viernes, 22 noviembre 2024
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Soledad y poco ingreso pasan factura a los abuelos

Leidi Reyes | LA PRENSA DE LARA.- Josefa Fernández tiene 63 años y hace tres años su hijo menor murió en medio de una crisis de esquizofrenia. Al recodar este desgarrador momento, sus ojos se llenan de lágrimas y mira al cielo como si quisiera encontrarlo. Sus días, según cuenta, están llenos de dolor por su situación económica y emocional.

«Nos mantenemos con lo poco que da el Gobierno por la pensión, para comer también recibo la bolsa CLAP y mi hermano me ayuda con su trabajo. ¡Nos arreglamos!«.

Hace 20 días, uno de sus hermanos murió de cáncer de pulmón y ahora acompaña a otro hermano que está recién operado de la vesícula y padece de esquizofrenia.

«Mi hijo mayor cuando le sobra me ayuda, él tiene su propia familia. ¡Todo esto es un dolor muy fuerte!«, expresa mientras intenta secarse las lágrimas.

José Ramón Quero, presidente de Convite en Lara, alerta que la situación del adulto mayor en Venezuela es crítica porque en su mayoría dependen del dinero de la prestación social. «La pensión no alcanza para nada, estamos hablando de una pensión de hambre. Los abuelos tienen que escoger entre tomarse sus medicamentos o comer, y comer muy precariamente«.

Pablo Falcón, de 67 años, se levanta todos días a trabajar en un puesto de frutas y hortalizas en la avenida Carabobo. Explica que de esta forma es que puede comer, aunque no lo debido. «La cosa es complicada, no es como era antes. Me alimento, pero no como se debe, de desayuno una arepa con queso; de almuerzo caraotas con pasta y de cena cualquier cosa». Pablo tiene hijos, pero no están en el país.

Quero agrega que la parte emocional es devastadora. «Son adultos abandonados, sus hijos se fueron del país y muchas veces se han encargado del cuidado de nietos. No tienen recursos para comer ellos ni para darle a los nietos«, dice.

El representante de Convite indica que muchos han tenido que salir a trabajar y resalta que las condiciones físicas de un abuelo no le brindan la capacidad necesaria. Este es el caso de Carlos Peroza, de 78 años, que cuida vehículos en la carrera 27 con calle 19.

«La única entrada es mi trabajo, aunque a veces no gano nada. Lo hago de milagro porque estoy enfermo, tengo una arritmia cardíaca«, dice.

Estamos en una crisis humanitaria y el sector más vulnerable es el adulto mayor. «Ellos deberían estar disfrutando los beneficios de haber trabajado toda su vida y no estar trabajando para sobrevivir», concluyó Quero.

 

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