Las alabanzas por la gratitud a la tierra al ser suelo fértil estremecen desde hace más de 50 años a la comunidad ayamán, descendientes indígenas que son protagonistas del Baile de Las Turas en Lara. Una manifestación cultural, sembrada como la tradición más emblemática en lo alto del municipio Urdaneta, siendo la danza colectiva que rinde tributo a la agricultura y pide por la abundancia en las próximas cosechas. Desde mañana y hasta el domingo, propios y visitantes se reúnen en torno a la siembra en el patio mayor del caserío Cerro de Moroturo.
Los matices del semiárido de este empinado poblado son sorteados por espinas y cujíes que dan la bienvenida con el calor que identifica la zona; hacen más autóctona la culminación de la festividad que primero se realiza en el mes de julio, porque se trata del inicio de las cosechas y es el momento en que el maíz aún está tiernito. Mientras que cada 26 de octubre ofrendan el Baile de Las Turas en grande, por la culminación del período de producción y como una de las formas de dar las gracias por sus productos, considerando el especial significado ancestral del maíz.
«Es nuestra celebración en grande y que involucra desde los niños hasta los adultos. Un sentido de pertenencia con el que han crecido varias generaciones y por eso perdura en el tiempo», señala Gisela Mendoza, quien funge como mayordomo y es hija de la reina Antonia Perozo, consciente del compromiso de ser la próxima soberana ante la partida física de su madre. Ella como parte de la jerarquía debe velar por el orden en el palacio, que es el lugar central donde está el patio mayor y llegan los danzantes, quienes se mantienen en círculos, así como la disposición de la cruz y las ofrendas.
Tal espacio se cubre de lo autóctono, donde predomina el maíz y demás frutos más comunes, así como en los instrumentos que ejecutan los músicos, empezando por las maracas, flautas elaboradas de carrizo y los cuernos con algunos cráneos de venados disecados. Los cachos son denominados turas y pueden ser grandes o pequeños, de acuerdo a las dimensiones de los mismos.
Baile de las Turas una forma de agradecimiento
Mañana, desde las 5:00 p.m., materializan la festividad de gratitud hacia la naturaleza y sus frutos con la reina Perozo con el tradicional baile de las turas, imponente con su corona indígena exaltada con semillas y sobresalientes plumas, quien mantiene su tura grande (instrumento de viento) a base de cuernos gruesos. También reconocen la intercesión de la Virgen de Las Mercedes, cuya sagrada imagen llevan consigo.
Para iniciar el baile de las turas se dividen en dos grupos, uno que sale desde el palacio y el otro viene entrando. Ambos se encuentran, primero donde van los adultos, luego el grupo de niños y finalmente van unidos. Los capataces llevan las maracas y van a la delantera marcando el ritmo de este baile, avanzan entrelazados y tomados por la cintura. Así se van a su encuentro hasta quedar en el centro, donde la comunidad se va sumando a esta danza colectiva.
Depositan en el palacio frutos de sus cosechas como ofrendas y representan una especie de cacería de los espíritus. Sus movimientos se intercalan entre la simulación del desplazamiento del cazador y toque de las maracas como especie de reverencia. Soplan los cachos para alejar lo maligno y los pasos son fuertes para mayor conexión telúrica. Se nutren de las energías que toman de sus raíces, la tierra que les suministra vida a través de los alimentos.
«Sentimos orgullo al entregarnos a este patrimonio familiar, donde todos participamos», dice Mendoza y recuerda que ejecutan siete sones, por lo general inspirados en la fauna, tales como La Paloma, Gonzalito y Sapito Lipón. La ceremonia también contempla la pleitesía a la comunidad, comparten la comida y especialmente la chicha fermentada, bebida a base de maíz preparada por las mujeres.
A lo nuestro
William Jhonson, cultor e investigador, describe que en este baile de las turas se concreta la esencia y magia del pueblo, porque son personas que visten un arco con hojas de maíz en el que se aprecian muchos frutos. «Llega a ser tan extraordinario, que en algunas oportunidades se acercan monos y lo asumen como la presencia de sus en forma de animales», cita y de allí que la mayoría de los sones son alegóricos a la fauna.
Admira la dedicación de todos los habitantes, tanto así que clasifican al baile de acuerdo al inicio y culminación de la cosecha. Siempre con su reina, monarquía que respeta los lazos de consanguinidad y al momento del fallecimiento el trono es heredado a la hija mayor.
La comunidad agradece a la madre tierra y no sólo se sirve de ésta, sino que retribuye esas bendiciones en la producción por medio del Baile de las Turas.
Tal reconocimiento también es sentido por Marco Sarmiento, director del Gabinete de Cultura en Lara, al unirse a la celebración y que en julio contó con la participación de Ernesto Villegas, ministro de Cultura junto a autoridades municipales. Allí se vivió el sincretismo cultural, religioso y ancestral con el entusiasmo de maestros preocupados por seguir manteniendo la tradición.
«Honran la cosecha y la vida misma», destaca y por eso el interés que se ha manifestado por la cartera cultural, así como por el núcleo de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte) en Lara, a través del abordaje de alumnos que aprenden de esta grandiosa manifestación ancestral y que tienen la disposición de difundir como lo es el baile de las turas. La población debería conocer de estos esfuerzos, involucrando a los niños desde los hogares.
Querer lo nuestro es el lema asociado al baile de Las Turas y manifestado en el patio mayor la esmerada preparación del altar y la cruz. El maíz es la mayor ofrenda.