Osman Rojas | LA PRENSA.- Sus ojos hundidos en el rostro reflejan una gran tristeza. Viste un jean azul que está blanco por el uso y una chemise negra que luce bastante desgastada. En sus hombros tiene un morral negro al que sólo le sirve un cierre y sus zapatos se están abriendo por el desgaste natural del tiempo. Tiene la boca seca, como si no hubiese tomado agua en días, aunque lo que le atormenta es el hambre y no la sed.
“Yo no he comido”, dice sin ninguna vergüenza cuando se le pregunta por la alimentación a la que se someten los venezolanos. “Si como yo no comen mis hijos y ellos son chiquitos, yo no”, continúa el hombre mientras ve el reloj y se percata que son las 12:49 del mediodía y él no ha probado bocado alguno.
La historia de este hombre es triste, pero frecuente en Venezuela. El popular refrán: “me saco el pan de la boca para que te lo comas” se cumple al pie de la letra y es que la difícil situación económica y la escasez de comida obliga a los padres a escoger quién come y quién no.
“En ocho meses he perdido 22 kilos. Soy madre soltera y tengo a mi hija estudiando en quinto grado. Cobro sueldo mínimo, así que me toca estirar lo poco que gano para llegar a fin de mes”, dijo Laura Serrano mientras esperaba el Transbarca en la avenida Libertador.
La mujer confesó que, en su casa, el arroz, la pasta y la harina es para su pequeña. Ella se mantiene a base de yuca o maíz pilao. “Trato de hacerle algo en la lonchera para que sus compañeritos no se rían de ella. Yo puedo pasar el día con yuca y si no hay nada me tomo dos vasos de agua y me acuesto”, admite.
Cristian Tamayo, sociólogo y profesor en la Universidad Nacional Experimental Politécnica (Unexpo), habló sobre la realidad que están atravesando los padres en estos momentos y dijo que Venezuela volvió a los años 50, en donde el amor de los padres era demostrado por el sacrificio.
“Mi abuela contaba que su mamá se acostaba sin comer para que ella se alimentara y hoy estamos viviendo una situación similar. La sociedad se acostumbró a ver a la gente pasando hambre y empezamos a ver este fenómeno como algo natural y eso es peligroso. Hemos perdido la sensibilidad”, dijo un tanto preocupado el especialista.