Guiomar López | LA PRENSA de Lara.- La geometría de Esteban Castillo y el valle del Turbio de Armando Villalon dan la bienvenida al aposento de la reconocida violinista y directora Liubalena González. Su hogar es una vitrina del arte con estas expresiones plásticas y una vida entregada a la ejecución del violín. Se respira un ambiente de paz, esa que contagia con su sonrisa y hace honor a su nombre en ruso, una selección de su padre Enmanuel que evoca al amor y al río de Siberia. Tal como la identifica un poeta: eres un «río de amor».
Deleita al perderse en la pieza favorita de su papá, aquel tango «Por una cabeza» de Gardel. Allí vemos su temple, cuidando su postura. La pierna izquierda se adelanta, solo un poco, a la derecha y así mantiene el equilibrio de su cuerpo. Alza el violín sin la menor presión, porque ya domina la técnica y ejecuta con una proyección que se desconecta de lo terrenal, para vivir la pasión de la música. «Llegas a sentirlo parte de tu cuerpo. Es la conexión en cuerpo y alma, teniéndolo tan cerca del corazón», refiere del instrumento que domina desde los 8 años, al igual que el piano. Define el arco como la extensión de su brazo.
Una soltura que no sabe de cansancio, ni fatiga porque hasta evita llevar zarcillos pesados o cualquier otra prenda que pueda incomodar. Una lectura corporal que identifican los expertos, como un previo a una ejecución impecable. Perfeccionamiento de la técnica que le han permitido crecer en su carrera como instrumentista, concertino y fue la primera mujer en llevar la batuta de la Orquesta Pequeña Mavare, luego de 119 años dirigida por músicos consagrados.
La constancia es su carta de presentación, con sus 8 horas diarias dedicadas al violín, además de los ensayos para alguna presentación. Siempre con una excelente ejecución tanto en un compartir entre amigos, como en una gala en el Teatro Teresa Carreño de Caracas. Un ambiente musical que marcó su infancia, gracias a su papá, acercándola al repertorio popular junto a sus hermanas Vilma y Yenisey. Su madre Luisa Elena George de apoyo y espectadora. Una vena artística que empieza con su abuela paterna, María del Rosario en la guitarra y como pionera del cine de Amabilis Cordero.
Es una vida entre notas, de perennes partituras y que lleva a celebraciones. Cada 9 mayo espera por la serenata que recibe por su cumpleaños. Una complicidad que la lleva por ese viaje de la ejecución. ¡Cómo evitarlo desde que quedó cautiva a sus 6 años! Se inició en la Escuela de música, hoy conservatorio Vicente Emilio Sojo. Perteneció a la orquesta infantil, a la juvenil y la Orquesta Sinfónica de Lara.
Al culminar el bachillerato, se instala en Caracas y se prepara como violinista ejecutante en el conservatorio superior de música Simón Bolívar, figurando en el cuadro de honor. Tuvo la dicha de realizar su recital y concierto de grado en el Teatro Teresa Carreño.
Su brillante desempeño le permitió viajar con las orquestas, al participar en presentaciones en Austria, México, Brasil, España, Francia, entre otros escenarios. Atesora todas las dimensiones de los violines que ha utilizado, desde el más pequeño de 1/2, ¾ y 4/4. También conserva ese primer instrumento de su hija Lena Valentina, quien sintió esa primera estimulación con la música y luego por el ballet. Una niña con habilidad para las olimpiadas de matemáticas y físicas, en paralelo con la agenda del Coro de Niños Cantores, que estudió geofísica y decidió ser como su madre para disfrutar de su trabajo. Hoy de 21 años, está dedicada al cine en Argentina.
Una carrera compartida desde la docencia en las cátedras de Violín en el conservatorio Jacinto Lara, en los módulos de El Tocuyo y Duaca, así como en el centro musical Blanca Estrella ?del cual es fundadora- y en la Academia Latinoamericana del Violín. También fue directora encargada y pianista acompañante de Niños Cantores de la Orquesta Sinfónica de Lara. Aún dicta seminarios a orquestas a nivel nacional,& ;
Carrera de valía
Liubalena agradece que aprendió de varios maestros en el sistema de orquesta, músicos extraordinarios en master class en Caracas. Especial mención le merecen Héctor Gutiérrez, Ramón Roman, Tarcisio Barreto y Ulises Ascanio. Virtuosos que exigen en disciplina e invitan a sentir cada melodía. Un éxtasis que comienza desde ese calentamiento previo con ejercicios por escalas y luego van a la partitura, hasta sentir literalmente que «vuelan los dedos» y una liberación al margen de una contracción muscular. La técnica es tan compleja, que la postura se puede comprometer por la incomodidad del dedo del píe.
Ella se siente a plenitud durante las 2 horas que pueda durar un concierto. Sus ojos se cierran por instantes en aquella conexión que eriza la piel y empieza desde la sinfonía de obertura. Es un placer verla de solista, en un recital evocando a Johann Sebastian Bach, sonatas de Johannes Brahms y de Camille Saint-Saëns, entre otros que disfruta tanto como piezas de compositores locales, recordando al maestro Antonio Carrillo en «Como llora una estrella» y los selectos tangos que la acercan a los gustos de su padre.
Habla con orgullo de esa bendición de ser la primera mujer en dirigir la Mavare en 2015, enfrentando algunos comentarios por el poco tiempo dedicado a la máxima casa de estudios. Pero ella demostró su valía, cumpliendo los caminos regulares para salir airosa en ese concurso. Llega a la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA) como violinista de la Orquesta de Cámara. Instrumentista académica que pasa a concertino en la Mavare, junto al director Ángel E. Montesinos, así como parte de ensambles de violines, violas y cuerdas.
«Fue una grandiosa bendición, cuando dirigí esta orquesta centenaria. Una dicha al ofrecer la tradicional serenata a nuestra Divina Pastora y compartir junto a Cheita Quintana», recuerda de ese regocijo como devota de la Excelsa Patrona de los larenses. Un tributo que llenó aún más su alma y estuvo cargado del agradecimiento a la madre de Dios. Era representar el alma mater y el compromiso de conservar el brillo de la Mavare.
Admite que el repertorio sinfónico es tan extenso, que se llena de pasión, tan solo al mencionarlo. Una lista que puede empezar por las composiciones de Ludwig van Beethoven, Johannes Brahms, entre otros. Una debilidad que comparte con su padre por los tangos y la versatilidad para sacar provecho del jazz. Así como respetar la sonoridad de los sones del tamunangue, la sensibilidad de un vals larense y hasta lo regio del joropo.
Vive esa tradición que inspira con las notas de «Como llora una estrella», contemplada desde otra visión al llevar la batuta de la orquesta Mavare. Armonía que respeta lo genuino a partir de la ejecución de los instrumentos. Una esencia que siente por las venas y respira para llenarse de energía. Sensibilidad a flor de piel, que contagia en pleno a todos los músicos en el escenario.
Liubalena actualmente se dedica al conservatorio, donde conspiran para establecer una orquesta sinfónica en honor al maestro Luis Jiménez, recién fallecido y fundador del movimiento orquestal regional. También en la organización de eventos con «LG Producciones Artísticas» para seguir promoviendo el hecho cultural en la sociedad, así como invitaciones a las presentaciones nacionales e internacionales.
«Volvería a ser violinista y directora, si volviera a nacer«, dice complacida con una tímida sonrisa. Ella brilla en sus matices de hija, madre y destacada profesional. Disfruta de su trabajo, porque la música es su pasión. Cuida celosamente su violín, que lleva a sus hombros en un estuche. Allí también guarda 3 fotografías, en las que aparece junto a su hija Lena.
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