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Cómo es la vida en la isla Alicudi de Italia con tan solo 100 habitantes

Cada verano, la remota isla italiana de Alicudi atrae a unos pocos turistas que buscan escapar de las trabas de la modernidad. En este saliente volcánico de tres kilómetros cuadrados no hay automóviles, ni siquiera carreteras, aunque los senderos se pueden recorrer en burro. Y aunque ya hay cobertura de telefonía móvil en la mayoría de los lugares, muchas casas carecen de electricidad y agua.

Para los habitantes de la isla, que son unos 100 (y cuyo número disminuye drásticamente en invierno), el resto del año dista mucho de ser idílico.

Sin hospital, los residentes deben viajar en ferry o, en caso de emergencia, en helicóptero, para recibir tratamiento médico. Al parecer, la escuela de la isla está cerrada debido a la escasez de alumnos, según la fotógrafa italiana Camilla Marrese. Y aunque hay dos tiendas de comestibles y un bar donde socializar, este último solo está abierto tres meses al año, añadió.

“El resto del año, la gran reunión social consiste en bajar al embarcadero cuando llegan los barcos; solo van allí para comprobar quién llegó y quién se fue”, explica Marrese a CNN en una entrevista.

Alicudi acostumbrada a la migración

Alicudi podría haber estado poblada ya en el siglo XVII a.C., aunque la emigración en ambas direcciones, incluida la marcha de isleños a la península italiana y a otros lugares más lejanos, Australia en particular, ha hecho que su demografía cambie significativamente en las últimas décadas.

Marrese describió la población actual como “muchas islas dentro de la misma isla”: una combinación de habitantes de toda la vida (algunos de los cuales, según dijo, se autodenominan con humor “indígenas”) y forasteros que llegaron de otros lugares de Europa en busca de una vida tranquila.

“Hablamos con mucha gente que eligió la isla porque está cansada de cómo va el mundo ahora mismo: el cambio climático, la contaminación, la forma en que cultivamos las verduras o nuestros sistemas económicos”, explica Chiapparini.

Marrese comparó la convivencia de los isleños con la vida en un condominio: “No te gustan tus vecinos, pero cuando llega la tormenta, bajas (al agua) y subes los botes de los demás y se ayudan mutuamente”.

Están muy acostumbrados a establecer rápidamente conexiones sólidas, a crear situaciones sociales y relaciones fuertes. Y también a ver que la gente se va.

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Redacción La Prensa de Lara

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