A pobladores de Siquisique aún se les presenta aquella cruenta escena de la Guerra Federal, del asesinato de más de 300 soldados conservadores, quienes fueron víctimas de machetazos a mansalva y de armas de fuego que sin piedad terminaron siendo incinerados. Son ánimas que suelen aparecer durante la penumbra en el mes de agosto o en los días de Semana Santa, con el eco de sus gritos de impotencia por esta masacre ocurrida el 30 de agosto de 1860 en el municipio Urdaneta.
El pueblo se convirtió en una carnicería, con olor a sangre y pólvora, así lo menciona el cronista, Douglas López, ubicándose en la calle El Calvario cerca de la plaza mayor —hoy plaza Bolívar— y de la iglesia, así como a pocos metros de la casa de la familia Arráez, donde muchas personas coinciden en que han sentido el olor a muerto, ese que eriza la piel y empieza a inquietar en el estómago, hasta que los nervios se hacen incontrolables cuando ven al espectro.


Fue un momento de horror con muertos tirados por todos lados, unos decapitados y los más extremos desmembrados, tal como si se tratara de una carnicería, de esos tantos combates entre los ejércitos liberales y conservadores que se dieron en esa dura época desde los años 1859 a 1863.
«Para Siquisique, esa fecha (30 de agosto de 1860) se escribió en los anales del infortunio con tinta de sangre», exclama López, refiriéndose a ese momento en que el pueblo dejó de ser una villa, para terminar siendo una herida abierta, debido a los despiadados enfrentamientos entre estos ejércitos que hicieron que la mayoría de los pobladores huyeran, tras el pavoroso incendio que sólo asociaban como el propio infierno.


Almas cuyo sufrimiento atormentaba al pueblo
Es la historia que reviven los habitantes de este pueblo, sin importar que transcurrieran los siglos, porque esas almas en pena siguen al acecho. La mayoría conoce estos detalles y sabe de la posibilidad de ser sorprendido por alguno de estos soldados, a partir de la medianoche.
López conoce varios testimonios, gente que —de pronto—es sorprendida por un cuerpo ensangrentado que camina a paso lento por la calle El Calvario y por las adyacencias de la actual plaza Bolívar. No tiene apuro y los pobladores no pueden creer esa realidad que tienen frente a sus ojos, viendo a un moribundo que busca ayuda.
Estos fantasmas pueden estar sin cabeza, les falta alguna extremidad y lo más crudo, cuando la herida del abdomen es tan profunda que llevan guindando una parte del intestino. «¡No me puede estar pasando esto y menos por lo que sucedió hace tanto tiempo!», le dijo un señor a López, quien le confirmaba que el espanto seguía avanzando hacia las riberas del río Tocuyo. En esa dirección, se terminaban perdiendo de vista y quedaba la incertidumbre de si pudo estar buscando libertad, tal como el agua cristalina del cauce.


Son ánimas en pena, condenadas a una eternidad que luchan por regresar a la vida. Investigadores coinciden en que la Guerra Federal fue una cruel matanza, sin sentido, en la que se perdió el respeto, dejando casas saqueadas, mujeres ultrajadas y masacres brutales. La vida no valía nada y el único interés era ganar terreno, cueste lo que cueste.
La piedad se perdió entre esos filosos machetes y sólo había sed de sangre. Los disparos fueron ensordecedores previos a materializarse ese acto de furia, en el que se perdió el respeto de la propiedad privada. Revisaban casa por casa, porque no podían dejar con vida al enemigo. Fue un momento de mucha indignación que provocaban los gritos de familiares, los que terminaban perdidos entre los lamentos de agonía de los soldados conservadores.
Era la tropa de los liberales, con ansias de exterminar a sus enemigos, quienes ya habían ganado ventaja ocupando este lugar. No hubo ni la mínima oportunidad de huir, porque venían tan implacables que empezaron a arrastrarlos a punta de machete y al poco tiempo, yacían los cuerpos en el piso junto a la deshonra de su comandante Francisco Gil, quien pudo escapar en dirección a Carora, hasta abandonando su artillería de guerra, con la que tuvieron tomado a Siquisique.
El cronista dice que, según datos históricos, al concretar la posesión del pueblo, el poscombate en la calle El Calvario terminó en un cese al fuego marcado por centenares de cuerpos por toda la plaza y el piso teñido de rojo, con hilos de sangre que se hacían más espesos. El ambiente en el pueblo de Siquisique, al finalizar el mes de agosto de 1860, fue tan horrible que se puede comparar con las escenas descritas en la obra del poeta italiano Dante Alighieri, La Divina Comedia.


Esa cacería ni siquiera respetó lo sagrado de la iglesia, donde algunos soldados buscaron protección, escondiéndose debajo de los bancos. No sintieron temor a Dios, porque no fueron retirados del lugar y eran asesinados allí mismo, para luego ser arrastrados hacia la calle. Superaban los 300 muertos que fueron amarrados a los caballos y así poder apilarlos en un solo lugar para volverlos cenizas.
Los pobladores conocen de esa historia de la hoguera en la calle El Calvario. «Allí se veían las manchas en la tierra como el aceite y parecían las sombras de las gentes que se negaban a irse de este mundo», describe López.
Por este contexto sangriento, siempre ha cundido el pánico entre los habitantes de la capital del municipio Urdaneta y especialmente en el mes de agosto, cuando se cumple un año más de la masacre de Siquisique, las ánimas de los soldados descuartizados rondan el lugar.


