Mitos y Leyendas: El diablo bailó con Amalia en El Tocuyo un día santo

Desafiar el tiempo de reflexión durante Semana Santa dejó una inolvidable lección a los tocuyanos de principios de 1.900, que vieron a «la mujer que bailó con el diablo» y algunos la identificaron como la hermosa Amalia. Un momento de doble impacto por las cualidades de ese apuesto y desconocido bailarín, pero que terminó impregnando todo el lugar con su olor a muerte y la tradición oral no específica, la reacción ni el paradero de esa atractiva señorita.

Las historias coinciden en que ocurrió un Jueves o Viernes Santo, que no hace falta precisar el año exacto, porque fue un instante que causó tanto pánico, interpretándolo como una especie de tentación del enemigo y así la población entendiera el verdadero significado de reflexión para acercarse a Dios, en honor a la pasión de Cristo y la entrega de su hijo, para salvar a la humanidad de sus pecados.

La historia de Amalia con el Diablo

Según el cronista Ramón Escorche, quienes registraron y difundieron esos mitos y leyendas de la tradición oral morandina, tal como Antonio Saldivia y Pedro Linárez, mencionaban que aconteció aproximadamente en la época de 1.920 e identifican a ese recinto como casona La Conga, en la calle 10 con esquina de la carrera 8, en el sector Los Hornos, de la ciudad de El Tocuyo.

Ese día, mientras las señoras estaban listas para sus momentos de comunión con Dios, respetando todas esas normas de silencio y recogimiento espiritual, honrando el dolor y sufrimiento de Jesús antes de la crucifixión; otros olvidaron el verdadero significado de esta fecha y cayeron en lo vil de lo pagano. Buscaban diversión, esa que podían disfrutar en cualquier otro día del año y sin medir consecuencias, decidieron celebrar en el mayor sentido de la palabra.

Escorche contó que algunos mencionaban que la mujer era dueña de esa casa, tentada para otro tipo de placeres y la mayoría decían que Amalia era una joven muy hermosa, le gustaba vestirse bien y de un espíritu muy alegre. De hecho, también se supo que sus intenciones eran muy claras, pretendía bailar hasta que la dominara el cansancio y según el registro de Saldivia, supuestamente. Amalia decretó ese encuentro, cuando le comentó a sus amigas: «¡Soy capaz de bailar hasta con el mismo diablo!», lo dijo desafiante y sin imaginarse la magnitud de sus palabras.

Los tragos iban y venían entre todos los convidados, en lugar de hablar sólo gritaban y los hombres estaban era «cazando» a las más buenamozas para sacarlas a bailar. Amalia era una de las más bellas, con su dulce sonrisa y mirada pícara, siempre estaba atenta a la pista de baile.

La rocola no paraba de sonar y el ambiente era muy festivo, entre los acostumbrados valses y el contagiante ritmo de bambucos, con insinuantes movimientos de cadera. Todos estaban concentrados y dejándose llevar por las melodías, así como por esa dosis de alegría del aguardiante, haciéndolos perder la noción del tiempo.

Todos se conocían en esa casona y si se incorporaba algún extraño, pues se trataba de un familiar o allegado de alguno de los baquianos. Todo transcurría en hermandad, pero dejó de ser el bochinche o parranda cotidiana porque los asistentes olvidaron respetar estos días santos.

«Esa noche llegó un hombre muy alto, delgado y elegante, vestido de liquiliqui blanco y llamó la atención desde que se bajó de su caballo», exclama Escorche, de ese caballero fino y caminando a paso lento, como un presumido que sabía que todas las miradas estaban puestas en él. Las personas se preguntaban la procedencia de ese forastero y a quién estaría buscando, porque ni siquiera las personas mayores lo conocían, ni lo asociaban con algún tocuyano.

Entra con la cabeza erguida, arrogante, y las mujeres se lo devoraban con las miradas, más allá de interesarle conocer su procedencia, se mostraban atrevidas y así llamar su atención para ser invitadas a bailar, por él.

Amalia se acercó con un trago y a los pocos segundos, empieza a sonar un pasillo, de esos bailables, tanto así que despertó el deseo de ese misterioso hombre que hasta andaba muy perfumado; su aroma, con toque amaderado, simplemente olía a hombre.

Él le extiende su mano a esa hermosa mujer, sabiendo que no sería rechazado. Le responde con una sonrisa, mientras, era la envidia del resto de las jóvenes. Empiezan a bailar y lo hacían con mucha energía, la sujetaba por la cintura, con toda libertad. Se adueñaron de la pista de baile y con unos pasos envidiables.

Tal vez, Amalia lo asumía como la antesala del cortejo, sin imaginarse que unos jovencitos curiosos empezaron a ver como empezaba a brotar una cola de su trasero, así como los zapatos se iban transformando en pesuñas. «¡Es el diablo, es el diablo!», grita uno desesperado y al instante se forma como una nube blanca, cundiendo todo la casona del olor a azufre. Era como si respiraran a la muerte.

Algunos contaban que ella desapareció con él, como especie de un remolino y otros mencionaban que con ese susto tan grande, pues salieron corriendo del lugar. Era un «sálvese, quién pueda», ante el miedo de terminar poseídos por el demonio en plenos días santos.