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Mitos y Leyendas: Ánima de esclavo recorría Caujarito en su carreta

El galope del caballo y hasta la polvareda que levantaba a su paso, era el indicio de la llegada de un hombre de tez negra en su misteriosa carreta por el sector Caujarito, al este de Barquisimeto. Los testigos que llegaron a perder la capacidad de asombro, siempre sospecharon que se trataba del ánima en pena de algún esclavo que huyó de las fincas de caña en el siglo XIX. Su presencia era tan fugaz, que muchos llegaban a dudar lo que sus ojos acababan de ver y que se esfumaba como un truco de magia.

Todos coincidían en ver a un hombre negro de contextura fornida, especialmente en los músculos de los brazos que iban sujetando la cuerda del imponente caballo y exigiéndole andar a mayor velocidad.

Él siempre iba sin camisa y sólo vestía un pantalón de color claro, la mayoría decía que era blanco y otros de color caqui pálido. Siempre usaba un amplio sombrero de palma y su piel brillaba de sudor, como si recién hubiese culminado su día tras una larga jornada de trabajo.

Esos relatos estaban cargados de nerviosismo. Describían las palpitaciones del corazón tan aceleradas, que apenas les permitía respirar al tenerlo a pocos metros. La mayoría temía su reacción arrogante, de voltear como en una especie de efecto a cámara lenta y sonreía con tal ironía que dejaba a la vista el amarillo resplandeciente de su diente de oro, eso generaba un profundo impacto visual.

Era una escena que transcurría muy rápido, al instante se esfumaba, como por arte de magia, parecía como una alucinación, de no ser por el inolvidable estruendo de la carreta.

El ánima era vista por los jornaleros y luego desaparecía

Cuenta el cronista Gabriel Marullo que sabían de su aparición a finales de 1860, en este sector Caujarito, llamado así porque abundaban los árboles (Cordia alba) y cuyos frutos transparentes tienen consistencia pegajosa.

Era el camino real, antiguo, por donde pasaron las primeras procesiones de la Divina Pastora desde el año 1856. Hoy es el callejón 14, en el tramo de la avenida Lara, desde Los Leones hacia el pueblo de Santa Rosa, con más frecuencia de apariciones a la altura del Tiuna.

A las 6:30 p.m., siempre al final de la tarde, solía pasar entre las haciendas de caña y ese camino real tupido de inmensos árboles. Así se lo comentaron a un amigo de Marullo, quien siendo joven también sufrió esa terrible experiencia en la década de los años 1950 y una década después, su hijo fue quien terminó presa del pánico. Le tocó esa lamentable experiencia, tal como la historia que había escuchado.

«¡Tiene que ser alguno de esos esclavos que tuvo la valentía de abandonar las cadenas que ataban su libertad y tal vez terminó muriendo», menciona Marullo, de una de las tantas hipótesis que se plantearon esas personas, al tener de frente a esa carreta. Tal vez había terminado «cazado» por la osadía de soñar con tener una vida tranquila y su alma seguía en pena, debido a que no se había cumplido su tiempo de vida terrenal.

El esclavo se dejaba ver por el este de Barquisimeto con su carreta

Lo más curioso era que durante esa misma época, vecinos del sector Zamuro Vano, donde continuaba el trayecto del camino real, también escuchaban el ruido de una carreta. Era similar al tropel de esos caballos que llevaban al esclavo con diente de oro en Caujarito, pero solamente lo escuchaban, porque nunca llegaron a verla. Una situación que generaba más curiosidad, más aún en el área en que actualmente se construyó la urbanización Barici.

La tradición oral se enfocaba en los testimonios de los vecinos cercanos a una casa de adobe y con techo de tejas, esas de estilo colonial y donde se leía en letras mayúsculas: «Zamuro». Los habitantes de esta residencia vendían guarapo de caña, ese jugo bien dulce que sacaban de los cañaverales con un sabor muy parecido a la actual panela de papelón con limón.

Allí se detenían los jornaleros y hasta los comerciantes que venían con sus mercancías en bestias, que generalmente solían traer verduras. «Entonces para la gente era más práctico asociar esta otra carreta con el esclavo del diente de oro, aún sin haberla visto», explica Marullo, de ese imaginario con la capacidad de pensar que se trataba de ese pobre hombre, con alma en pena, en busca de aquella sensación refrescante del guarapo de caña.

El ruido de la carreta despertaba el miedo y la curiosidad de los pobladores, considerando que Barquisimeto era una ciudad tranquila de gente muy trabajadora, principalmente en las extensas haciendas que proveían de caña y podían extenderse hacia los valles del río Turbio. La agricultura era el mayor potencial de desarrollo.

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Guiomar López

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