Guiomar López | LA PRENSA DE LARA.- Dormir por estas calles, sufrir por hambre y considerar al frío junto al miedo, como lo más difícil de sobrevivir en la indigencia. Son las frases entre miradas vacías de esperanzas, manos mugres por hurgar entre la basura y la costumbre a la fetidez que hasta les robó el olfato. El sueñ;o se les hace corto y cada día es largo de pesares, sin ignorar el estruendo en el estómago que clama aunque sea por una arepa tiesa entre desechos y un tiempo que pasa sin detenerse en horas. Es el retrato del 94.5% de pobreza nacional y 76.6% en pobreza extrema, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), publicada por la UCAB a final de 2021. Bajo la advertencia de sociólogos del trecho de la pobreza atroz, donde vivir bajo un techo no es garantía de protección por la falta de ingresos y ni siquiera tener la seguridad de un plato de comida al día.
Olvidaron la comodidad del calor del hogar y hasta afectos familiares. Superan los desvelos de noches intermitentes sobre un cartón y el frío colado entre la sabana fina. Cogen sus bolsas o llevan un morral descosido, donde se mezclan esos restos de alimentos que no estén descompuestos con el mini Nuevo Testamento azul, bajo el recordatorio de la presencia de Dios. Varios añ;os en la indigencia les da la malicia para reconocer el peligro ante delincuentes o borrachos agresivos que acostumbran cuidar territorios y pretendan robarles sus pocas pertenencias. Tiemblan de recordar esa práctica criminal de triturarles la cabeza y de allí, sus noches itinerantes. Además de fijar la rutina de recorridos desde las 6:00 am, antes que el camión del aseo se lleve los desperdicios y las posibilidades de aprovechar un poco de comida, ropa, cartones, plásticos o chatarra. Una fuente de ingreso que no supera los Bs 3 por kilo para esos compañ;eros de calle, quienes aún teniendo un hogar también improvisan carretillas o con sacos a cuestas para aprovechar este tipo de mercancía que les permita llevar víveres a la casa.
«Vivir el día a día en un país empobrecido», lamenta el economista Edgar Urbáez, al reconocer que cada vez es más frecuente ver a personas comiendo de la basura, porque se ha perdido el poder de compra y ahorro a más de 90% de pobreza a nivel nacional. Menciona la falta de un ingreso fijo, inflación y hasta la crisis hospitalaria deja ese ancho en la franja entre ricos y pobres que buscan sobrevivir por las precarias condiciones.
Ese nivel de empobrecimiento también es señ;alado por el sociólogo Nelsón Freitez, entre 25% a 27% que incluye ese estimado de la data de pobreza atroz, que ni siquiera tiene la certeza de comer una vez al día. «Desaparecieron las casas de alimentación y hace falta este tipo de programas», rezonga y cita de ejemplo a esas largas colas de quienes esperan en «Ciudad de los muchachos» por la ración de comida.
Van de frente
«Por estas calles la compasión ya no aparece…y la piedad hace rato que se fue de viaje», tal como si se tratara de la letra de Yordano, es la
Ese agotamiento lo trata de superar Hugo Durán mientras se toma recesos para jugar con sus tres perros que lo acompañ;an en el trayecto de 18 kilómetros, esa es la distancia de ida y vuelta de Indio Manaure a Barrio Unión. Lo camina a diario y con el saco encima para juntar plástico de la basura, el cual puede vender a partir de Bs. 2.6. Su paso es lento para no gastar toda el agua que trae para sus mascotas. «Hay horas fuertes, que ataca el calor», se queja porque desde hace varios añ;os no pudo seguir trabajando de zapatero y confiesa que revisa al detalle para ver si consigue algo de utilidad. Sus hijos viven en el exterior y no pueden ayudarlo.
A Carlos Giménez le cuesta subir hacia las cercanías del Mercado San Juan porque necesita otra operación en la pierna derecha. «La basura es cochina, pero no queda de otra», señ;ala mientras arrastra una silla de ruedas deteriorada, cargada de aluminio y demás chatarra que vende para comprar comida.
Algunos más vulnerables
A falta de censo, no hay precisión de esas personas en condición de calle. Así lo expresa el sociólogo, Nelson Fréitez, de esa consecuencia de la falta de programas de protección. También refiere de que todos corren riesgo, pero se ignora la cifra de mujeres que son las más vulnerables.
«¡;Me fui en el tiempo!», exclama cansada Neidary Araujo sentada sobre una tumba del cementerio Bella Vista, ante el paso de su vida que sólo recuerda que recientemente pasaron los carnavales. Se separó de su esposo y perdió la oportunidad de la ayuda de sus hijos.
Habla lento, así como sus tics nerviosos y no soporta que la llamen ladrona, además de burlas. Le cuesta bañ;arse y lo hace rapidito en el cementerio para evitar que abusen de ella. Agradece esas piñ;as y lechosas que amortiguan su hambre.