloraba y todo hasta que conseguí un lotecito acá, por eso nos vinimos», dice Yamile.
En la escuela de Puerto Lleras estudiaban el pasado curso 179 alumnos, de los cuales 110, es decir, más de 60% venían de Venezuela; en esta zona las fronteras son difusas y no hay controles aduaneros.
Elizabeth Moscoso, una de las profesoras, relata a Efe que «cuando es invierno, ellos no vienen porque es muy riesgoso». Si los padres ven que el río está crecido, no mandan los niños a la escuela. Es menos de un kilómetro el que separa las dos orillas, pero las lluvias son torrenciales y el agua baja bravo.
Riesgos de no estudiar
Ahora que Yamile logró que su hija acabe la primaria le preocupa que no pueda continuar porque la concesión municipal del viejo autobús que conecta Puerto Lleras con la escuela secundaria más próxima expiró y solo les queda pagar a alguien que las lleve, pero no tienen dinero.
«Si no se consigue transporte, tendríamos que dejarlas sin estudios, con la mera primaria, y arriesgar que les pase a las otras dos niñas lo que le pasó a la otra», explica Luz Marina Villamizar.
Esta madre se refiere a sus dos hijas de 11 y 13 años que se han graduado con Andris y a una tercera, de 16 años, que tuvo que dejar la secundaria porque no tenía forma de llegar a la escuela.
«No tenía plata para alquilar una moto o un carro para llevarla, entonces no pudo estudiar más y lamentablemente se enamoró de un muchacho y ahora vive con él y está embarazada de cinco meses», dice a bocajarro esta mujer, que tuvo que irse con su familia muy joven a Venezuela por culpa del conflicto y volvió hace tres años a su Colombia natal, después de haber criado nueve hijos.
En 2020 hubo en Colombia 106.957 nacimientos cuyas madres tenían entre 15 y 19 años, unos 8.000 menos que el año anterior. A pesar de eso, los embarazos adolescentes representaron 17% de los nacimientos del año pasado, una cifra superior a 15% que hay de media en América Latina y el Caribe, la segunda región del mundo con mayor tasa de estos embarazos.
«Yo no quería (ser abuela), yo quería que ella estudiara, saliera adelante, que se graduara para cualquier cosa», afirma Luz Marina, quien no deseaba que ninguna de sus hijas siguieran su ejemplo: «con nueve hijos, mejor dicho, maltratada por los maridos que tuve».
Espera que las dos hijas que quedan con ella sean «enfermeras, contadoras, psicólogas» lo que «a ellas les guste», pero que sigan estudiando.
Sin embargo, en esta zona de Colombia, donde operó la guerrilla de las FARC y la del Ejército de Liberación Nacional aún se pasea, el olvido estatal se siente en la falta de carreteras, de hospitales y de escuelas.
Para quienes pueden ir a la secundaria o continuar en la universidad o algún instituto técnico, las únicas posibilidades están en Arauca, la capital departamental, y la oferta es muy reducida.
«Aquí no dejan crecer a los niños», resume Yamile, que llegó al lado colombiano esperando oportunidades mejores para su niña, y pese todo no mira atrás porque repite que el futuro en «Venezuela, de verdad no va».
EFE